Pedro Segura y Sáenz fue una nota discordante del régimen franquista, aunque no por desviarse de los preceptos morales de la época. Nombrado arzobispo de Sevilla en septiembre de 1937, en plena Guerra Civil, se reveló en un máximo guardián de los valores conservadores y católicos, y hasta llegó a amenazar con penas de excomunión a aquellos que incurriesen en bailes y celebraciones pecaminosas, según su criterio, en sus propias residencias.
El cardenal burgalés, sin embargo, sería una rara avis por su oposición a determinadas prácticas de la dictadura. Fue un azote interno para el mismísimo Francisco Franco, dándole plantón y enfrentándose directamente a él en varias ocasiones. Entre otras cosas, se opuso a que el dictador entrase bajo palio en las iglesias, una imagen habitual para quien estaba considerado como el líder de la "gloriosa cruzada nacional". El religioso se negó a amparar esas procesiones en todos los templos que estaban bajo su jurisdicción.
"Segura era un personaje extraordinariamente curioso. Llegó a aludir que en el mundo antiguo la palabra caudillo significaba jefe de bandoleros. También prohibió que en los muros de la catedral de Sevilla se pusiese el nombre de los 'caídos por Dios y por la Patria' porque él decía que lo que tenía la Iglesia eran fieles difuntos, y la cruz tuvieron que colocarla en los Reales Alcázares", explica el historiador y divulgador José Calvo Poyato, que acaba de publicar La España austera (Arzaliza), un libro que reconstruye el llamado "milagro español" y el tránsito de una sociedad muerta de hambre a los primeros compases de prosperidad general.
Fueron habituales los tensos roces entre el cardenal y los falangistas sevillanos, quienes, al no poder depurarlo por su condición de miembro del colegio cardenalicio, decidieron decorar con el yugo y las flechas las paredes del palacio arzobispal. En sus sermones, Segura lanzó feroces e insólitas críticas contra Franco. En una sabatina acaecida a principios de los años 40 señaló, aunque sin referirse directamente al dictador, que la palabra caudillo en las fuentes clásicas estaba relacionada con los líderes de las bandas de forajidos y que Ignacio de Loyola la empleó en sus escritos para referirse al diablo. ¡Menudo escándalo!
Franco, informado por el gobernador civil de la ciudad hispalense, se enfureció tanto que ordenó su expulsión de España. Un trance que el religioso, ferviente monárquico, ya había experimentado en 1931, cuando era primado de España y la Segunda República le forzó a abandonar el país como respuesta a su oposición al nuevo Gobierno democrático. El dictador al final aflojó sus exigencias, pero el régimen aprovechó la primera ocasión para deshacerse del incendiario Segura: tras la firma del Concordato con el Vaticano de 1953, la Santa Sede nombró a un nuevo arzobispo coadjutor de Sevilla para recortar sus poderes eclesiásticos hasta su muerte en 1957.
Dictadura no monolítica
Calvo Poyato, doctor en Historia y también novelista, explica que este libro se centra visibilizar dos cuestiones: "La primera, señalar cómo algunos de los grandes acontecimientos de los años que van de 1952 a la muerte de Franco, en 1975, influyeron en la vida cotidiana de la gente. Por ejemplo, la firma de los pactos con EEUU significó que a los colegios llegara la leche en polvo, la mantequilla, el queso... y que en las zonas donde montaron sus bases la gente empezó a descubrir que había cosas como frigoríficos, cocinas eléctricas o lavadoras", detalla el autor.
La segunda de estas razones era describir "cómo se transformó la vida de los españoles desde el punto de vista de la mentalidad, sus posibilidades materiales, la música que escuchaban, la forma en que se vestían, las relaciones entre hombres y mujeres... La transformación es brutal: muchas veces se piensa que la dictadura franquista es monolítica en todos los sentidos y los cambios fueron fundamentales. En los años 50, Antonio Machín o José Guardiola eran los ídolos; a mediados de los 60 quienes pitaban eran Los Brincos o Los Bravos".
El libro Calvo Poyato, que se sumerge en terrenos como el humor, el deporte, los pelotazos urbanísticos, los famosos referendos manipulados, la llegada del bikini o los cambios en los hábitos de higiene, está plagado de magníficas anécdotas. También está ilustrado con imágenes muy curiosas como las de representantes de la Iglesia bendiciendo las motos de la policía o una nueva oficina. "Su presencia básicamente rellenaba la vida de un gran número de españoles en cuanto a su comportamiento, la indumentaria...", explica el autor, aunque considera "un error" sostener la idea de que el nacionalcatolicismo fue una ideología que impregnó la dictadura durante las cuatro décadas.
Además del episodio relacionado con el cardenal Pedro Segura, por las páginas de La España austera se cuelan los nombres de otros clérigos como el de Antonio Añoveros, que ya en los años finales del régimen estuvo a punto de ser expulsado por redactar una circular en la que reivindicaba el derecho a la libertad de la gente. "También es jugoso otro caso en el País Vasco de un sacerdote que desde el presbiterio en la misa dominical, criticando a las extranjeras que venían a dorar sus mulos al sol español, se le ocurre decir que 'el señor obispo y yo tendremos que meter mano en ese asunto'. A la gente le sorprendió. Estaba cambiando la moral, lo mismo que pasó con el luto", apunta Calvo Poyato.
Sin duda, uno de los grandes momentos de su obra es el capítulo dedicado a la final de la Eurocopa de 1964 que enfrentó a España con la URSS —los últimos presos de la División Azul habían regresado apenas una década antes— con un marcador favorable de 2-1. "Aquello era un partido contra el comunismo, fue mucho más que una victoria", desliza el historiador, que se pregunta si Franco habría entregado el trofeo de campeón a los rusos de haberse dado un resultado negativo. "Por encima de sus evidentes valores deportivos, esta final de la Copa de Europa tiene una extensa significación cívica y política que solo los miopes empecinados pueden ignorar", señaló el ABC. Una victoria futbolística de la que el régimen no dudó en apropiarse.