En la Antigüedad, la esmeralda no solo era una de las piedras preciosas más codiciadas por su carácter ornamental, llegando a cautivar a reyes y reinas como la legendaria Cleopatra. El escritor romano Plinio el Viejo señalaba en su monumental enciclopedia Historia Natural, fechada en el año 77, unas supuestas propiedades curativas para la vista: "Tan relajante es el verde suave de la gema para los ojos cansados...", advirtió, que su halo de interés abarcaría mucho más que el simple hecho de presumir de riqueza.
En toda Europa se han hallado evidencias arqueológicas, en forma de ajuares en las tumbas, de que la esmeralda fue una joya extendida por todo el Mediterráneo. Sin embargo, muchos más interrogantes perviven sobre el lugar de extracción de este mineral, la versión verde del berilo. La única mina documentada en el vasto territorio del Imperio romano se encuentra en el Desierto Arábigo egipcio, en el Parque Nacional de Wadi Gemal, cerca de la frontera con Sudán y a escasos kilómetros del Mar Rojo, y la está estudiando un equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona.
El Proyecto Sikait, financiado por la Fundación Palarq y el Ministerio de Cultura, analiza desde 2018 un espectacular yacimiento que le da nombre y que se sitúa dentro de la región que los autores clásicos definieron como el Mons Smaragdus. "Los objetivos son conocer cómo era el proceso de explotación y de comercialización de la esmeralda en época antigua, especialmente en el mundo romano, y documentar y proteger al máximo el rico patrimonio arqueológico que hay en la zona, uno de los menos conocidos de todo Egipto y que está en peligro", explica el profesor Joan Oller Guzmán, director de las investigaciones. La próxima semana se subirá a un avión para iniciar una nueva campaña de excavaciones, que se prolongará hasta principios de febrero.
La zona en la que se llevan a cabo los trabajos, situada a dos horas y media en coche de la ciudad más cercana, es la única fuente arqueológicamente confirmada de donde los romanos obtenían la codiciada piedra —el Antiguo Egipto fue conquistado a finales del siglo I a.C. por Augusto—. No obstante, es muy probable que estas minas, que se cuentan por centenares, se empezaran a utilizar durante época ptolemaica, en el siglo III a.C., por los hallazgos cerámicos que se han registrado en otros asentamientos cercanos a Sikait; y continuaron siendo explotadas hasta el siglo VI, durante el periodo bizantino, y de forma puntual bajo dominio islámico.
Los yacimientos de minerales fueron redescubiertos en el siglo XIX por Frédéric Cailliaud, un mineralogista francés a las órdenes del virrey de Egipto, que le encargó ver si era viable volver a explotarlas, pero hasta ahora nunca se ha topografiado una mina de esmeraldas romana. Eso es lo que pretenden hacer los investigadores y expertos en espeleología durante la campaña que está a punto de empezar. "Es un trabajo muy complejo, pero por lo que hemos visto en los primeros testeos, como mínimo las minas tienen una profundidad de varios centenares de metros", señala Joan Oller, profesor asociado en el Departamento de Ciencias de la Antigüedad y la Edad Media de la UAB.
Hasta el momento, las excavaciones en el sitio se han centrado en algunas de las estructuras singulares, como el llamado gran templo, recortado en la roca y con una nave central y dos capillas, donde en la última campaña se halló un altar intacto con una ofrenda compuesta por una gran vasija rellena de centenares de huesos de cabra. "Hemos ido recogiendo bastante información sobre lo que sería la vida ritual del yacimiento, que era muy rica, con cuatro templos documentados, algo con muy pocos paralelos", detalla el director del proyecto. En uno de esos edificios religiosos se han descubierto figuras de pájaros —quizá estuviese dedicado al dios egipcio Horus—, además de amuletos, cuentas de collar o monedas.
En las vertientes de la montaña se construyeron con piedra local más de 150 casas y residencias, algunas de dos pisos y diferentes habitaciones, que las excavaciones han confirmado que estuvieron vinculadas a gente con cierta capacidad adquisitiva y que quizá también sirvieron como punto de almacenaje de las esmeraldas. ¿Pero quiénes eran los mineros? "Seguramente, por la arquitectura del yacimiento y la comparación con las canteras imperiales situadas más al norte, la mayoría de trabajadores no eran esclavos, sino población libre especializada que se podía mover de forma estacional desde el valle del Nilo hasta la zona y que estaba con sus familias, mujeres y niños", desvela Joan Oller.
Los análisis iniciales de las minas ya se han saldado con los hallazgos de cestas y herramientas intactas, conservadas en perfecto estado durante 1.500 años gracias al ambiente árido de la zona. Las nuevas investigaciones buscarán confirmar si también se empleó mano de obra infantil en la explotación del mineral —hay galerías que son muy pequeñas— y excavar algunos de los basureros en busca de fragmentos de cerámica escritos, conocidos como ostraca, que arrojarían mucha información. En las crestas de las laderas también se han identificado vestigios de torres de vigía y una necrópolis con más de cincuenta tumbas saqueadas.
Aunque la misión principal del Proyecto Sikait consiste en explicar con precisión cómo funcionaba una mina de esmeralda de época romana, asimismo se pretende "normalizar" el valor del mineral. "Era un producto de lujo, pero común, que se enmarcó en el funcionamiento del sistema comercial romano desde la conquista de Egipto hasta época bizantina y que funcionaba dentro de los mismos mecanismos de oferta y demanda que imperaban en Roma", cierra el profesor Joan Oller.
Impulso a la ciencia
El Proyecto Sikait es una de las 59 investigaciones en arqueología o paleontología subvencionadas para el año 2021 por la Fundación Palarq, una entidad privada sin ánimo de lucro que insufla unos recursos fundamentales para que equipos españoles desarrollen sus estudios científicos por todo el mundo, salvo en España y Europa. Desde 2016, cuando se establecieron estas ayudas, el número de proyectos respaldados se ha ido incrementando de forma paulatina: 22, 33 (2017), 44 (2018) y 48 (2019, además de las contribuciones a otros 54 que se desarrollaban en suelo peninsular).
"Tenemos un comité de evaluación formado por miembros que son expertos en arqueología y paleontología; y lo que se premia es la excelencia del trabajo, las cosas bien hechas", explica Carolina Bähr, directora de la Fundación Palarq. Los principales requisitos para optar a estar ayudas consisten en que el proyecto esté liderado por un equipo español, se desarrolle en el extranjero y que esté bajo el paraguas de alguna universidad nacional o de instituciones como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) o el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH).
"Hay fundaciones que por ejemplo apoyan investigaciones en Egipto, pero nosotros somos los únicos que abarcamos toda la geografía mundial salvo Europa", destaca Bähr. Los fondos los obtienen a través del mecenazgo privado. "Se están consiguiendo resultados maravillosos y grandes éxitos gracias a la implicación de todos los investigadores que participan en las campañas", añade la directora de la entidad [Aquí puedes consultar la lista de los 59 proyectos].
Hace unos días, la Fundación Palarq también anunció la convocatoria del II Premio Nacional de Arqueología y Paleontología, un galardón bianual dotado con 80.000 euros que se concederá en 2021. Son veinte los proyectos candidatos, que incluyen investigaciones tanto en España como en África o el Kurdistán iraquí y que buscan el reconocimiento —cualitativo y económico— a un trabajo invisible para los premios estatales [Aquí la lista completa].