Para mucha gente, Art Spiegelman (Estocolmo, Suecia, 1948) es el autor de Maus. Para muchos otros, Spiegelman es además el padre del cómic contemporáneo. Antes de él hubo muchos grandes innovadores, cierto. El maestro Will Eisner, para empezar. Y los clásicos norteamericanos: Milton Coniff, Winsor McCay, George Herriman, Alex Raymond… Sin irse tan lejos, está claro que Robert Crumb fue una influencia como coetaneo.
Pero Spiegelman hizo suyo todo ese magma en el puchero creativo que eran Nueva York y San Francisco durante las décadas del underground. No se limitó a reproducir o proseguir por el mismo camino: investigó, se salió del sendero fijado, propuso nuevas formas y fondos para un género que hacía décadas que había dejado de ser sólo consumo para ser arte. Ese proceso creativo originó una exposición, que pudo verse en 2012 en Angulema, y cuyos contenidos llegan ahora a las tiendas españolas en un tomo, Co-Mix. Art Spiegelman. Una retrospectiva de cómics, bocetos y dibujos (Ed. Reservoir Books).
Un mes por página
“Los buenos comix [la palabra que le gusta utilizar al autor] son los comics nutritivos, a diferencia de los pastelitos Twinkies de Hostess que aparecen en la mayoría de los cómics infantiles o en la sección de tiras cómicas de los periódicos”, cuenta el propio Spiegelman en una de las pocas citas del libro, que prefiere explicar al artista a través de su obra. “Los comix que me gustan, y que intento hacer, pueden leerse con pausa y varias veces. Tengo la esperanza de que la lectura aporte algo nuevo. Intento que cada viñeta sea importante y en ocasiones llego a dedicar hasta un mes a una página. Es como un zumo de naranja concentrado”.
Ese proceso creativo se ve claramente en sus bocetos para Breakdowns, una antología de 1977 en la que se retrataba a sí mismo pegando un buen trago de tinta china. O en los estudios, realizados con diversos materiales, para la portada del número 7 de la revista RAW, de 1985, una publicación underground ya célebre en la que comenzó a dar rienda suelta a su creatividad más libre.
En uno de los grabados que realizó en 1990 por encargo del Print Club de Filadelfia y Corridor Press, Spiegelman muestra una sucesión de personajes clásicos, desde el Yellow Kid a Mickey Mouse, Popeye y Krazy Kat, deambulando por un espacio en el que yacen dos cadáveres, que representan al comercio y al arte: sus padres. Así ve el dibujante el cómic, como una extraña mezcla en la que muchas cosas estaban vetadas porque se trataba sólo de entretener, de pasar el rato, de vender cómics para chavales.
Pero él siempre ha buscado otro fin. “Spiegelman aprovechó los descubrimientos de los precursores de Lichtenstein, Picasso, Schwitters y Duchamp para hacer comics tan complejos como los cuadros de cualquier otro”, explica J. Hoberman en un ensayo sobre la obra del dibujante a modo de prólogo en el libro. “Spiegelman difumina el contorno del paradigma de la alta y baja cultura en todos los niveles”, asegura el crítico de cine y ex compañero de los tiempos universitarios de Spiegelman.
La Pandilla Basurilla
Hoberman se pregunta: “¿Quién puede decir que los cromos tan populares e intencionadamente vulgares y/o subversivos -Wacky Packs y la Pandilla Basurilla-, que el artista concibió y diseñó para la compañía de chicles Topps mientras trabajaba en Maus, son menos escandalosos que los incendiarios chistes visuales de sus portadas para The New Yorker, o una forma menos trascendental de dirigirse al público?”.
A lo largo de las 138 páginas de este tomo de gran formato vemos desarrollarse la imaginación feroz e iconoclasta de Spiegelman, que lo mismo se burla del infierno en fanzines juveniles de 1962 que invita a seguir el flower power en 1972, dibuja historietas picantes y ya de marcado trazo ochentero en Playboy en 1979 o crea collages imposibles en The Malpractice Suite, en 1976.
Pero en Spiegelman, al contrario que en muchos artistas, no hay décadas flojas o menos creativas. Los 60 y 70 son más hippies, locos, directos. En los 80, estiliza su discurso visual, pero no deja de investigar, ya sea con las portadas de obras de Boris Vian que hace para un editor alemán o en la revista RAW, fundada junto a su mujer.
El volumen aborda la creación de Maus, su emblemático viaje a sus propias raíces a través de la historia de sus padres en la Europa conquistada por los nazis y en un campo de concentración. El tomo muestra numerosos bocetos y estudios de texto. Si algo se aprecia en el volumen es lo minucioso de su proceso creativo. Nada surge al azar.
Un ensayo de 1991 de Robert Storr desmenuzó el trabajo del autor en una exposición sobre esta novela gráfica, que arrancó en las páginas de RAW entre 1980 y 1985 y que Spiegelman culminó en 1991: “La enorme cantidad y variedad de dibujos que ha hecho y conservado Spiegelman documentan el compendio de los diversos pero interrelacionados componentes de Maus. Bocetos espontáneos, revisiones meticulosas, superposiciones y descartes -muchos de los cuales constituyen obras individuales muy notables- son prueba del meticuloso trabajo necesario para dotar al libro de toda la información y el conocimiento posibles”, cuenta el artista y crítico de Nueva York.
Sin la sombra de las torres, Breakdowns o La fiesta salvaje, otras obras clave en la trayectoria de Spiegelman, aparecen trazo a trazo, paso a paso, en este gran viaje visual al universo de un autor al que, asegura, le emociona “el lenguaje secreto” de los cómics, “los los elementos formales subyacentes que crean las ilusiones”.
“La tira cómica apenas ha dejado atrás su infancia. Igual que yo. De modo que tal vez crezcamos juntos”, asegura Spiegelman. Hoy se puede afirmar que así ha sido.