El sultán Saladino es una de las figuras más preeminentes de la historiografía medieval. Sus múltiples facetas como gobernante, protector de la fe o estratega militar, le valieron la admiración por parte del mundo islámico y cristiano por igual. Desde destructores británicos bautizados en su nombre durante la Segunda Guerra Mundial; hasta libros de caballería europeos que señalaban su liderazgo y valores férreos. Una leyenda avivada a lo largo de los siglos por gestas como la toma de Jerusalén, la impresionante victoria de la batalla de Hattin o su participación en la Tercera Cruzada, que le enfrentó a los principales gobernantes europeos y sus ejércitos.
Espejo del mundo medieval caballeresco, por su ejemplo de buen y noble guerrero, así como imagen incombustible de los nacionalismos árabes. El nombre de Salah ad-Din Yusuf se reparte entre los hechos históricos que ocuparon su vida y las gestas e incorrecciones que más tarde poblaron sus biografías. Un nuevo libro, Vida y leyenda del sultán Saladino (Ático de los libros) trata de discernir entre ambos aspectos, arrojando luz sobre más de diez siglos de reinterpretaciones y propaganda en torno al sultán ayubí.
Jonathan Phillips firma un ensayo colosal desde el que mirar a los acontecimientos de la vida del genial guerrero con cierta distancia. Con toda una vida dedicada al estudio de las guerras santas, este nuevo libro trata de crear una narrativa intermedia y contrastada.
Los tiempos de Saladino
Fue un golpe de suerte el que puso a la familia ayubí en el camino al poder. El padre de Saladino, Najm al-Din Ayyub, era el gobernador de la ciudad de Tikrit, al noroeste de Bagdad. Su buena relación con los caudillos turcos, llegados desde Eurasia, empujados por el frío y asentando su imperio desde Tierra Santa hasta Kasgar, en la actual china, asentando el poder de los nómadas selyúcidas. Un proceso inmerso dentro de la escisión islámica ocurrida cuatro siglos antes, la separación entre suníes y chiíes.
Dicha división estaba representada en tiempos de Saladino entre la dinastía abasí (suní) y la fatimí (chií), asentada en El Cairo. Aunque no era la única fe de oriente, también existían otros cultos como el judaísmo, zoroastrismo o los arcaicos cultos politeistas, diseminados entre la población musulmana; también cristianos, Francos resistentes en las principales ciudades de Tierra Santa, como Jerusalén arrebatada a los musulmanes en 1099, durante la Primera Cruzada.
Phillips trata de contextualizar el origen de la Yihad y la influencia que las cruzadas papales tuvieron en la radicalización islámica. Este concepto se recoge en el Corán como parte de los esfuerzos que la buena práctica del islam comporta. Aunque fue el desarrollo de la contracruzada el que acabó por resignificar una lucha armada obligatoria contra los ejércitos invasores. Saladino vivió precisamente este proceso de cambio, adaptando medidas cada vez más estrictas como la prohibición del consumo de alcohol de sus ejércitos, o la promoción de obras religiosas con el objetivo de generar un corpus propagandístico de sus conquistas.
Saladino acaparó numerosos méritos en vida, aunque principal mente destaca la unificación política y religiosa del Islam en la lucha contra los cristianos. La conquista de Egipto y Siria cimentaron su gobierno, pero también le granjearon enemigos mucho más sutiles que los cruzados.
La secta de los asesinos
De entre todos los cultos, el de los nizaríes destaca especialmente dentro de la historia del sultán. Más conocidos como 'los asesinos', jugarían un papel vital en Persia y Siria, donde asentaron su poder. Su origen radicaba en las disputas que envolvieron a la sucesión del califato de El Cairo en 1094, apoyando a Nizar, hijo del califa al-Mustanir. Desde el magnífico castillo de Masyaf controlaban a una secta de asesinos que sería conocida de forma despectiva más tarde como al-hashishiyya —los fumadores de hachís—.
Los gobiernos de Alepo y Damasco no pudieron impedir que se asentasen en las cordilleras litorales sirias. Entregados a la pobreza, su parco estilo de vida chocaba directamente con los valores que los selyúcidas y fatimíes practicaban en sus opulentas cortes. Sobre ellos corrieron ríos de tinta, contradictorios en su mayoría. El cronista Guillermo de Tiro, fuente ineludible para los estudiosos de las cruzadas, se trataba de un grupo guiado por un líder elocuente, Sinan, conocido simplemente como 'El Viejo'. Aunque otros escritos hablan de demonios poseídos por instintos suicidas, una visión no muy alejada del modus-operandi de la organización.
Con la llegada al poder de Saladino en Egipto, coronado como caudillo suní por excelencia, las actividades de los nizaríes —inscritos a la corriente chií— estaban en peligro. En el invierno de 1175, dos asesinos intentaron infiltrarse en su campamento de Alepo. El emir de la ciudad había ordenado su asesinato a Sinan, aunque el primer intento pudo ser frustrado, el definitivo llegaría en la primavera de 1176.
De nuevo entre la leyenda y la realidad, esta biografía recoge la llegada de un emisario que se presentó en el campamento del sultán para entregarle un mensaje de gran importancia. Saladino hizo abandonar al resto de hombres su tienda, quedándose en la compañía de dos guardias mamelucos. Cuando el recién llegado se dirigió a estos, ambos se descubrieron como miembros de la secta, perfectamente infiltrados durante toda la campaña como personas de confianza de Saladino. Obligando al sultán a negociar un acuerdo con la organización y levantando el asedio del castillo de Masyaf.
Un gobernante respetado
En su investigación, Jonathan Phillips, reúne tanto las crónicas árabes como las cristianas para acercarse a la figura histórica del sultán. Su atención a las artes, el bienestar del pueblo y su bondad, han sido debidamente registrados en los volúmenes dedicados los siglos posteriores a su reinado. Su buena relación con Ricardo Corazón de León —su gran adversario durante la III Cruzada— es bien conocida, llegando incluso a enviarle cargamentos de nieve a su tienda para mitigar las fiebres que atenazaban al rey inglés. Los árabes le recordarían como un descendiente espiritual del Yusuf coránico, el nombre de pila que recibió tras su nacimiento.
Sin embargo, su autor también apunta a una consciencia plena del entorno de la Corte del sultanato, llegando a argumentar: "La simetría entre las cualidades de Saladino y los libros de consejos del gobernante ideal parecen tan perfectas que resultan increíbles". Durante años ha perdurado una visión romantizada de quien también recibió duras críticas, recogidas por historiadores a ambos lados del mundo. El autor señala los reproches al reparto de la herencia de Almanzor, el califa de Córdoba; o las, en ocasiones, anquilosadas relaciones con su homólogo inglés.
El autor señala la importancia que el mandatario daba a la propaganda, consciente de que esas mismas hazañas servirían para afianzar aún más su legado político. Philips termina su investigación loando la labor, en constante evolución y cambio, de traductores e investigadores que nos permiten acercarnos de una forma mucho más veraz a la verdadera imagen de un personaje fascinante y plagado todavía de secretos por desentrañar.