Hay quien, a las guerras carlistas, prefiere llamarle Guerra Civil. Al fin y al cabo, supuso una división dentro de las fronteras españolas entre dos bandos en 1833: los carlistas y los isabelinos. Los primeros defendían la coronación de Carlos María de Isidro, hermano de Fernando VII, mientras que los segundos apoyaban la derogación de la ley sálica y el reinado de Isabel II, hija del rey.
En esta Primera Guerra Carlista, ya que llegó a haber hasta tres, hubo dos nombres que resonaron en los campos de batalla. Tomás de Zumalacárregui, duque de Victoria, y Baldomero Espartero. Ambos, enemigos, infundían un gran respeto entre sus filas. Su gran conocimiento de las tácticas militares de la época les sirvió para poner en aprietos al ejército contrario, aunque la muerte de uno de los dos pronto separaría tan ansiado duelo para los historiadores más belicistas. Y es que Zumalacárregui falleció el 24 de junio de 1835, dos años después del inicio de la guerra. Su muerte, absurda, fue completamente evitable.
Zumalacárregui había nacido en Cegama, un pequeño municipio de la Guipúzcoa profunda. Tras participar en la Guerra de Independencia, el reacio a las políticas liberales se unió a los defensores de Carlos María Isidro para derrotar el régimen liberal de los cristinos. Para ello, consciente de la inferioridad numérica de los carlistas, se amparó en las técnicas de guerrilla y se dice que "tuvo por segundo jefe de su ejército al paisaje".
En cuanto Espartero supo de la revuelta carlista, solicitó permiso para llevar su regimiento al País Vasco para combatirla. "Era una cuestión de lealtad a la Corona, de vencer a «los enemigos del trono»", escribe el historiador Adrian Shubert en su publicación, Espartero el pacificador (Galaxia Gutenberg).
Bajo el liderazgo de Zumalacárregui, aquellos campesinos norteños escasamente armados hicieron frente a los liberales. "Zumalacárregui parecía invencible en la primavera de 1835 cuando fue derrotando a un general cristino tras otro. Espartero tampoco se libró: el 2 de junio sufrió su mayor derrota de esta guerra en Monte Descarga", narra Shubert. Sus hombres fueron alcanzados por un pequeño destacamento de caballería carlista y estos entraron en pánico, sin que el valeroso militar liberal pudiera siquiera reagruparlos.
Una bala en la pierna
Espartero perdió hasta 1.200 hombres en su retirada a Bilbao, ya que le habían recomendado abandonar las alturas: "Una semana después de Monte Descarga, los carlistas habían tomado Villafranca, Tolosa, Vergara, Durango y Éibar.
En este sentido, Carlos María Isidro, ansioso por hacerse con el trono, insistió en que tomar Bilbao era un objetivo prioritario. Así, el 10 de junio comenzó el bombardeo de la ciudad.
No obstante, a los cinco días, sucedió lo que nadie esperaba. Mientras el militar vasco dirigía el sitio desde el palacio Quintana, recibió una bala rebotada en la pierna. En un principio, la herida no parecía grave. Los médicos le indicaron que en dos o tres semanas sanaría completamente y que estaba en buenas manos.
Zumalacárregui, por su parte, tenía otros planes. Ordenó que le tratara un peculiar curandero conocido como Petriquillo, un viejo amigo que poco sabía de la medicina más moderna de aquella época. Se le practicaron dos sangrías con sanguijuelas y se intentó aliviar su dolor de todas las maneras posibles.
Finalmente, en contra de lo que recomendaban los médicos, Petriquillo extrajo la bala de la pierna del militar carlista. Zumalacárregui falleció el 24 de junio en Cegama. Ni Carlos María Isidro ni los médicos del aspirante a monarca le habían conseguido convencer de no regresar a Cegama, ni de no fiarse de su compañero e inexperto curandero.
Con Zumalacárregui fuera de combate, Espartero se erigía como esperanza para unos liberales que habían perdido grandes cantidades de terreno en los dos primeros años de guerra. A partir de entonces, la iniciativa fue de los cristinos y en 1839 se firmó el Abrazo de Vergara, con el cual terminaba la primera de las guerras carlistas.