La imagen más extendida del gran incendio de Roma, desatado en la noche del 18 al 19 de julio del año 64 y que se prolongaría durante seis días, es la de Nerón encaramado al tejado de su palacio y tocando la cítara mientras comparaba las llamas que asolaban la capital romana con la caída de Troya. La autoría del legendario relato le corresponde al historiador Dion Casio, que lo construyó siglo y medio después de los hechos, pero ya venía de antes, con las obras de Tácito y Suetonio. Este último incluso señaló al emperador como el artífice del fuego.
El incendio significó la destrucción de muchos de los monumentos y edificios más famosos de la ciudad, desde los templos fundados en época de Rómulo hasta el propio gran anfiteatro de madera de Nerón. Pero además de la pérdida de trofeos irremplazables, las fuentes antiguas señalan que se calcinó una inmensa porición de las viviendas de Roma. Tácito, en concreto, dice en sus Anales que de las llamas, que se propagaron a una velocidad aterradora, solo se libraron cuatro de las catorce regiones en las que estaba dividida la Ciudad Eterna.
Sin embargo, puede que el gran incendio de Roma no fuese tan devastador, sino una exageración más de los enemigos del último princeps de la dinastía Julio-Claudia, quienes también airearon y propagaron sus presuntos comportamientos escandalosos. Así lo considera el historiador británico Anthony A. Barrett en su nuevo libro, Rome is burning. Basándose en nuevos testimonios arqueológicos y en una lectura crítica de las fuentes antiguas, el clasicista asegura que como mucho ardió el 15-20% de la ciudad.
El experto en la Antigua Roma describe el incendio como el catalizador de una "gran división" que se abrió entre el emperador y los miembros de la élite, quienes fueron asediados con fuertes tributos para la reparación del urbanismo romano. Una escalada de tensiones que culminaría en una rebelión contra Nerón, que se vio obligado a suicidarse en el año 68 antes de ser capturado por sus enemigos. Barrett descarta asimismo que las llamas fuesen provocadas por el propio princeps y sus esclavos, y señala que la explicación más aceptada es un inicio accidental.
"Por norma general fue un gobernante negligente y ese fue su principal defecto: no estaba interesado en el tedio diario de gobernar", ha señalado el historiador a The Times. "Pero cuando hablamos del incendio, es muy difícil culparlo. Al principio participó en los trabajos de extinción de las llamas. Después implantó nuevas regulaciones constructivas para evitar incendios como ese en el futuro, medidas de bienestar y proporcionó refugio a las personas que se quedaron sin hogar".
En su nueva obra, Anthony A. Barret ofrece un nuevo análisis sobre la dimensión del gran incendio, sus secuelas inmediatas y las nocivas consecuencias a largo plazo para la salud del Imperio romano. Además de analizar esos nuevos hallazgos arqueológicos que vierten luz sobre los efectos de las llamas, sostiene que este desastre fue un momento decisivio de la historia de Roma: el inicio de la caída en desgracia de Nerón y el punto final de la dinastía inaugurada por Julio César.
Porque por mucho énfasis que pusiera en combatir las consecuencias del fuego, el emperador poca cosa pudo hacer para aliviar la miseria de los que lo había perdido todo. Además, estas gentes vieron cómo en los terrenos donde antes se erigían sus casas se dio forma al colosal proyecto neroniano: la Domus Aurea, un palacio gigantesco rodeado de jardines y estanques que colocó una pesada losa sobre su prestigio popular. "Ahora solo hay en la ciudad una única casa", escribió el poeta Marcial.