"El 2 de enero de 1871, vimos entrar en los Madriles al Monarca constitucional elegido por las Cortes, Amadeo de Saboya, hijo del llamado re galantuomo, Víctor Manuel II, Soberano de la nueva Italia". Hace exactamente 150 años desde que Amadeo I juró la Constitución en la capital de España. Gracias a Benito Pérez Galdós, su llegada queda plasmada en los libros.
Al dramaturgo, el nuevo monarca, que había llegado para traer felicidad a "estos abatidos reinos", le pareció animoso hasta la temeridad. Había llegado tras la Revolución de 1868 y el exilio de Isabel II y pretendía iniciar un nuevo y próspero período en la Historia de España.
Sin embargo, los caminos de España y Amadeo nunca terminaron de unirse, como si de aceite y agua se trataran. El país necesitaba un rey, así lo confirmaba la Carta Magna, y se pensaron un sinfín de nombres para ocupar el puesto. Se incluyeron los nombres del duque de Montpensier, cuñado de la defenestrada Isabel II, o su hijo, el futuro Alfonso XII; Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen, la opción prusiana; o el príncipe de Sajonia-Coburgo. Pero finalmente, el elegido, por designio de su padre y con el general español Juan Prim —que moriría poco después de la coronación a causa de un atentado— como principal valedor, fue un italiano masón que apenas conocía nada sobre el país que debía reinar.
Amadeo nunca pretendió reinar. Ya había formado una familia y lo que menos ansiaba era un cargo de tal envergadura. De todos modos, se vio obligado a aceptar la petición de su padre.
Inestabilidad
Amadeo I de Saboya, el rey demócrata (extranjero), ya que coronado por dictamen del parlamento y no por vía hereditaria o un matrimonio de conveniencia, sería también el efímero: su regencia, marcada por la inestabilidad política y las complicaciones, que incluyeron un atentado contra su persona en el verano de 1872, apenas duró dos años, desembocando en la proclamación de la Primera República.
Y es que en tan poco tiempo comenzó una nueva guerra carlista y empeoró la situación de la guerra de los Diez Años en Cuba. Sin buscarlo, logró unir a todos los españoles, pero en su contra. Ya fueran monárquicos, republicanos, miembros de la iglesia o campesinos, se formó un rechazo generalizado hacia su persona.
Amadeo, mientras tanto, cada vez tenía menos entusiasmo -si es que lo había habido alguna vez- por reinar un país inestable políticamente. Se refugió en compañías que tampoco le favorecieron, y en Madrid tenía fama de don Juan. Conoció así a Adela Larra Wetoret, hija del escritor Mariano José de Larra.
"Era la tal de mediana talla, bien formada y no mal constituida de carnes y anchuras (...) la tez morena, ojos expresivos, grande la boca, tan abundante el pelo que no se contenía dentro de sus límites naturales, extendiéndose por delante de la oreja como un rudimento suave de varoniles patillas", la analizó cuidadosamente Galdós.
En 1873, los rumores sobre conspiraciones que atentaban contra él, los abucheos y la disconformidad de la muchedumbre terminaron por superarle. Antes de abandonar el país, escribió una carta en la que se muestra el agotamiento del monarca respecto a los españoles: "Grande fue la honra que merecí a la Nación española eligiéndome para ocupar su Trono; honra tanto más por mí apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado".
Amadeo abandonó España en tren, con rumbo a Portugal. Se dice que incluso llegó a ordenar detener el vehículo para quitarse las botas y sacudirlas antes de pronunciar las siguientes palabras: "De España, ni el polvo".
El ya antiguo rey regresó a Italia, donde fallecería a los 44 años a consecuencia de una pulmonía. En España pronto se olvidaron de él, ya que tras su marcha se proclamó la Primera República y a los meses los Borbones ya estaban de vuelta.