Más que conocida es la reunión que mantuvieron Francisco Franco y Adolf Hitler en la estación de trenes de Hendaya. La localidad francesa marcaba el límite del territorio conquistado por la Alemania nazi en el primer año de guerra, y hasta allí se había desplazado el führer para tratar de conseguir el apoyo militar de un aliado que no pensaba mancharse las manos si no era recompensado de forma generosa.
Pese al revuelo mediático que supuso dicha reunión, en la que ambos dictadores saludaron con brazo en alto delante del destacamento de la Wehrmacht apostado en la estación, España se mantuvo al margen de la Segunda Guerra Mundial. Simpatizaba ideológicamente con el Eje e incluso colaboró en cierta medida pero el ejército español no llegó a combatir en ningún momento contra los Aliados.
Al fin y al cabo, las exigencias del español al Tercer Reich fueron demasiado elevadas para una Alemania que se disponía a conceder lo justo para la participación de una España en posguerra en una nueva contienda. Aquel 23 de octubre de 1940 fue la primera y última vez que Hitler y Franco se verían las caras pero las comunicaciones entre altos cargos de ambos países no cesaron hasta el final de la guerra.
Con la entrada de la Unión Soviética y los Estados Unidos en la guerra, la gran hegemonía alemana comenzó a peligrar. Los Aliados se hacían fuertes y Franco, desde su posición no beligerante, intentó alejarse progresivamente de Hitler. A finales de 1942 se había producido el desembarco aliado en Marruecos y Argelia. No obstante, ni Roosevelt ni Churchill tenían pensado invadir España.
De hecho, tal y como publica el historiador Andrew Roberts Roberts en Churchill: la biografía (Crítica), la más extensa escrita hasta el momento, los británicos sobornaron a generales franquistas con el capitán Alan Hillgarth como intermediario —entregó cien mil libras esterlinas, unos 5 millones al cambio actual—. El motivo principal de este pago, según palabras del escritor a EL ESPAÑOL, era "mantener a Franco neutral en la Segunda Guerra Mundial". Además, Francisco Gómez-Jordana, considerado aliadófilo, sustituyó a Serrano Suñer como Ministro de Exterior, quien simpatizaba con el Tercer Reich.
No sería hasta finalizar la guerra cuando la incógnita sobre el futuro de Franco volvería a ponerse sobre la mesa. Los estadounidenses estaban dispuestos a desestabilizar la dictadura franquista pero Churchill no estaba por la labor. "Tenía la sensación de que Franco, pese a ser un fascista, era también anticomunista, y había observado una encomiable postura neutral en el peligroso período de 1940 a 1942". A pesar de haber sido prometido de que los Aliados no desembarcarían en terreno español, Franco temía que España fuera invadida a la altura de 1942.
Resistir a toda costa
De esta manera, bajo una época de incertidumbre diplomática y con Europa sumida en el horror, ocurrió un secreto pacto que no vería la luz hasta 1945. El mismo día que la División Azul se enfrentaba a los soviéticos en la batalla de Krasny Bor, a miles de kilómetros, en Madrid, el Ministro de Exteriores español y el embajador alemán firmaban un documento por el que España entraría en guerra en caso de que los Aliados pisaran cualquier punto del territorio español para iniciar su avance hacia Berlín.
En concreto, el texto firmado por Gómez-Jordana comprometía a España, a cambio de recibir armamento germano, "a resistir toda acción de las fuerzas armadas angloamericanas para penetrar en la Península Ibérica o en cualquier otro territorio español fuera de la península, esto es, por lo tanto, en el Mediterráneo, en el Atlántico, en África y también por el Protectorado español en Marruecos, y defenderse contra tal acción con todos los recursos de que disponga".
Era la exigencia que imponía Berlín para aceptar la venta de un material bélico del que la misma Alemania estaba muy necesitada. Este pacto se mantuvo oculto hasta que los servicios de inteligencia norteamericanos hallaron el documento en los archivos de Joachim von Ribbentrop. Fue allí, según aclaran los escritores Iñaki Ellakuría y Eduardo Martín de Pozuelo en La guerra ignorada: los espías españoles que combatieron a los nazis (Debate), cuando los estadounidenses se percataron de que el dictador jugaba a dos bandas en aquel momento de la guerra.
Hitler estaba obsesionado con que la invasión aliada se iba a producir por la Península Ibérica y no por Francia
Asimismo, los estadounidenses averiguarían que dicho pacto no solo se firmó con España. Alemania también firmó un documento similar con Portugal, "lo que demostraría que Hitler estaba obsesionado con que la invasión aliada se iba a producir por la Península Ibérica y no por Francia, tal y como ocurrió el 6 de junio de 1944 en las costas de Normandía.
Los nazis conocían el plan de un desembarco masivo con el propósito de llegar hasta la capital alemana antes que los soviéticos pero no sabían cuál sería el punto de partida. Los Aliados llevaron a cabo numerosos movimientos con el fin de confundir a los nazis. Emisiones de radio, despliegues de centenares de aviones y tanques y barcos falsos daban a entender a los alemanes mensajes contradictorios sobre la posible invasión. Conocido como la Operación Fortitude (Fortaleza), se programaron hasta una decena de ataques engañosos. Tal fue la efectividad aliada que Hitler llegó a convencerse de que el desembarco podía haberse producido en España.