Dos siglos después de su muerte, el legado de Napoleón Bonaparte sigue dividiendo a la sociedad francesa. Resulta difícil lidiar con la enorme complejidad de un personaje histórico tan abismal, inclasificable en una sola palabra, actor principal de una época que estremeció a todo el continente europeo a base de desplazamientos de ejércitos de un tamaño nunca visto, cargas de bayoneta y ráfagas de cañonazos.
El emperador galo fue el fundador de la Francia moderna, pero también un déspota (ilustrado) que alcanzó el poder a través de un golpe; impulsó los liceos y un sistema legal que garantizaba la igualdad de todos los franceses ante la ley, la libertad personal frente a los arrestos arbitrarios, la separación de la Iglesia y el Estado o la desaparición de cualquier privilegio por razón de nacimiento, aunque ello no rebaja sus comportamientos misóginos y racistas; fue, sobre todo, un militar inteligentísimo, casi invencible —participó en sesenta batallas y asedios y solo perdió siete—, cuya ambición desmesurada provocó un baño de sangre: las Guerras Napoleónicas se saldaron con un coste de unos tres millones de vidas militares y otro millón de civiles.
Napoleón murió el 5 de mayo de 1821 en la isla de Santa Helena, en medio del inmenso Atlántico, a donde había sido desterrado tras caer derrotado en Waterloo (1815). El bicentenario de esta fecha, el próximo miércoles, se ha convertido en motivo de disputa (política) en Francia. Un bando retrata al corso como un héroe nacional mientras que el otro dibuja a una suerte de monstruo tiránico. Pero su biografía no puede quedar reducida a una enumeración de gestas bélicas, ni tampoco ser radiografiada desde postulados presentistas.
El presidente Emmanuel Macron no va a esquivar el acontecimiento, como sí hicieron otros de sus predecesores en el cargo con efemérides napoleónicas —Jacques Chirac, por ejemplo, se negó a participar en los actos conmemorativos del segundo centenario de la batalla de Austerlitz (1805), la mayor victoria de la carrera del corso—. A pesar de las presiones de uno y otro lado, tomará parte en un homenaje en el Instituto de Francia y depositará una corona de flores en la tumba de Napoleón en Los Inválidos, donde sus restos descansan desde 1840. Desde el Elíseo ya se ha asegurado que no hay intención de glorificar la figura del emperador ni de vilipendiarla con lecturas anacrónicas. Se tendrá en cuenta todo, también su papel en la restauración del esclavismo.
Es precisamente esa cuestión la que más divide en Francia. Napoleón, ya como primer cónsul, aprobó el 20 de mayo de 1802 una ley por la que se permitía de nuevo el comercio de esclavos en todas las colonias francesas, una práctica abolida ocho años antes en el marco de la Revolución. La evolución del corso a lo largo de su vida, al principio un extremista jacobino que apoyó el derrocamiento de la monarquía y que no condenó los actos de represión, fue bastante considerable.
Baño de sangre
Cuando llegó al poder, el militar se mostró partidario de volver a la época en que Santo Domingo, el actual Haití, aportaba 180 millones de francos anuales al tesoro francés, daba empleo a decenas de miles de marinos en 1.640 barcos y mantenía boyantes los puertos atlánticos de Francia. La antigua colonia esclavista suministraba a principios de la década de 1790 el 40% del azúcar y el 60% del café que se consumían en Europa y sumaba el 40% de todo el comercio galo con el extranjero. Sin embargo, para 1801, tras seis años de revuelta esclava liderada por Toussaint l'Overture, esos números se habían hundido.
El cabecilla de los negros liberados había establecido en mayo de ese mismo año una constitución —por la que se erigió en dictador vitalicio— en nombre de los principios revolucionarios de la libertad e igualdad. Además, formó un ejército de 20.000 antiguos esclavos tomando toda la isla y expulsando a los españoles de la mitad oriental, la actual República Dominicana. A finales de enero de 1802, una expedición de 20.000 soldados —reforzada unas semanas más tarde con otros 8.000— al mando del general Charles Leclerc, cuñado de Napoleón, desembarcó en Santo Domingo. Su objetivo era sofocar la rebelión y volver al escenario de dueños y siervos.
"El plan que [el corso] expuso a Leclerc contenía tres partes: en primer lugar, prometer a los negros todo lo que quisiesen, mientras ocupaba las posiciones estratégicas de la isla; en segundo lugar, arrestar y deportar a todos los posibles opositores; y por último, y solo entonces, embarcarse en la reintroducción de la esclavitud", explica Andrew Roberts en Napoleón. Una vida (Ediciones Palabra), una de las mejores biografías sobre el personaje. La estrategia de l'Overture consistió en destruir todos los recursos que encontrase en la costa y adentrarse después en la jungla montañosa para debilitar al enemigo a través de una guerra de guerrillas.
Además de la brutalidad de los combates, la malaria y la fiebre amarilla devastaron a las tropas francesas, incluido al general Leclerc. "La guerra se convirtió en poco tiempo en una campaña sangrienta de exterminio racial, por el que un Napoleón ausente sería responsable", señala Roberts. "Se incendiaron plantaciones, la tortura y las masacres se extendieron, las ciudades fueron saqueadas; se produjeron ahogamientos masivos, se utilizaron sacacorchos para cegar a los prisioneros franceses y las fuerzas de este país, a su vez, construyeron una especie de cámara de gas a bordo de un barco, en la que se empleó sulfuro volcánico para asfixiar a 400 prisioneros, antes de que el barco huyese".
La campaña concluyó en los primeros meses de 1803 con un balance desolador. Veinte generales, 30.000 franceses y puede que hasta 350.000 dominicanos de ambas razas habían muerto. Toussaint l'Overture, conocido como el "Espartaco negro", fue capturado y encerrado en una enorme celda helada en el Fuerte de Joux, en las montañas del Jura. Moriría de una neumonía el 7 de abril. "El asunto de Santo Domingo ha sido una estupidez por mi parte", acabaría reconociendo Napoleón, que también adoptó medidas para cortar de raíz el mestizaje, enviando a Europa "a las blancas que se hayan prostituido con negros, sea cual sea su condición".
"Fue el mayor error que cometí en toda mi época de gobierno. Tendría que haber negociado con los líderes negros, como habría hecho con las autoridades de una provincia", añadió. La experiencia le sirvió a Napoleón para descubrir las extraordinarias cualidades bélicas de esta gente y en 1809 creó una unidad llamada Pioneros Negros, formada por hombres de Egipto y el Caribe; también para profetizar que ningún país podría mantener la propiedad sobre ninguna colonia a perpetuidad. La derrota en Santo Domingo enterró los sueños napoleónicos de un imperio francés en la otra orilla del Atlántico.