En el año 1571, una coalición que defendía la fe católica se enfrentó al poderoso Imperio otomano en Lepanto. Hasta entonces, los turcos habían continuado su avance por el Mediterráneo oriental. Aquella victoria, liderada por Juan de Austria y en la que participó el escritor Miguel de Cervantes, se convirtió en una de las grandes hazañas del reinado de Felipe II.
Aquella victoria impidió que el islam permeara en territorio europeo pero cabe señalar que no fue el primer enfrentamiento entre ambas creencias. Tres décadas antes, habían sido los católicos quienes perdieron ante el aparentemente invencible Imperio otomano.
La caída de Constantinopla en 1453 saltó las alarmas de los reinos colindantes. Poco a poco, los turcos se hicieron con territorios del sureste europeo y para el inicio del tercer cuarto del siglo XVI las fronteras de Venecia estaban a punto de ser alcanzadas. España, por su parte, hacía escasos años que había derrotado a los musulmanes en la Península. No obstante, sus territorios en Italia y la influencia islámica en sus costas le llevaron a desplegar diferentes misiones marítimas.
Víctor Aguilar-Chang, escritor guatemalteco, publica Galeras de guerra: Historia de los grandes combates navales (Almuzara), donde desarrolla la evolución de la historia naval, desde el inicio de los primeros transportes marítimos hasta las técnicas más avanzadas de los Estados modernos.
El autor explica que todavía bajo el reinado de los Reyes Católicos, se enviaron expediciones a la costa norte de África para terminar con los saqueos. Aquella primera campaña sería el inicio de otras muchas que aumentarían en número a partir de que el emperador Carlos V tomara las riendas de España.
Derrota naval
"Primero lograron la conquista de todo el Medio Oriente, luego su artillería desbarató la defensa de Constantinopla y finalmente sus tropas se hallaban empujando las fronteras de su imperio hacia el norte a todo lo largo de la península de los Balcanes", escribe Aguilar-Chang.
Más allá del conflicto cristiano en suelo europeo, donde el protestantismo y el catolicismo vivían una de sus muchas encarnizadas luchas, el monarca español observó que una invasión musulmana podía resultar todavía peor.
De esta forma, los líderes católicos buscaron allá donde pudieron aliados para combatir al Imperio otomano. "En 1538, los emisarios católicos establecieron la coalición entre los Estados italianos, las fuerzas armadas del papado y España", relata el autor.
La coalición partió hacia Grecia para enfrentarse a los escuadrones del sultán Solimán en el mar Adriático. Ambas flotas se encontraron el 28 de septiembre de 1538 en la ciudad de Préveza y, tal y como señala el escritor, "solo para sufrir aquella humillante derrota".
El genovés Andrea Doria era el encargado de liderar a la coalición, mientras que el almirante Khair-ad-Din, conocido como Barbarroja y corsario a las órdenes del sultán, venció a la gran flota cristiana con tan solo 150 galeones. Por su parte, y tal y como destaca el historiador Cesáreo Fernández Duro en su obra Armada española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón), la coalición contaba con "134 galeras, 72 naos gruesas de combate, 250 navíos menores y 16.000 soldados de desembarco; en total, por encima de los 50.000 hombres y 2.500 cañones".
Doria erró a la hora de elaborar su táctica de ataque. El genovés permaneció dentro del puerto más tiempo de lo que debía, por lo que los otomanos se acercaron excesivamente a la costa. Cuando ordenó el ataque, apenas había espacio para el despliegue y los otomanos se hicieron con la victoria.
"Doria, sin duda alguna, se impresionó con la vista del orden de la armada otomana; el periodo avanzado de la estación, aquel litoral fecundo en naufragios debieron intimidarle", apunta Fernández Duro y añade que si Doria no hubiera estado protegido por la gratitud de Génova y por el monarca español, "hubiera salido del campo de batalla deshonrado".
Tal fue la incapacidad del genovés que incluso se especuló la posible alianza secreta de Carlos V con el sultán para librar su flota del peligro y dañar a los demás integrantes de la coalición.
La derrota cristiana ante la flota musulmana supuso la disolución de la alianza aunque el emperador insistió en más de una ocasión en crear un frente común contra el enemigo. Sin embargo, debido a los distintos conflictos latentes en Flandes y en la recién descubierta América, no pudo sino enviar pequeñas expediciones al norte de África.
Tuvieron que pasar tres décadas para que los venecianos volvieran a proponer una unión contra el Imperio otomano. Esta vez era Felipe II el rey, y el resultado fue favorable para los cristianos.