La extracción del oro que nutría las arcas del Imperio romano y costeaba sus guerras requería de un complejo proceso. En las minas, gestionadas y organizadas por los legionarios, las poblaciones locales trabajaban en la obtención del metal precioso en virtud de sus deberes fiscales para con la Urbs como territorio dominado. Desde los pozos se transportaba hasta la capital, por unas vías que los historiadores y arqueólogos todavía desconocen, y allí se acuñaban los áureos, símbolo tangible del poder de los emperadores.
Hispania constituyó una de las mayores fuentes de oro de Roma en época imperial, sobre todo la esquina noroccidental, formada por Gallaecia y Asturia. Pero las fuentes clásicas, desde Catulo, un poeta del siglo I a.C., hasta el escritor y naturalista Plinio el Viejo, también destacaron la riqueza aurífera de una zona más al sur, el valle del Tajo, al que denominaron "aurifer Tagus". Una investigación arqueológica acaba de confirmar que fue así: el fenómeno de la minería del oro en Lusitania estuvo mucho más extendido y fue más importante de lo que se pensaba.
"Hemos demostrado que detrás de este tópico literario muy recurrente había una realidad: la existencia de un gran complejo minero", explica a este periódico Brais X. Currás, investigador del Instituto de Historia del CSIC y codirector del proyecto junto a F. Javier Sánchez-Palencia, profesor del mismo organismo. Un resumen de la investigación se ha publicado recientemente en un artículo de la prestigiosa revista Antiquity.
A través de medios de teledetección aérea, como imágenes LiDAR o fotografía histórica, se ha podido identificar un vasto conjunto de yacimientos en la zona del valle del Tajo y sus afluentes (el Zêzere, el Erges y el Ponsul), ubicadas fundamentalmente a cielo abierto y que se explotaban con la ayuda del agua. Pero también han salido a la luz minas a lo largo del cauce del río Alva, algo más al norte, y en la sierra de la Peña Francia (Salamanca). Se trata de una extensión que, según los expertos, cambia completamente la comprensión de la minería de oro romana en Lusitania, una zona hasta ahora solo estudiada parcialmente.
Cronología
Durante las investigaciones, iniciadas como parte del trabajo posdoctoral de Brais X. Currás y que continúan en el marco de dos proyectos que estudian los efectos de la minería romana en Hispania, también se han realizado varias excavaciones en el conjunto minero de Covão do Urso y Mina da Presa (Penamacor), casi en la frontera con Extremadura.
Los sondeos arqueológicos en la primera de las zonas se centraron en los depósitos de agua de la red hidráulica empleada para la extracción del oro, que conservan valioso material orgánico. Los análisis de radiocarbono han revelado que ese pozo comenzó a utilizarse en el siglo I d.C. y su abandono se registró en el siglo III, confirmando una de las principales hipótesis de los investigadores en cuanto a la cronología de la actividad. "También hemos identificado que, al mismo tiempo que se implantan las minas, se registran cambios en el entorno, provocados por la deforestación o por los movimientos de población", detalla Currás.
En el complejo minero de Penamacor, junto a Mina da Presa, los arqueólogos han documentado y prospectado el sistema defensivo de un campamento romano parcialmente destruido por la evolución de los trabajos de explotación del valioso metal. Las dataciones con radiocarbono han situado el origen de este recinto temporal a mediados del siglo I d.C., en época julio-claudia, cuando el territorio de Lusitania ya había sido totalmente conquistado. Además, se ha hallado en las inmediaciones del sitio un tesorillo de monedas de Augusto que confirma la cronología.
"Esto nos dice que los militares romanos están haciendo otras cosas que no tienen que ver con la guerra, como tareas técnicas en las minas relacionadas con la explotación del oro o controlando y administrando el territorio", asegura el investigador del CSIC, que también codirige el Proyecto AVRARIA, entre cuyos objetivos se encuentra la elaboración de un mapa detallado de toda la minería de oro en la Península Ibérica. El próximo mes de septiembre regresarán a la localidad portuguesa para seguir excavando y tratar de entender cómo influyó esta red de yacimientos auríferos en la población local —no trabajaban como esclavos, sino para cumplir con sus tributos contraídos con Roma— durante el Alto Imperio.
Desde una perspectiva geoarqueológica también se buscará determinar cuál fue la tecnología empleada por los romanos para el aprovechamiento de las minas, la evolución medioambiental que supuso para el territorio, el estatus legal de las áreas mineras y la presencia del Ejército en Lusitania en este momento y su papel en las tareas que debían colmar de oro las arcas imperiales. La arqueología sigue desentrañando la red económica, política y de comunicaciones que convirtió a Roma en la potencia más poderosa de la Antigüedad.