La arquitectura de Las Palmas es como una explosión de estilos y colores, de fachadas modernistas y vivas que esconden los pintorescos patios canarios, abiertos al cielo de la calima y con balaustradas de madera que crujen al pisarlas y que se enredan con las plantas. Pero la ciudad, fundada por el capitán castellano Juan Rejón en 1478 en lo que entonces era un palmeral, como recuerda una placa situada en una de las paredes de la ermita en la que supuestamente rezó Cristóbal Colón antes de zarpar en dirección oeste en busca de las Indias, esconde y luce todavía su legado inglés, british, un testimonio de gran relevancia en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.
Como dos portones que escoltan la entrada al cosmopolita Parque de Santa Catalina, en pleno centro, los edificios Miller y Elder dan buena muestra de aquella época de dinamismo. Sede respectivamente de la compañía consignataria Miller y Cia S.A. y la naviera Elder DempsterLines Ltd., ahora están reacondicionadas como sala alternativa cultural y Museo de la Ciencia y la Tecnología. Pero a través de ambas construcciones, de naves inmensas y alargadas, como si fuesen un mercado decimonónico o un matadero, emerge una historia trágica, de guerra y hambruna, de submarinos y boicot al comercio.
La cuenta ya con la voz agotada, después de tantas explicaciones al pequeño pelotón de periodistas que la persigue, Mayte Uceda, que no es natural de Las Palmas sino de Asturias, pero que se conoce los recovecos de la ciudad, sobre todo de la que ya apenas quedan vestigios, de la de hace un siglo, como si fuese Oviedo o Gijón. Es una historia olvidada, incluso por los propios canarios, dice: el bloqueo que sufrieron las islas durante la Primera Guerra Mundial, el pulso entre las embarcaciones británicas y alemanas para hacerse con el control del Atlántico y de las rutas por las que debían navegar las materias primas y los alimentos. Y como en cualquier guerra, quienes más la sufrieron, quienes más muertos tuvieron que llorar —por la desnutrición, las enfermedades— fueron los locales, los canarios, a pesar de ser neutrales, como el resto de España.
Ese es el telón de fondo en el que la autora sitúa su nueva novela, El guardián de la marea (Planeta), su bregado bautizo —tres años de documentación y escritura— en el género de la ficción histórica. Los efectos de la Gran Guerra en las islas Canarias y en sus habitantes, como la joven Marcela Riverol, la protagonista del libro, que se enamora de un teniente de la Marina alemana rescatado a la deriva tras haber caído al mar en un enfrentamiento contra otro submarino inglés —un suceso real, documentado—, o la tragedia del vapor Valbanera, que naufragó en las costas de Florida en 1919, a apenas seis metros de profundidad pero con un saldo de medio millar de muertos, son los acontecimientos que vertebran la esencia del libro, la historia de amor.
"La semilla de mi novela es la época del Valbanera, pero decidí situarla un poco antes, en 1918, para que los personajes avanzaran y evolucionaran, y cuando empiezo a buscar noticias sobre ese momento en Canarias [donde había hecho parada el vapor] encuentro una situación desesperada, de desabastecimiento total de productos", explica Mayte Uceda. ¿La razón? La presencia en Las Palmas de bancos y navieras británicas, cuyos buques exportaban a Reino Unido carbón y otros productos para el engranaje bélico aliado. Pero los alemanes, que hundieron durante la contienda 72 barcos con bandera española y también se aprovisionaban en el archipiélago, no estaban dispuestos a permitir ese tráfico marítimo de suministros.
Canarias no importa
El "brutal asedio", como lo define la escritora, provocó un desabastecimiento y unas carencias terribles en la isla de Las Palmas: "Lo que más me impactó fue leer algunas crónicas británicas que describieron cómo de desnutrida y empobrecida que estaba una población que llevaba varios años aislada". Una situación que apenas se esbozaba en los periódicos locales, y a la que tampoco dedicaron líneas los ilustres literatos canarios, como Benito Pérez Galdós o el cronista Alonso Quesada, reconoce sorprendida Uceda. "Creo que se descubrió a posteriori, cuando empezaron a salir testimonios como los del Hospital San Martín: las monjas contaban que no podían recibir más enfermos ni atender a más niños porque no tenían nodrizas suficientes. Todo fue muy dramático".
Al no tratarse de caídos en combate, asegura Mayte Uceda, no existe un censo de bajas registradas durante la Gran Guerra y que puedan atribuirse a los efectos del bloqueo. Una trágica coyuntura que no se resolvió con la victoria aliada. La reapertura de las comunicaciones significó un nuevo golpe para los isleños: la llegada de la mortífera gripe española. Otra desgracia más que también se trenza con precisión en la emocionante y realista novela.
¿Y cuál fue la actitud del Gobierno central durante todo este periodo? "Desde la Península no se hizo ningún esfuerzo por mejorar la situación que había aquí", zanja la autora. "En aquella época España estaba mandando tropas al Rif para pacificar aquella zona y veníamos de las demoledoras guerras con Cuba y EEUU. Lo único que interesaba en Madrid era conservar las posiciones en Marruecos. Lo que pasaba en Canarias no importaba". Un siglo después, su libro pretende resucitar y espolear aquella memoria.
Uceda, que además de escritora se disfraza de guía turística, muestra el barrio de San Nicolás, la Alameda de Colón, el mercado de Vegueta, la calle de Triana... escenarios por los que discurren sus personajes de ficción, pero que cuentan historias con reflejos de veracidad. "No soy partidaria de modificar hechos", asegura. "Cuando leo un libro histórico no me gusta que se altere la historia en favor de la trama. Prefiero usar el contexto, y hacerlo de la forma más fiel posible a la realidad, para transmitir una historia. Al ser mi primera novela histórica me vi con mucha responsabilidad, y todo lo que había descubierto quería transmitirlo a través de los personajes, no dar una lección de historia".