Arturo Pérez-Reverte nunca había querido sumergirse de lleno en la pantanosa historia de la Guerra Civil. Es cierto que en algunas de sus últimas novelas, como dos entregas de la serie de su espía Lorenzo Falcó, brillaba como telón de fondo de las tramas detectivescas, y que hasta publicó en 2015 un pequeño volumen ilustrado sobre la contienda española destinando a los más jóvenes. Una propuesta editorial no exenta de polémica y tachada de "equidistante".
Ahora, a sus casi 70 años y con una exitosa trayectoria literaria a sus espaldas, Pérez-Reverte ha armado al fin su novela más personal, más claramente revertiana, centrada exclusivamente en la Guerra Civil. En Línea de fuego (Alfaguara), que aterriza en las librerías este martes, reconstruye los diez días iniciales de la batalla del Ebro, una de las más sangrientas y largas, que se prolongó desde julio hasta noviembre de 1938 y que se saldó con alrededor de 20.000 muertes.
La trama se articula en torno a los combates por dominar el pequeño pueblo ficticio de Castellets del Segre, posición franquista defendida por medio batallón de infantería, un tabor marroquí y una compañía de la Legión. Estas unidades militares, también inventadas, deberán frenar el avance de la XI Brigada Mixta del Ejército popular de la República. Son casi 700 páginas de acción trepidante en las que se respira la crudeza de la guerra: el miedo, los vómitos, la sangre.
"Fue exactamente así como padres, abuelos y familiares de numerosos lectores de este libro combatieron en ambos bandos durante aquellos días y trágicos años", advierte el autor en una nota introductoria. Reverte ha construido una novela ambiciosa, con su habitual estilo canallesco y directo, con ciertas dosis de humor, que encaja a la perfección en el ritmo frenético de los choques entre republicanos y sublevados. Y resalta, como ya hizo en Sidi y tantas otras de sus ficciones, lo que más le fascina: la lucha del hombre por su supervivencia, del soldado anónimo de las trincheras de primera línea, un carpintero o campesino que de repente se ha visto envuelto en una guerra fratricida.
El creador del capitán Alatriste asegura que en Línea de fuego intenta "devolver el factor humano al discurso ideológico sobre la Guerra Civil"; es decir, rescatar la memoria personal de los seres humanos —hombres, mujeres y niños como los de la Quinta del Biberón, que también discurren por el libro— que lucharon y murieron en ambos bandos. Novelar la guerra desde el mismo frente en toda su dureza, describir los efectos de la metralla que cercenaba los cuerpos, el agotamiento de los soldados, su incertidumbre al preguntarse si los refuerzos llegarán a tiempo o será ya demasiado tarde.
Reverte, excorresponsal de guerra, es un maestro en ese sentido. Entre tanto requeté, miliciano, legionario, comunista, regulares marroquís, brigadistas internacionales, falangistas y hasta periodistas extranjeros —con ecos de Robert Capa, Gerda Taro o Martha Gellhorn— que entremezclan sus historias en esta batalla del Ebro, hay dos personajes que sobresalen por encima del resto. Por un lado, el soldado del ejército sublevado Ginés Gorguel Martínez, al que asedian pensamientos de deserción o de herirse a sí mismo para escapar de aquella carnicería pero que todas las circunstancias acaban empujándole a primera línea de combate.
El otro gran protagonista es una mujer: Patricia Pato Monzón, integrante del grupo femenino de la sección de Transmisiones, una militante de la Agrupación de Mujeres Antifascistas que se estremece al ver los cadáveres a su alrededor pero que recuerda los bombardeos de la aviación franquista sobre Madrid como estímulo para que esa compasión no la desborde. Mención aparte requiere el caso del niño Tonet: un chavalín del pueblo, aparentemente ingenuo, probablemente desubicado por lo que vive, que brinda una fundamental ayuda a los defensores, y no por afinidad ideológica.
¿Ecuanimidad?
La novela de Pérez-Reverte funciona estupendamente como trama y en esa descripción de las situaciones límite a las que los combatientes se enfrentan en una guerra, situándonos en el ojo del que aprieta el fusil y a continuación en la mente del soldado que ve cómo el camarada que tiene a su lado cae abatido. Sin embargo, patina en uno de sus principales objetivos: hacer un relato ecuánime de la Guerra Civil.
El autor, entremedias de las escenas bélicas, enumera los crímenes cometidos por uno y otro bando: que si las purgas comunistas de los marxistas del POUM, que si la matanza de civiles en Madrid por las bombas de Franco, que si la represión de la retaguardia, que si el fusilamiento de todo aquel que huya del frente... La mayoría de estas cuestiones se resuelve de forma demasiado ligera, en unas pocas líneas, que casan más con la equidistancia, con el los dos fueron muy malos, que con la ecuanimidad, la complejidad de juicio de una guerra con tantas aristas.
"Estén heridos o no", escribe Pérez-Reverte sobre la supuesta inhumanidad de las tropas republicanas y franquistas, "lo usual entre ellos es que no se hagan prisioneros, o pasarlos por las armas después del interrogatorio. Sin contar los rematados en caliente, en el ardor del combate. En la guerra, las buenas maneras se dejan para las novelas". Una visión que por exaltar la crudeza de los combates suena demasiado reduccionista.
Línea de fuego despliega una reconstrucción bélica hiperrealista, documentada en base a partes de guerra y testimonios directos de los participantes en la batalla del Ebro. Y aunque su lectura enganche, se disfrute por la trama y el ritmo, la sensación final es de cierta decepción porque en esos pasajes que requieren una prosa más cuidada, una visión más amplia, una mayor profundidad y denuncia, Pérez-Reverte se queda corto.