En la iglesia del Inmaculado Corazón de María, en la rue de la Pompe de París, está enterrado un antiguo miembro de la familia real española. Prácticamente nadie, ni los propios sacerdotes, conocen la existencia en la sacristía de la cripta de un pequeño túmulo cuadrado, de medio metro de largo por otro tanto de ancho, sin inscripciones, que conserva los restos del infante Luis Fernando de Orleans y Borbón, primo carnal del rey Alfonso XIII. Es un personaje monárquico olvidado, otra figura borbónica que cayó en desgracia a raíz de sus escándalos sexuales y correrías de todo tipo.
La vida del enfant terrible que alborotó a toda la corte la recupera ahora, para que no termine de esfumarse, el periodista Eduardo Álvarez en El hijo de Eulalia (La Esfera de los Libros). Se trata de una biografía novelada que, según explica su autor, ha sido elaborada de la forma más fidedigna posible a los hechos contrastados "He intentado huir de las cosas que podrían haber aderezado todavía más a Luis Fernando, que ya es un personaje de novela en sí, y que no se pueden confirmar con documentos, de esa nebulosa legendaria que envuelve algunas de sus peripecias", explica el autor.
Luis Fernando de Orleans y Borbón nació en Madrid en 1888. Fue el segundo hijo de la infanta Eulalia, quien precisamente da título al libro, el primero de Álvarez, muy coral por el amplio abanico de protagonistas que integraban la familia real española entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. "Era ella, como hija menor de Isabel II, la que tenía un puesto sucesorio importantísimo, y la relación con el infante, que fue siempre muy intensa, es un hilo argumental absoluto desde la primera página", subraya. Su madre, "la primera feminista de la monarquía española", también transgredió la moral de la época con una amenaza de divorcio.
A pesar de ser primo carnal de Alfonso XIII, Luis Fernando se revela hoy en día como un noble esquivo, que ha dejado pocas huellas de su vida. Monarca e infante, nacidos con apenas dos años de diferencia, crecieron juntos y mantuvieron una excelente relación. "La complicidad entre ambos era absoluta. Luis Fernando acompañaba al rey en cantidad de actos institucionales y momentos de ocio y este le aconsejaba sobre el camino que debía seguir", explica Álvarez, periodista de El Mundo especializado en las casas reales.
Gay sin rubor
Pero todo cambió con el aterrizaje de un Luis Fernando ya mayor de edad en París, en la deslumbrante capital mundial del fasto, epicentro de la Belle Époque y los locos años veinte. "El infante se convierte en uno de los protagonistas, era conocidísimo, estaba en todas las grandes fiestas de la aristocracia en las que se gastaban fortunas cada noche", detalla el autor. "Y se da cuenta de que no tiene nada que ver con la vida de corte, con la institucional. Ahí es cuando se empieza a separar de la familia real". Tampoco ayudaron a mantener la relación con su primo los escándalos en los que se vio inmerso: ruidosos episodios sexuales, tráfico de drogas, redadas policiales...
Bon vivant y gay confeso —el escritor y biógrafo José Carlos García Rodríguez le tildó de "el rey de los maricas"—, ¿cuánto influyeron sus aventuras con los hombres en su expulsión de los círculos monárquicos? "En todas las dinastías ha habido miembros homosexuales. La novedad respecto a Luis Fernando es que fue un homosexual indisimulado en un momento histórico que le convertía en un auténtico heterodoxo", explica Eduardo Álvarez, y asegura que el infante tuvo numerosas pretendientas. De hecho, se casó, en otro gran escandalazo, con Marie Say, la acaudalada y septuagenaria princesa viuda de Broglie, quien le sacaba más de treinta años. El dinero es más poderoso que cualquier forma de amor.
La definitiva defenestración de Luis Fernando se registró en una noche de alcohol, drogas y desenfreno con su amante y un chapero, que acabaría muerto y con las autoridades parisinas y españolas tratando de silenciar el trágico episodio. El 9 de octubre de 1924, a través de un real decreto, al infante se le expulsó de la familia real "en atención a la conducta que viene observando (...), que no permite que conserve con dignidad los honores de que ha sido investido y las mercedes que por mí han sido otorgadas", según sentenció el rey. Solo hay otro ejemplo más de un infante por nacimiento que murió sin ese título.
La respuesta del infante a su primo fue lacónica, pero digna del mejor adivino: "Me retiras lo único que no puedes ordenar, pues nuestros títulos son inherentes a nuestra persona. He nacido y moriré infante de España, como tú has nacido y morirás rey de España mucho tiempo después de que tus súbditos te den la patada en el culo que te mereces". El exinfante murió solo, pocos días después de una compleja operación de testículos —los excesos le habían pasado factura—, en 1945. Los medios españoles apenas recogieron una breve nota sobre su fallecimiento.
Medio en broma medio en serio, Eduardo Álvarez opina que sería una buena idea para la familia real actual repatriar los restos del infante. "Es verdad que es un pariente demasiado lejano, pero no deja de ser miembro de la dinastía. Ahora que estamos en un momento de renovación de la Monarquía, con el tan complicado reinado de Felipe VI, le vendría muy bien rehabilitar su figura. Si rizamos el rizo, se le podría inhumar debajo de algún monumento erigido en Chueca en su honor", propone.
Y cierra su libro desvelando un llamativo paralelismo con el presente. El hermano mayor de Luis Fernando, Alfonso de Orleans y Borbón, fue uno de los grandes escuderos de Alfonso XIII y una de las pocas personas que le acompañó en su exilio en 1931. Y el nieto de Ali, como se le conocía, es Álvaro de Orleans, primo y estrecho amigo de Juan Carlos I, propietario de la fundación Zagatka, que pagó viajes por importe de ocho millones de euros al Emérito. Todo queda en famiglia.