Las fuentes literarias grecolatinas, los autores clásicos, dibujaron a los pueblos hispanos que dominaban la Península Ibérica antes de la conquista de Roma ya no solo como bárbaros primitivos para justificar el derecho de dominio sobre este territorio, sino que también los caracterizaron por una forma de hacer la guerra basada en bandas irregulares de "guerrilleros" que emprendían fugaces razias. Así contribuyeron a presentar una misión civilizadora y pacificadora acometida por los ejércitos de la Urbs sobre unas comunidades salvajes sin apenas capacidades tácticas.
Pero nada más lejos de la realidad. La lectura crítica de estos mismos textos desde la perspectiva de la historia militar y los avances en el conocimiento gracias a las investigaciones arqueológicas realizadas en las últimas décadas han revelado un escenario mucho más complejo. Los lusitanos, por ejemplo, armaron ejércitos organizados de miles de hombres que operaron estratégicamente bajo el mando de caudillos, como el célebre Viriato, e ingeniaron maniobras de notable éxito. Una de ellas fue la retirada fingida, repetida en varias ocasiones y que consistía en revolverse y tomar por sorpresa a sus perseguidores: en 147 a.C. el temible guerrero emboscó y acabó con 4.000 romanos, entre ellos el pretor Cayo Vetilio. No fueron, por lo tanto, simples bandoleros.
Asimismo, cántabros y astures pusieron en grandes aprietos a las legiones romanas, que a finales del siglo I a.C. debieron asediar sus castros fortificados con grandes contingentes humanos y numerosa maquinaria. Una táctica similar a la de los vacceos, que ocupaban la cuenca media del Duero: protegidos detrás de las murallas de sus oppida, lanzaron operaciones de hostigamiento con su nutrida caballería contra las líneas de suministro enemigas. No obstante, la relación entre ambos mundos no solo fue de enfrentamiento: los hispanos también lucharon y murieron por los intereses de Roma —y otras potencias mediterráneas— desde el siglo III a.C. hasta la disolución del Imperio de Occidente.
Los conflictos armados fueron el eje vertebrador del mosaico de sociedades y pueblos con prácticas militares diversas que caracterizó la Península Ibérica en las centurias inmediatamente anteriores al cambio de era. Una aproximación actualizada y de gran interés general para derribar los tópicos más enraizados es lo que propone Guerreros de la antigua Iberia, una obra colectiva que reúne los artículos de algunos de los grandes especialistas en la materia y que se enmarca en la colección Cuadernos de Historia Militar, editada por Desperta Ferro.
"Como enemigos, aliados o súbditos, los hispanos marcaron los usos, tácticas y panoplia de los ejércitos romanos pero, sobre todo, contribuyeron con su sudor y su sangre a las derrotas y triunfos de los mismos y, por lo tanto, a las consecuencias históricas de sus operaciones a lo largo y ancho del mundo antiguo", resume David Soria, doctor en Historia Antigua por la Universidad de Murcia y que analiza en su estudio el papel de los auxiliares hispanos en los contingentes de Roma, no integrando exclusivamente las legiones en época altoimperial. En las campañas que desembocaron en el sitio de Numancia (133 a.C.), estos efectivos llegaron a componer casi la mitad de las tropas de Publio Cornelio Escipión Emiliano. Las alianzas se remontaron a antes de la conquista.
Armas copiadas
La obra está divida en once capítulos que radiografían las distintas comunidades de la antigua Iberia y su panoplia. De los íberos, con su característica falcata, el catedrático Fernando Quesada Sanz destaca que su forma tradicional de guerrear consistía en presentar batalla en campo abierto y era similar a la practicada en buena parte del Mediterráneo. No fueron derrotados por contar con un armamento inferior, sino por "el manejo táctico (in)eficaz de ejércitos que ya superaban en ocasiones los 20.000 hombres, la menor disciplina, la ausencia de mandos intermedios, etc.; aspectos en que los romanos de fines de la guerra de Aníbal eran ya maestros".
Los celtíberos, bautizados por el historiador Floro como el "vigor de Hispania", tampoco esquivaron las batallas campales. Fueron auténticos amantes de las espadas. "Diseñaron una gran variedad de formatos funcionalmente impecables además de estéticamente preciosos y de una factura tecnológica excepcional", escriben los historiadores Alberto Pérez Rubio y Gustavo García Jiménez. De hecho, los legionarios convirtieron el gladii hispanienses en su mortífera espada y copiaron el puñal celtíbero.
Ambos investigadores analizan también el "salvaje oeste" de vacceos —una sociedad peculiar con "alergia" a las espadas que optó por los puñales ornamentados de tipo Monte Bernorio—, vettones —cuya panoplia fue un "imán" de influjos foráneos sin parangón— y lusitanos, con mayor misterio en cuanto a sus armas ante la escasez de registro arqueológico.
Gran belicosidad y resistencia manifestaron astures y cántabros, como refleja el estudio del arqueólogo Eduardo Peralta Labrador, gran investigador de las guerras cántabras. Desafiaron a las legiones de Augusto en campo abierto a través de una "guerra de terreno" en la que se aprovecharon de su movilidad y armas arrojadizas y resistieron hasta la muerte —o el suicidio— en sus poblados fortificados. Su mentalidad guerrera y aguante lo corroboran el despliegue militar que Roma tuvo que efectuar para someterlos.
A los galaicos, según Francisco Javier González García, no se les puede caracterizar como pacíficos grupos de agricultores, imagen desarrollada en la segunda mitad del siglo pasado. Por el contrario, la guerra "fue una práctica común, frecuente y generalizada entre las poblaciones prerromanas del noroeste peninsular; una actividad importante para la reafirmación de la cohesión comunitaria frente a los grupos vecinos, capaz de otorgar riqueza y prestigio a sus practicantes y fundamental en los procesos de configuración social vividos por las comunidades galaicas durante la Edad del Hierro". Si estos destacaron por enfrentamientos de emboscadas, a los habitantes de las actuales islas Baleares se los rifaron Roma y Cartago por su pericia con las hondas.
"Superados ciertos complejos de dependencia e inferioridad en los análisis, el modelo emergente de la guerra en la Península, y especialmente en el mundo ibérico, muestra una organización militar perfectamente estructurada que define un sistema avanzado en el que unidades diferenciadas por el tipo de armamento que portan y el papel que desempeñan en el combate (caballería pesada, caballería ligera, infantería pesada, infantería ligera y auxiliares), se estructuran en función de los sistemas políticos y territoriales y no solo en base a vinculaciones tribales o de dependencia personal", cierra el catedrático de Prehistoria Francisco Gracia Alonso. La guerra en Iberia, un arte mucho más complejos que las simples razias de guerrilleros.