Max Aub, uno de los grandes escritores del exilio republicano, llegó a España el 23 de agosto de 1969, treinta años después de salir huyendo por el desenlace de la Guerra Civil. Desde el primer encuentro con la prensa, sin embargo, alertó de que aquel viaje no dejaba de ser un espejismo: "He venido, pero no he vuelto". Las autoridades franquistas solo le habían autorizado una estancia de tres meses con la premisa de recopilar materiales para un libro encargado por la editorial Aguilar sobre Luis Buñuel que nunca llegó a terminarse. Y lo que realmente provocó ese reencuentro con Madrid, Barcelona o Valencia, con su memoria, fue una acentuación de su gran tragedia: la del desarraigo.
No escribió Aub, al desembarcar de nuevo en México, una obra sobre el cineasta, sino un autorretrato sobre sí mismo: una suerte de diario que se lee como una novela en el que refleja toda su amargura al descubrir el brutal contraste que existe entre la realidad de la España de Franco, a quien llamaba el "guerrero invencible" de forma sarcástica, y el recuerdo de la España republicana que no pudo ser. "No llevo una semana aquí, es verdad, pero no conozco nada", dice. "Soy un turista al revés; vengo a ver lo que ya no existe", lamenta.
La gallina ciega se publicó en diciembre de 1971, poco antes de la muerte de su autor, y en su cincuenta aniversario acaba de ser reeditada por Renacimiento con un minucioso estudio introductorio del catedrático Manuel Aznar Soler. "Constituye su testimonio [el de Aub] literario y moral sobre la España franquista, su manera de asumir su responsabilidad como escritor. Un libro comprometido políticamente en la medida en que es la expresión personal de su memoria histórica y moral, de su verdad ética, de su lealtad a los valores de la cultura republicana contra el silencio cobarde y contra el olvido criminal", explica el investigador.
Max Aub firma una radiografía dolorosa de un lugar en donde fue tan feliz, en donde hubo tantos sueños. Califica al régimen de dictadura de mentira, silencio y odio —"España es un remanso: auténticamente: la paz de los cementerios"—; se indigna por la ignorancia y desmemoria de los sociedad española, sobre todo entre los jóvenes —"Porque la habilidad del régimen ha sido dejar en babia a la casi totalidad del país"—; y llora por el patrimonio artístico nacional: "¿Por qué desposeído tantos años de estos bienes? ¿Qué castigo merecimos? ¿Por qué nos privaron de estas luces y estas razones? ¿Por qué nos disminuyeron? Al fin y al cabo dejamos a Velázquez y a Goya para regocijo de los traidores".
El problema es que Aub no era más que un fantasma desconocido en la España de 1969, precisamente por esa desmemoria y por la censura franquista. "¿Quién soy yo para todos estos que llenan estos cafés del centro de Barcelona y sus enormes terrazas? Nadie". Y él mismo escarba más en esa herida del desarraigo: "La verdad es que somos un puñado de gentes sin sitio en el mundo. En México, a pesar de ser mexicanos, no nos consideran como tales. Aquí no podemos vivir más que mudos".
En la España de entonces, la lectura de sus Campos que conforman El laberinto mágico era una quimera. Aub era un escritor sin público, aunque una alegría iluminó su tristeza: la recuperación de su biblioteca perdida en 1939 gracias a la Universidad de Valencia, que se la entregó a su sobrino. Aznar Soler emplea una catarata de adjetivos para describir al Aub que se expresa sin tapujos de La gallina ciega: viejo, terco, enfermo, orgulloso, agresivo, hiperbólico, maniático, displicente, atrabiliario, pasional, exagerado, irónico, impertinente, obcecado, fraternal, leal, lúcido, tierno y sentimental.
"En La gallina ciega de Aub la intención es, como en sus novelas de El laberinto mágico, siempre verosímil pero no necesariamente cierta, una manera literaria de revelar la realidad que es a veces más eficaz que la revelación de la verdad misma", explica Manuel Aznar Soler. El escritor, en una entrevista en 1963, señaló que "toda historia da cabida a la ficción, del mismo modo que yo doy en mis novelas y cuentos cabida a la historia. Todas las novelas, las buenas novelas, son históricas. Es imposible reconstruir la realidad objetiva e imparcialmente porque todos la vemos e interpretamos de manera distinta. Un historiador es siempre un novelista".
Andrés Trapiello, en Las armas y las letras, define este diario como "un monumento al resentimiento y la amargura", "un monólogo con los fantasmas del pasado, muy cerca del ajuste de cuentas de alguien que tiene aún la herida abierta y, por tanto, pendiente de su proceso particular con la historia".
Vuelta imposible
Max Aub (París, 1903 - Ciudad de México, 1972), fue un destacado escritor hispano-mexicano de origen judío, hijo de un bisutero alemán que se instaló en Valencia y de madre de la alta burguesía sajona. Vivó en Francia hasta 1914. Miembro de la Generación del 27 y del PSOE desde 1929, antifascista leal a la legalidad republicana, crítico del comunismo de los países del llamado "socialismo real" pero no anticomunista, al estallar la Guerra Civil, que le sorprendió en Madrid, estaba considerado un destacado intelectual el grupo teatral valenciano El Búho.
En diciembre de 1936 se le nombró delegado cultural en la embajada de París, y luego comisario adjunto del Pabellón Español en la Exposición de París de 1937. De hecho, Aub fue el responsable de pagar a Picasso, en nombre de la República, los 200.000 francos del Guernica. A su regreso a España, en agosto de 1937, ocupó el puesto de Secretario del Consejo Nacional del Teatro. En enero de 1939, se exilió a Francia, instalándose en París, pero en abril de 1940 lo internaron en el campo de Roland Garros tras ser denunciado como comunista. Después de una larga odisea por distintos centros de reclusión, logró exiliarse en México.
En La gallina ciega también aparece el espectro del regreso a España, inviable por la falta de libertades públicas, sobre todo la de expresión, fundamental para un escritor. Y en este diario, como advierte Manuel Aznar Soler, Aub se convirtió en el protagonista de su propia obra y en víctima de su tragedia personal. El corazón, por una parte, le impulsa a la vuelta, pero la razón sofoca esa ansia. "Volver significaría cierto grado de complicidad con el franquismo, cierta manera de legitimar moralmente la dictadura, de traicionar los valores por los que el exilio ha pagado esa dura condena de treinta años de destierro", analiza el investigador. Palabra de Aub: "Al fin, yo soy la gallina muerta".