Una de las secuencias más espectaculares de la película Ben-Hur es la batalla naval entre la flota romana y la macedonia, especialmente el momento en el que un espolón enemigo abre en canal el trirreme en el que se encuentra Charlton Heston. El protagonista es un convicto condenado a servir en galeras, y como el resto de remeros está encadenado, recibe latigazos y boga hasta la extenuación siguiendo los compases marcados por el sonido del tambor. Una escena con tintes dramáticos que ha ayudado a interiorizar en el imaginario popular un mito.
Pero no, los bancos de la Marina romana no estaban ocupados por esclavos y criminales. Los remeros, que recibían salarios similares a los de un artesano, fueron reclutados entre los hombres del mar dedicados a la pesca o el comercio de las numerosas islas y ciudades costeras del Mediterráneo. Se les adiestraba en lugares como Miseno y Rávena y servían durante unas dos décadas, dependiendo del periodo. Podían hacer carrera, llegando a los puestos más altos de la oficialidad, y al licenciarse se les concedía la ciudadanía.
Este caso, similar a lo que se piensa sobre los constructores de las pirámides egipcias, que tampoco eran esclavos, es uno de los descubrimientos más curiosos que arroja la lectura de Imperium Maris (La Esfera de los Libros), del historiador y arqueólogo Arturo S. Sanz. Una obra muy didáctica y reveladora para sumergirse en la historia de la Marina romana desde la época republicana hasta los últimos coletazos del Imperio.
La identidad de los remeros no deja de ser una anécdota dentro de la gran aportación del ensayo: el control del mar a través de una poderosa Armada fue un ingrediente esencial sin el que los romanos no hubiesen logrado expandir y mantener su vasto Imperio. Una conclusión que a priori parece evidente, pero una cuestión minimizada por las fuentes clásicas y a la que los autores modernos no han prestado apenas atención en sus investigaciones, centradas en las hazañas de las legiones y los ejércitos terrestres.
"La flota romana no fue simplemente un accesorio, sino un elemento principal para dominar el mar y controlar el comercio y las fronteras marítimas", explica Arturo S. Sanz, autor también de una obra sobre los pretorianos, la guardia imperial. A lo largo del proceso de documentación, el arqueólogo e historiador se sorprendió al descubrir la imagen extendida de que los romanos no fueron especialmente diestros surcando los mares y que solo se interesaron por el medio acuático cuando se vieron obligados a combatir a los cartagineses a mediados del siglo III a.C.
Pero nada más lejos de la realidad. "No era un temor como tal al mar, simplemente se fueron adaptando a las necesidades del momento, como hicieron con las legiones", señala el experto. "Cuando controlas los mares y las vías fluviales es muy difícil que un enemigo te pueda hacer sombra. Los romanos invirtieron cantidades de dinero impresionantes para construir cientos de puertos y estructuras marítimas. También desarrollaron elementos extraordinarios como el cemento hidráulico, cuyos componentes aún estamos investigando hoy en día".
El corvus
La Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.) fue el momento decisivo en el que Roma puso toda su maquinaria al servicio de crear una gran Armada. Había que derrotar a un enemigo nuevo y poderoso como Cartago, la principal potencia marítima del occidente mediterráneo, que contaba con marinos experimentados y naves veloces, las mejores. Los romanos, sin embargo, sabían que eran superiores en el cuerpo a cuerpo, por lo que ingeniaron un arma que durante un tiempo cambió por completo la forma de combatir en el mar: el corvus.
Se trataba de un puente de agarre abatible fijado a un mástil y que contaba con un garfio de hierro para que, al caer sobre la embarcación enemiga, la atrapase y permitiese el asalto de los legionarios romanos a la cubierta púnica. El conjunto podía rotar gracias a un sistema de rodamientos, por lo que era posible abordar barcos desde proa y popa o babor y estribor. Fue idea del cónsul Cayo Duilio y supuso un enorme éxito la primera vez que se empleó, en la batalla de Milas (260 a.C.).
En ese enfrentamiento naval, los romanos capturaron o hundieron aproximadamente 50 de las 130 embarcaciones enemigas comandadas por Aníbal Giscón, causando más de 7.000 bajas y 3.000 prisioneros entre los púnicos frente a tan solo un buque romano destruido y varios cientos de tripulantes caídos. Una victoria demoledora que le daría un vuelco al tablero del poder naval en el mediterráneo y que cambiaría el curso de la guerra y de la historia de Roma.
"La Marina romana lo que hizo fue aprovechar todo lo que los enemigos podían ofrecerle y mejorarlo. En este caso, siendo más experimentados en los combates terrestres, vieron cuál era la forma de llevar la guerra a su terreno: convertir las cubiertas de los barcos en campos de batalla. Fue una innovación extraordinaria para el momento", resume Arturo S. Sanz, citando también otras armas ingeniadas en Roma como el arpax, un arpón que se lanzaba a gran distancia para apresar naves enemigas y que le dio excelentes resultados a Agrippa, el gran general de Augusto, en la guerra civil contra Sexto Pompeyo.
La única referencia al corvus se halla en la obra de Polibio —no han aparecido evidencias de esta herramienta bélica en ningún yacimiento subacuático—, autor a quien se debe especialmente esa imagen de inferioridad atribuida a los romanos en el medio acuático frente al poderío cartaginés. Probablemente lo hizo, según creen los expertos, para ensalzar todavía más la victoria republicana en la Primera Guerra Púnica.
Lo llamativo es que esta efectiva arma, en apenas un par de décadas, dejó de emplearse. "Personalmente, como fueron tan prácticos, el corvus suponía para los romanos una ventaja a la hora de combatir, pero importantes desventajas a la hora de la navegación. En el momento en que no hubo un gran enemigo como Cartago, ya no fueron necesarias esas plataformas", valora el historiador, que recoge en Imperium Maris otras curiosas historias como las de los buceadores y cómo recuperaban las cargas de los pecios hundidos o la forma de transportar elefantes. Esta suerte de puente, cargado en los quinquerremes, con una tripulación de varios centenares de personas, podía pesar hasta 1.180 kg. Un ejemplo más de la pericia militar romana.