“El triunfo del cristianismo es el triunfo de la literatura”
Lorenzo Silva y el autor Emmanuel Carrère conversan sobre la religión, el arte, la literatura y la búsqueda de la verdad.
18 octubre, 2015 00:32Noticias relacionadas
Quedamos a almorzar con Emmanuel Carrère (París, 1957) en un restaurante madrileño, de cocina típicamente española. Se deja aconsejar en cuanto a la elección de primero y segundo y le pedimos un salmorejo y un rodaballo salvaje. Se muestra encantado con ambos. Carrère, probablemente uno de los autores franceses vivos más importantes, que cuenta en su haber con obras maestras como El adversario o Limónov, es un hombre atento y cordial, sin rastro alguno de afectación ni endiosamiento.
Una vez que damos cuenta del almuerzo, conectamos la grabadora y damos comienzo a la entrevista a propósito de su último libro, El reino, recién traducido por Anagrama y que el año pasado fue distinguido en Francia con el premio literario de Le Monde. Una obra tan ambiciosa que sus protagonistas son nada menos que san Pablo y san Lucas (y al fondo, Jesús), y que reflexiona, a partir de los orígenes del cristianismo, sobre la dialéctica inagotable entre la fe y la increencia, entre el dogmatismo y la duda racional.
La conversación gira en torno a la religión, sus excesos y sus críticos, pero también sobre el arte y sobre la búsqueda de la verdad, hasta donde cabe hallarla. Carrère consiente en que hablemos en inglés, la lengua, de las que entrevistado y entrevistador comparten, en la que éste se siente más cómodo. Sin embargo, a mitad de la entrevista, y en una pregunta algo espinosa, pide cambiar al francés. Imposible decirle que no, lo que nos da el placer de escucharle en ese francés pulcro, preciso y nada efectista que le distingue.
Por empezar por algún lado, algo que impresiona de El Reino es cómo hablas en él acerca de tus cosas personales, por ejemplo acerca de tus crisis de fe, tus pensamientos suicidas, incluso tu navegación por Internet buscando porno. Me impresiona, he de reconocértelo; en mis novelas a mí me costaría mucho hablar de mí. No sé si entonces, cuando hablas de ti mismo, construyes un personaje o eres completamente sincero. Parece lo segundo, que no escondes ni te maquillas.
Creo que no, intento realmente ser sincero, y creo que lo soy, pero la sinceridad y la verdad no son la misma cosa. Hago los mejores esfuerzos para ser sincero, para ser honesto. Y hay otra cosa, en lo de escribir acerca de uno mismo, incluso cosas que pueden parecer no demasiado halagadoras para uno, u honorables: de hecho no hay peligro en eso, en absoluto. Para mí lo que pueda haber de moralmente cuestionable está en lo que escribas sobre otra gente, no sobre ti mismo. Te contaré una historia que apreciarás. Mucho tiempo después de la guerra de Argelia, el general Massu fue acusado por haber torturado a gente y él lo reconoció. Para excusarse, el general dijo esta cosa increíble: "Torturar con corriente eléctrica no es tan terrible, lo probé sobre mí mismo, y puedo decir que no es tan terrible". Es algo estúpido: lo terrible de la tortura es que no sabes cuándo parará, porque no depende de ti. Cuando depende de ti, nada es terrible. Al escribir acerca de ti mismo, tú eres quién manda, puedes decidir lo que quieres y no quieres decir. Pero cuando escribes sobre otra gente, aquí está lo potencialmente cuestionable, porque tú decides, y sé que en alguna ocasión, no en este libro, sino en otro, Una novela rusa, sé que, en fin, no lo lamento, pero escribí acerca de cierta gente cosas que eran realmente ofensivas para ellos y esto es para mí lo delicado. Escribir acerca de mí, bueno. Que veo porno, ¿he de sentirme culpable por eso? Bueno, es algo así como una captatio benevolentiae, el lector pensará "éste lo confiesa, eso me alivia, no estoy solo". No veo ningún peligro, pero procuro no fingir.
Bueno, ésa quizá sea la cuestión más inocente, pero cuando hablas de depresión, de pensamientos suicidas, esos son estados que en cierto modo te hacen menos apto para estar en sociedad, para ser fiable. La gente se avergüenza mucho de reconocer esa clase de cosas.
Sí, pero en cierto sentido creo que contar esa clase de cosas no es sólo bueno para ti, sino también para el lector que se siente avergonzado por ellas. Aunque no sea el propósito principal, es uno de los buenos efectos colaterales de todas las autobiografías: cuando alguien te cuenta eso de su vida dices, "bueno, también es así", y sientes un gran alivio.
Me parece magnífica la respuesta de tu psicoanalista, cuando le planteas tus pensamientos suicidas. Es realmente una respuesta antológica: "A veces, el suicidio es una solución".
Es una gran respuesta, sí.
No me gusta el desdén de los no creyentes hacia los creyentes, y al revés, no me gusta el desdén…
¿Por qué introdujiste todo este material personal en una historia que es tan universal, tan importante para toda persona que profesa una fe o la ha abandonado? ¿Cuál es la función que cumple este material?
La fe es realmente una cuestión de testimonio personal, en mi opinión. Por tanto, si uno tiene un testimonio personal que aportar, en un asunto como éste, debe hacerlo, especialmente si uno está hablando de algo que, como dices, es tan importante, tan grande, tan trascendente. La puerta de entrada a ese asunto es tu experiencia personal, es una cuestión más de honradez que de narcisismo. Quizá haya también algo de narcisismo, de acuerdo, pero creo que es importante decir "no te estoy contando la Verdad, sino lo que yo pienso, lo que yo creo, lo que yo siento". Realmente yo no creo en la objetividad, así que… Hay una frase que la gente usaba mucho en los 70, en mítines políticos y otras ocasiones por el estilo: “¿Desde dónde hablas?”. Para mí es una cuestión muy relevante, y creo que debes decirle al lector desde dónde hablas tú. Es una regla para mí, no lo considero una regla general, pero también como lector prefiero libros en los que sé quién me habla.
En este caso tu experiencia es muy útil, porque has sido creyente y ya no lo eres. Por tanto, puedes identificarte con los dos lados, con las dos lecturas de la historia.
Lo que es muy importante, una de las cosas más interesantes y uno de los mayores desafíos de este libro es que yo quería ser leído por creyentes y no creyentes, que la gente pudiera entrar en el libro desde estas dos puertas opuestas. No me gusta el desdén de los no creyentes hacia los creyentes, y al revés, no me gusta el desdén…
La conmiseración…
Sí, eso es, la conmiseración de los creyentes hacia los no creyentes. Quería evitar ambos excesos, de modo que fue para mí una suerte haber tenido esta experiencia personal. Aunque mi fe no fuera de primera calidad, al menos tuve este momento en que estuve convencido y puse todas mis esperanzas y expectativas vitales en la fe. Quizá no era un buen cristiano, pero fui un cristiano devoto durante tres o cuatro años, que no es mucho en una vida pero ahí está.
Hace unos días se comunicó conmigo a través de Twitter alguien que me dijo que llevaba un club de lectura católico, y me preguntaba si este libro era adecuado para lectores católicos. ¿Cuál sería tu respuesta? Puedo darte la mía…
Tengo la respuesta de L’Osservatore Romano, que hizo una reseña magnífica.
Mi postura es realmente de agnosticismo. Como alguien dijo, no soy tan creyente como para ser ateo.
Vaya, con esa autoridad no se puede competir. Me alegra que coincidamos, porque le dije a quien me preguntó que absolutamente sí.
Muchos lectores cristianos, incluso sacerdotes y obispos, me han dicho que el libro les gusta y ha sido importante para ellos porque les hace pensar y es una especie de prueba, de ordalía para su fe. Consideran que es útil y les ha ayudado a pensar y conocer el verdadero contenido de su fe. Creo que hacia la fe, especialmente la cristiana, hay tres actitudes principales. Primero la de la gente que nació y creció en ella y no la cuestiona: es su fe porque era la de sus padres y no se hacen más preguntas. Cada vez hay menos gente así, pero la hay.
Luego está la gente que considera que la fe es algo que pertenece al pasado y que tiene algún interés histórico, cultural o artístico, pero que es una mentira, un cuento. Y en tercer lugar hay gente que no se siente del todo cómoda con esa idea del sistema de recompensas que hay detrás de la fe, ni cree en un Dios, pero algo de lo que recubre esa palabra, Dios, existe aún en su mente, en su alma, si es que tal cosa existe. Yo pertenezco a esta tercera clase de personas. Y creo que también está aquí mucha otra gente, incluidos muchos lectores de este libro. Y les interesa un libro que trata de dar un relato fiable y legible de cómo empezó todo, pero que también trata de considerar honradamente qué significan estas historias y si tienen algún sentido, alguna importancia aún. Mi respuesta es sí, todavía son importantes para mí. No me considero un creyente católico pero no creo que el cristianismo, en lo mejor de él, sea sólo cuestión de fe.
Bueno, hay una posición acerca de la fe muy antigua, más que el cristianismo, la de Protágoras, el filósofo sofista: "no puedo decir que los dioses existan, o no existan, la cuestión es demasiado oscura para la brevedad de la vida y del entendimiento human".
Mi postura es realmente de agnosticismo. Como alguien dijo, no soy tan creyente como para ser ateo.
Una cuestión muy interesante que plantea tu libro, en términos contemporáneos, es la del respeto. El respeto de los creyentes hacia los no creyentes y a la inversa, que no es precisamente la tendencia actual. Estamos viendo cómo aumenta la fe fanática y cómo se endurece la posición de los ateos que se muestran despectivos hacia la fe.
Estoy de acuerdo con eso. No puedo decir más.
Quiero decir, este enfoque tuyo no es casual ni azaroso, no es una coincidencia que lo adoptes. La situación en este momento es de un conflicto intenso entre la fe y los no creyentes. Tú hablas de la contraposición entre pirronianos y dogmáticos, y afirmas que no hay nada en medio de ambos.
No lo digo yo, lo dice Pascal…
Bueno, digamos que de Pascal, de tantas posibles, haces justamente en el libro esa cita. ¿Qué es lo que piensas tú al respecto?
Desde luego que me siento en el lado pirroniano, fui una vez dogmático, así que sé perfectamente lo que es, pero no siento que pueda volver a ser dogmático nunca más…
La cuestión es, ¿cómo nosotros, los pirronianos, podemos manejarnos con los dogmáticos?
El propósito del libro no es decir cómo tratar con los dogmáticos, realmente no lo sé…
Te daré un ejemplo. Hablas en tu libro de la diferencia que había, para los romanos, entre la religio y la superstitio. La religio es el conjunto de usos y normas comunes que nos ayudan a vivir juntos, y la superstitio es, bueno, la vertiente dogmática que nos separa y, como tú dices, la superstitio puede incluso vincularse a aspectos no religiosos. Por ejemplo, ahora mismo, en España, estamos asistiendo a una pugna entre gente que cree en una nación catalana, que es una realidad superior para ellos, y gente que dice "no creo en tales realidades superiores, trato de vivir mi vida lo mejor que puedo, prefiero tener una buena relación con mis vecinos..." Pero el hecho es que en muchos casos, no sólo en éste que cito sólo como ejemplo, los dogmáticos se están imponiendo a los que no lo son. ¿Cómo tratar con ellos sin desdeñarlos? Porque si los desdeñas como creyentes en un falso Dios, alimentas el conflicto.
A ver… ¿Puedo decirlo en francés?
La democracia, los derechos del hombre: ésa es nuestra religión laica a la que yo personalmente me adhiero sin reservas.
Sí, sí, claro.
En mi libro, para trasponer el concepto al momento actual, y de un modo algo provocador, digo que el equivalente de la religio para nosotros, en Occidente, es la democracia, los derechos del hombre; ésa es nuestra religión laica a la que yo personalmente me adhiero sin reservas (aunque no me olvido, después del libro que escribí sobre él, del punto de vista de un Limónov, que cree que todo esto son gilipolleces). En fin. Y el ejemplo de la superstitio sería el islamismo, ese islamismo fanático que es nuestro enemigo. ¿Qué hacer con este enemigo, cómo tratarle? Intento verlo con los ojos de aquellos romanos cultivados del siglo I o II: esos judíos, esos cristianos, que para ellos eran todos la misma cosa, de religión oriental, un poco sucios, para ellos esa gente era la superstitio que amenazaba la noble religio romana y la noble civilización romana. Finalmente, esa superstitio, el judeocristianismo, acabó por absorber la tradición grecorromana, lo que era la peor pesadilla de esos griegos y romanos cultivados; lo peor que les podía ocurrir.
El resultado fue esa cosa que llamamos la civilización occidental, por la que ahora lloramos porque está en el trance de desaparecer. Una civilización que se ha hecho con la mezcla de ese admirable legado del que estaban tan orgullosos los griegos y romanos y de este engendro amenazante, peligroso que nace de estos judíos y cristianos, así que no sé… Si continuamos trasponiendo, no sé cual será el desenlace. Pero puede ser que de la religión oriental, peligrosa, fanática, es decir, del Islam, incluso del islamismo, y su cruce con nuestra civilización occidental, puede que sea de ahí, de donde puede salir alguna cosa. Y soy muy cauto, al decir esto, pero si pones al lado un momento de crisis histórica y otro, puede que resulte al final algo muy, muy inesperado. Es, en esencia, lo que encuentro interesante del libro de Houellebecq. Esa cosa… Vamos a ver, no creo en absoluto en la predicción de Houellebecq de que a corto plazo…
Nadie la cree, ni él, diría yo.
Sí, es una parodia, pero lo que encuentro interesante de su libro es que hay tal sensación de horror en el mundo del liberalismo, de los mercados, en el que vivimos, que él toma el islamismo y los peores miedos frente a él, y te dice, bueno, si triunfa, quién sabe; incluso puede ser mejor.
Es un poco cínico, al decir eso, y cómo lo dice.
Pero ahí está la idea, si quieres, de que pueden producirse en la historia de las civilizaciones cosas que nos parecen de lo más espantoso y que luego nos habituemos en seguida.
El cristianismo, antes que una doctrina es verdaderamente un relato, muy extraño, muy improbable y que inexplicablemente ha tenido un éxito enorme
Por otra parte, el nacionalismo, representado por ejemplo en Francia por Marine Le Pen, es dogmatismo, también. Esto es, nosotros tenemos también nuestros dogmáticos, nos hallamos entre dos dogmatismos de signo contrario, no estamos enfrentando sólo ese dogmatismo exterior representado por el islamismo, sino también un dogmatismo interior que se le opone. ¿Se puede vivir dentro de esa pinza?
Mira, he intentado analizar la primera parte, pero en cuanto a la segunda, no me quiero meter en el terreno del análisis político, porque soy muy torpe ahí. Es decir, sobre estas cuestiones podría decirte cosas muy banales, lo que te contaba antes creo que es más interesante, sobre esto otro no saldría de lo más elemental.
Tampoco te quiero llevar a ese terreno, sólo era por agotar la discusión sobre el dogmatismo y sus formas. Hay un aspecto, volvamos a la literatura, que me interesa mucho de tu libro y es el hecho de convertir a figuras como san Pablo, san Lucas, o el propio Jesucristo, en personajes literarios. ¿Qué piensas de ellos, como tales? Está su consideración religiosa o histórica, pero tú has tratado con ellos como personajes literario., ¿Qué juego te dan en esa condición?
El Nuevo Testamento viene a ser en sí mismo un relato literario, el triunfo del cristianismo es el triunfo de la literatura. El cristianismo, antes que una doctrina es verdaderamente un relato, muy extraño, muy improbable y que inexplicablemente ha tenido un éxito enorme, tan gigantesco que todavía no ha terminado.
¿Y cuál es para ti el personaje fuerte, el mejor, literariamente hablando? No hablo de religión, ni de trascendencia histórica. El que tú prefieres. ¿Jesús? ¿Pablo? ¿Lucas?
Son muy diferentes. Desde el punto de vista literario clásico, Pablo es de muy lejos el más intenso, es perfecto para un retratista, es un héroe de novela extraordinario, como don Quijote, es un gran personaje. Con contrastes, sombras, luces, pasión, emoción. Un gran personaje, sí. Lucas es un personaje que va muy bien con él, como a don Quijote le va bien Sancho, o a Sherlock Holmes, Watson. Lucas es realmente como Watson, yo lo adoro como personaje, a Watson, y como él, Lucas es también un estupendo escritor.
Si hubiera hablado del Islam sería mucho más peligroso. Hablando del cristianismo no arriesgas gran cosa.
Creo que estos personajes aparentemente subalternos son muy importantes. Sancho es muy importante, por ejemplo.
Sin duda, y Watson también es un personaje maravilloso. El último de los tres, el personaje más complejo, es Jesús. No es el personaje central del libro, porque se oculta mucho, es un personaje muy difícil y misterioso. Y lo que me parece muy hermoso, lo que admiro incluso de la Iglesia primitiva, si lo piensas bien, es el hecho de haber guardado cuatro evangelios. Normalmente la tentación de cualquier institución a la que le empieza a ir bien como la Iglesia, hacia el siglo IV, cuando se define el canon del Nuevo Testamento, habría sido hacer una versión homogénea, unificada, que fuera la "línea del partido" y en su virtud presentar una figura de Jesús que fuera coherente. Pero la Iglesia guardó los cuatro evangelios. Sí, descartó los apócrifos y todo eso, pero guardó cuatro. Y encuentro extraordinario que los guardara. No es la tendencia normal del espíritu humano. Y creo que ha guardado los cuatro para tener la riqueza resultante de mezclarlos, pero también, sin ser consciente, por intuición literaria.
Hay una intuición literaria extraordinaria: la figura de Jesús es infinitamente más fuerte, más misteriosa, teniendo, como en Rashomon, cuatro versiones, que no son del todo contradictorias, desde luego, pero que tienen contradicciones e incoherencias… Creo que de eso brota, en gran parte, la fascinación que despierta la figura de Jesús. Desde el principio sabía que no quería escribir una vida de Jesús. Quizá por una reverencia casi religiosa, preferí aproximarme a él indirectamente.
¿Y no has tenido miedo de cómo podía leer la gente esta historia? Tanto creyentes como no creyentes, los primeros desde la fe y los segundos desde la incredulidad… ¿Has tenido en algún momento la sensación de que estabas trabajando con una sustancia peligrosa, con la que había que tener un cuidado especial?
Mira, después de todo, se trata del cristianismo, si hubiera hablado del Islam sería mucho más peligroso. Hablando del cristianismo no arriesgas gran cosa, y eso es así sin duda también porque el cristianismo es una religión vieja, con todo lo que asocias a la vejez, un cierto desfallecimiento, una cierta sabiduría… Por eso no sientes verdadero peligro. Por supuesto todo libro puede suscitar hostilidad, pero confiaba en mi buena fe. No tengo fe pero sí buena fe, tengo la impresión de ser un escritor que trata honradamente de buscar lo justo y de invitar el lector a reflexionar del mismo modo. Debo decir que hay libros que he escrito con mucha angustia, pero aquí no ha sido el caso. Cierto es que me ha requerido mucho trabajo, pero ha sido un trabajo muy dichoso, he disfrutado enormemente.
Un trabajo muy libre, también, da la sensación.
Sí, me he sentido libre, y además había una cosa, muy agradable, la idea de hacer un libro que tenía un proceso de elaboración muy largo, y yo me decía "no hay presión, esto se acabará cuando se acabe, tengo tiempo, si no sale a la primera, ya lo corregiré, y un día, estará". Al final hasta me dio pena haberlo acabado.
¿Y qué piensas de la novela histórica convencional? Y lo pregunto por eso que describes en cierto pasaje del libro, acerca de esas novelas donde aparecen unos romanos hablando de asuntos cotidianos como si el autor o los lectores estuviéramos allí. ¿Crees que estas novelas ya no pueden seguirse haciendo como antes?
No, creo que sí pueden seguirse escribiendo, no me molestan. Pero no quería hacer así este libro. No podía hacerlo así porque hablaba en primera persona, soy yo el que cuenta la historia, y así, de paso, puedo evitar decir eso de ave, Pólux, pasa al atrio, puedo limitarme a presentar la acción. Si escribiera en tercera persona, me vería obligado a hacer esas cosas, pero no quería. No me apetece hacerlo, personalmente, lo que no quiere decir que haga ninguna condena moral o artística de quienes lo hacen. No hace mucho volví a ver Ben-Hur con mi hija y me pareció no sólo muy espectacular sino muy inteligente y muy notablemente escrita. Me pareció una muy buena película.
Creo en la existencia histórica de Jesús, creo que es un falso debate, una discusión estúpida la que plantean los ateos que alegan que no existió
Algo que pensaba leyendo tu libro es cómo la literatura o el arte en general puede mostrar la verdad. Y me acordaba de aquello que escribió Walter Benjamin de que no hay conocimiento verdadero ni verdad conocida, y que sólo en el arte pueden encontrarse fragmentos de verdad. ¿Sientes esa responsabilidad, frente a la verdad, aún sabiendo que no puedes alcanzarla, que sólo tienes un punto de vista y eres siempre subjetivo? Me refiero a la verdad en literatura, a la verdad en el arte.
Mi respuesta a tu frase de Benjamin es la frase de Kafka: "Soy muy ignorante pero no por eso la verdad deja de existir". Yo pienso que la verdad existe, pero también pienso que no tengo acceso a ella, pero para empezar puedo tratar de acercarme. Hay una diferencia entre una obra de arte que se sitúa en el terreno de la imaginación y algo que se sitúa en el terreno de la Historia, es decir, que te refieres a una realidad que verdaderamente ha tenido lugar. Hay una particularidad del cristianismo que yo creo que la gente olvida a menudo y es que el cristianismo no funciona como una mitología, esta historia la vida de Jesús, o la de los apóstoles, está inserta en la Historia (no la resurrección, esto ya es cuestión de fe); se trata de personajes que han existido históricamente, no como en el caso de las figuras mitológicas como puedan ser Hércules o Júpiter. A Hércules o Júpiter puedes representarlos como te plazca. San Pablo, no sé exactamente cómo sería, pero ha existido, y tenía un físico, un rostro preciso.
¿También Jesús?
Sí, sin duda. Creo en la existencia histórica de Jesús, creo que es un falso debate, una discusión estúpida la que plantean los ateos que alegan que no existió. Cosa diferente es decir que no resucitó, pero que existió un pequeño agitador religioso galileo que fue crucificado bajo el imperio de Tiberio, eso es algo atestiguado incluso por autores paganos. No veo el interés de negarlo. No sé qué rostro tenía Jesús, pero tuvo uno, y muy concreto, aunque nadie lo conozca. Es legítimo que el lector espere un enfoque realista. Es algo que ha ocurrido realmente y los problemas que plantea son problemas de historiadores. Se refiere a algo real. La verdad no es sólo un concepto filosófico, sino también factual: es que tal o cual hecho ha sido exacto o no. Y puedes leer también los Evangelios diciéndote "cuando Lucas dice esto, ¿es verdad, o no?". Cuando dice que Jesús ha resucitado, creo que no, que es una invención de Lucas, pero cuando refiere tales o cuales palabras de Jesús, me pregunto si dijo realmente aquello, y el criterio de decisión es muy subjetivo, muy intuitivo… Por ejemplo, cuando el evangelista dice que el soldado que viene a prender a Jesús y al que cortan una oreja se llama Malco. Ese nombre de Malco, no tiene ningún interés simbólico, pienso que ese soldado debía llamarse realmente Malco…
Otro ejemplo, que me gusta mucho, es lo que los exegetas llaman el criterio del embarazo. Es decir si hay en un texto algo que el autor no habría deseado escribir, y que ha escrito, es un indicio de que eso puede ser verdad. Por ejemplo en el evangelio de Marcos, que era el discípulo y el secretario de Pedro, éste es descrito como alguien que dice cosas poco sensatas, a quien Jesús dice "mi pobre amigo, no seas simple". Yo me digo: sin duda eso es cierto, porque a Marcos debe de haberle causado embarazo escribirlo. O por ejemplo, si en un retrato oficial de un rey, el rey se ve guapo, gallardo y sonriente, yo te digo que puede ser que fuera así y puede que no. Pero si tiene una gran verruga, puedes decir: seguro que era así.
Creo que los Evangelios están enormemente trufados de invenciones, pero que hay una especie de sustrato de verdad factual cierta
Es lo mismo para un abogado, cuando alguien dice algo que va contra su interés, es más creíble como testigo.
Lo que quiero decirte es que hay multitud de estos pequeños criterios, que no son científicos, pero que permiten hacerse una idea, reflexionar acerca de dónde está la verdad. Yo creo que los Evangelios están enormemente trufados de cosas que cumplen una función teológica, ideológica, incluso mitológica, invenciones, en definitiva, pero que hay una especie de sustrato de verdad factual cierta.
Es por eso por lo que dices que en el libro haces una investigación. Una investigación sólo puede hacerse sobre una realidad.
Lo que yo creo, e incluso él lo dice, es que el mismo Lucas hizo una investigación. El texto de los otros evangelios, sea el de Juan, el de Mateo o el de Marcos, tiene un comienzo que implica una profesión de fe. El evangelio de Lucas comienza de forma completamente diferente: dice algo así como que sabe que es una historia que interesa a mucha gente, que la verdad no se sabe a ciencia cierta, "yo he preguntado a unos y a otros, a los testigos que todavía viven, y he intentado hacer un relato…" Es el programa de un periodista, de un investigador, de un historiador.
Es totalmente diferente.
Ésa es una de las razones por las que escogí a Lucas. Como él dice, yo he hecho una investigación, y he tratado de imaginar lo que pudo haber sido la suya.
Una última pregunta. ¿Y después? ¿Qué se puede hacer, después de un libro como El Reino?
No lo sé. No lo sé en absoluto, honestamente. No tengo ningún proyecto.
¿No tienes ninguna historia en mente?
No, ninguna en absoluto.
¿Será entonces éste tu último libro? ¿Hemos de dar esa mala noticia a tus lectores españoles?
Ah, no, espero que no, vamos. Pero así en seguida no tengo ningún proyecto, lo que resulta bastante novedoso para mí. Es como esa noción agrícola del barbecho, ¿sabes? Cuando dejas que un campo repose un tiempo. Así llevo un año ya.
Pues esto es todo, creo. Muchas gracias. Ha sido un honor.
También ha sido un placer para mí. Espero que tengamos la ocasión de continuar la conversación en otra oportunidad.
Así sea.