Durante el Sexenio revolucionario (1868-1874), la sátira pornográfica se convirtió en una punta de lanza de la campaña de desprestigio contra la monarquía borbónica, centrada especialmente en airear los escándalos sexuales de Isabel II. Las principales ciudades del país se llenaron de "impresos obscenos" de evidente tendencia republicana y anticlerical, sobre todo a partir del triunfo de la Gloriosa. Era una guerra propagandística descarnada, explícita, de tres equis.
Uno de los creadores más audaces en este sentido se escondió tras el seudónimo de SEM, autor de una serie de imágenes de denuncia burlesca que pretendían "desnudar" y degradar a los poderosos. Estas acuarelas, que combinaban crudas escenas de sexo en grupo, masturbación, sodomía, lesbianismo o bestialismo, tenían como protagonistas a la reina, a su confesor el padre Claret, a sor Patrocinio —la llamada "Monja de las Llagas"—, al rey consorte Francisco de Asís o al ministro Carlos Marfori.
El álbum de ilustraciones, de gran calidad artística y que abarcaban desde los acontecimientos previos a la Revolución de septiembre hasta el efímero reinado de Amadeo I de Saboya, estuvo perdido hasta 1986, cuando fue adquirido por la Biblioteca Nacional. Un lustro más tarde, en 1991, volvió a publicarse bajo el título de Los Borbones en pelota, con una recopilación de 107 láminas. Fue un escándalo, pero no por las escenas de orgías en la corte de Isabel II, sino por su autoría: Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer. Los hermanos eran SEM.
Una atribución que provocó un terremoto entre los estudiosos del poeta romántico, convertido de sopetón en pornógrafo, republicano y anticlerical, y que generó un acalorado debate que sigue activo en el presente. O hasta ahora. Este es uno de los aspectos que el investigador Joan Estruch Tobella analiza y desmonta por completo en su reciente biografía sobre el autor de Rimas y leyendas, titulada Bécquer. Vida y obra (Cátedra). El historiador y catedrático demuestra que se trató de una treta interesada cuando los hermanos ya estaban muertos.
Historia del engaño
La semilla de la polémica se halla en la necrológica que el periódico republicano Gil Blas dedicó a Gustavo Adolfo, fallecido en diciembre de 1870, tres meses después que Valeriano. El periodista anónimo manifiesta el desconsuelo del diario y la intención de "consagrar un recuerdo a la memoria de quienes, en la primera época de esta publicación, ilustraron sus columnas con dibujos que llevaban la firma de SEM". Un seudónimo famoso, que también aparecía en otras páginas de la prensa republicana, como las de El Monaguillo de las salesas, La Píldora o la sevillana El Padre Adán.
Estruch Tobella, tras reconstruir todo el caso y el contexto histórico, señala que la autoría de Los Borbones en pelota hay que atribuírsela "en exclusiva" a Francisco Ortego y Veredo (1833-1881), un pintor y dibujante satírico, el principal de Gil Blas, de conocidas convicciones republicanas y anticlericales. Varias pruebas sustentan esta hipótesis, como el descubrimiento de la firma de este artista sevillano —también lo eran los Bécquer— en varias caricaturas del mismo formato y estilo fechadas entre 1865-1866 y que anticipan la línea del volumen pornográfico.
La segunda prueba, todavía más definitiva, es la localización —mérito del becquerianista Jesús Rubio— de una ilustración en blanco y negro que se corresponde con la lámina número 62 de Los Borbones en pelota, una de las más suaves, en la revista El Siglo ilustrado. Su autor, como se desprendía de la firma, era Francisco Ortego. Las satíricas acuarelas, dice Estruch, "no era pornografía de uso privado, sino que formaba parte de la propaganda del movimiento republicano, en la que Ortego ejercía un reconocible liderazgo".
Ahora bien, ¿cómo se explica la calumnia vertida contra los Bécquer —relacionarles con SEM era atribuirles directamente la autoría de esas escenas, alguna de ellas especialmente degradante y zoofílica, como la que representa a Isabel II copulando con un asno—, en la necrológica de Gil Blas? "No parece probable que se hiciera por error o desconocimiento", lanza Estruch. El autor de la biografía del poeta romántico identifica a dos responsables principales, ambos relacionados con el citado diario: Manuel del Palacio y Eusebio Blasco.
El primero de ellos, fundador de Gil Blas, era autor de mordaces sátiras que le habían granjeado mucha popularidad... y enemigos. Sin embargo, desde finales de 1870, comenzó a sentirse atraído por la burguesía. Bajo la protección de Sagasta fue nombrado para ocupar un puesto destacado en el Ministerio de la Gobernación y después en el Ministerio de Estado. Quizá para cortar con ese pasado revolucionario —dejó asimismo un libro de poemas eróticos—, y unos hipotéticos rumores que le identificaban como autor de Los Borbones en pelota, valora el historiador, Del Palacio trató de acallarlos endosándole el álbum a los hermanos Bécquer.
El otro presunto sujeto que pudo haber mediado en ese sutil obituario de Gustavo Adolfo fue Eusebio Blasco, también redactor fundador de Gil Blas, un hombre de "envidiosa antipatía por Bécquer" que, como su colega, emprendió una evolución política hacia el conservadurismo por las mismas fechas. Secretario del ministro de Ultramar, director de Correos o miembro del partido conservador de Cánovas durante la Restauración, parecen bastante evidentes sus motivaciones para desligarse del pasado revolucionario.
"Tanto Eusebio Blasco como Manuel del Palacio tenían, pues, sobrados motivos para borrar cualquier posible vínculo con Los Borbones en pelota", concluye Estruch Tobella. "Estaba claro que, si el álbum aparecía y se montaba un gran escándalo, ambos podían poner en riesgo los beneficios obtenidos de su giro conservador, es decir, podían perder sus cargos, sus prebendas y su honorabilidad. Así pues, la atribución del álbum a los Bécquer, bajo la apariencia de un homenaje sincero y desinteresado, tiene todas las apariencias de una calculada y desleal maniobra".