“Este cómic se ha impreso con tapa dura por si necesitas un arma contra alguna entidad pertinente”. La frase irá “en alguna esquinita” de Gran Hotel Abismo, el cómic de David Rubín sobre la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza, que aparecerá a principios del 2016. El género se ha vuelto sensible a los problemas de los españoles peor parados como consecuencia de la crisis financiera.
“Hay una especie de conciencia común que hace que los autores den el salto hacia el colectivo: ya no se trata de hablar de ti, ni de un personaje que hayas creado, sino de lo social”, explica Max, uno de los dibujantes más reconocidos y fundador de la revista ya desaparecida Nosotros somos los Muertos. “Con tantos años catastróficos, cada vez con más miseria y viendo que el Estado de Bienestar se dilapida por el capricho de cuatro gatos que se enriquecen con el sufrimiento de los demás, es normal que nos centremos en estos temas. Con más fuerza que nunca.”, añade David Rubín. Denunciar y agitar conciencias, estas son las claves del género en la actualidad.
Gran Hotel Abismo (Astiberri) es un cómic con contenido político, “en contra de una ley terrorífica y antidemocrática y de los verdaderos antisistema, que son los de traje y corbata, que nos estrangulan antes que gobernarnos”. El mismo año también verá la luz Presas fáciles (Norma Editorial), de Miguelanxo Prado, un cómic policíaco sobre las preferentes y los desahucios. “Los autores no vivimos al margen de la realidad y cuando tienes tantas historias que te indignan, tienes que soltarlas. Hace tres años empecé a escuchar noticias sobre las preferentes, de cómo gente perdía sus ahorros. Supe que tenía que escribir sobre eso. Los datos eran apabullantes y no había lugar para eufemismos: era un timo en toda regla, permitido por el Estado”, cuenta Miguelanxo.
Ya este año, Nadar publicó El mundo a tus pies (Astiberri), una crónica sobre la precariedad del empleo y la emigración joven. “Lo mío fue un acto reivindicativo”, recuerda. En paro hace más de un año, viviendo en casa de sus suegros y sin perspectiva de mejora, “quería poner en evidencia la situación de los jóvenes en España: una generación que no puede aspirar a un trabajo digno, que pierde su independencia y termina teniendo que irse del país, como le ha pasado a tantos”. También este año se publicó Los vagabundos de la chatarra (Norma Editorial), de Jorge Carrión y Sagar Forniés, sobre los buscadores de basura en Barcelona. “Llevaba varios años pensando en cómo aportar algo a este contexto de crisis y cuando decidí contar esta historia, sabía que no quería hacer un trabajo clásico”, dice Carrión.
La cultura de la imagen
Además de la predisposición de los autores, el cómic tiene características propias que ayudan a trasmitir este tipo de mensaje a los lectores: “La cultura ha priorizado a la imagen sobre el texto y eso jugó a nuestro favor. Utilizamos los dos lenguajes, lo que ayuda a explicar mejor las historias sin tener los condicionantes que puede tener la televisión, por ejemplo”, explica Max. “Aquí sólo necesitas una buena historia, tu imaginación y tus dibujos, no estás pendiente de presupuestos altísimos y eso te da libertad. Por eso creo que el cómic puede ser un arma poderosísima en estos tiempos”, añade David Rubín.
El cómic puede ser un arma poderosísima en estos tiempos
Y luego hay ocasiones en las que el cómic traspasa las fronteras del libro físico e intenta calar más hondo en la sociedad, allí donde las conciencias empiezan a formarse. Es el caso de Jorge Carrión y Sagar Forniés, que han creado una página web de Los vagabundos de la chatarra, con documentación y material didáctico para que los profesores pueden tratar el tema en sus aulas. “Creo mucho en el cómic como herramienta pedagógica y si quería denunciar esta realidad tenía que encontrar una manera de ir más allá de los lectores del papel”, cuenta Jorge Carrión. El proyecto les ha valido la nominación al premio de periodismo de innovación Gabriel García Márquez de este año.
El Pulitzer fundacional
El cómic de cariz social se remonta a 1975, con Paracuellos, de Carlos Giménez. La historieta, basada en la experiencia del autor, contaba el día a día de los niños que vivían en los hogares de Auxilio Social en la dictadura española. A finales de los setenta, con el inicio de la democracia, el género explora terrenos antes prohibidos por la censura, pero desde una perspectiva más lúdica y menos crítica. “Es cómic social también, aunque más underground, muy fantasioso, pero que toca temas de la vida a pie de calle que antes no podían hablarse, como la prostitución, las drogas, la homosexualidad o las nuevas corrientes políticas, como el anarquismo”, explica Max. Los ochenta fueron años de experimentación. “En los quioscos lo que vendía eran las revistas de aventuras y de ciencia ficción”. Fue el auge de los superhéroes, las historias fantásticas y el culto de los personajes.
A inicios de los noventa, con el Pulitzer de Art Spiegelman, dibujante que contó las experiencias de su padre como superviviente del Holocausto en el libro Maus, el género despertó una nueva realidad. “Es lo que llamamos cómic fundacional. Los artistas se dieron cuenta de que había otro tipo de cosas que se podían contar con una historieta”, analiza Max. A partir de entonces, el cómic sobre temas sociales fue ganando terreno hasta el boom de publicaciones de los últimos años.
¿Cómic o novela gráfica?
Conquistó un lugar propio dentro del género, asentado en un público cada vez más amplio y ayudado por un concepto del que se ha adueñado: la novela gráfica. “De repente, a los cómics les llaman novelas gráficas y al público más adulto y cultivado ya no le da vergüenza reconocer que los lee”, dice Pere Joan, compañero de fatigas editoriales de Max y autor de Mi cabeza bajo el mar. “Por fin hemos acabado con la patraña de que el cómic es sólo para niños”, añade. Los personajes reales y las historias cercanas hicieron lo demás: “Hemos salido del gueto gracias a la novela gráfica. El público entiende que ya no tiene que saberse la historia de un personaje de memoria y que no todo gira en torno a una saga fantasiosa, sino que hay historias que nos impactan a todos”, dice David Rubín.
A nivel internacional destacan nombres como Joe Sacco (Notas al pie de Gaza; Días de destrucción, Días de revuelta), Guy Delisle (Pyongyang; Shenzen) o Pino Creanza (Cairo Blues), que además de tratar temas sociales, asocian el cómic al periodismo. “Suelo decir que el cómic es el nuevo Nuevo Periodismo. En papel, es muy difícil llegar más lejos que periodistas como Gay Talese o Tom Wolfe, pero con el cómic se puede innovar, ofrecer otra manera de mirar y entender la realidad”, explica Jorge Carrión.
Que mi cómic sea un arma de destrucción masiva contra la estupidez y la mediocridad
“El cómic no es ciencia-ficción, es un lenguaje, como la fotografía, el cine o la música. Te permite contar todo lo que quieras: historias reales, reportajes, ficción… Y además es un producto que permanece más tiempo que un periódico, por ejemplo. Es una obra a la que siempre puedes volver”, añade Pino Creanza.
El futuro es optimista para un género al que aún le queda espacio para crecer, ayudado por un contexto que favorece la protesta y la reivindicación. “Son varias generaciones dándose cuenta de que algo va mal y que hay que cambiar cosas, y veo con mucha alegría que tantos autores se lancen a por el tema. Es un arte que aún no ha desarrollado todo el potencial que tiene. Tiene cada vez más público, cada vez más artistas y no le veo fronteras”, dice Max. Los autores, por su lado, prometen seguir dando guerra, mientras la realidad siga nutriendo sus lápices de enfado: “Quiero aportar mi granito de arena a esta lucha, que mi cómic sea un arma de destrucción masiva contra la estupidez y la mediocridad, que es lo que alimenta este sistema corrupto”, sentencia David Rubín.