Después de los latigazos, Jan emitía pequeños aullidos cada vez que la camiseta le rozaba la espalda. La piel le escocía y el lamento, más tenue, se reproducía una y otra vez entre las paredes como una metáfora de sí mismo: la condena de la repetición. Cuando uno está sometido a vejaciones diarias, las horas caminan despacio como un anciano sin prisa. La nocturnidad tampoco avanza porque el filo del insomnio le corta el cuello a la noche.
Hace siete años que Jan Pêt Khorto (Alepo, 1986) consiguió salir de la cárcel y huir de su país, Siria. Fue arrestado por el servicio secreto sirio (mukhabarat) en 2007, con 21 años, por el contenido político de sus poemas y por defender los derechos del pueblo kurdo, del que él forma parte. En los 78 días que estuvo aislado en una cárcel —y otros 29 en otra celda minúscula con 80 personas más— recitaba en su cabeza una y otra vez las frases con las que habría expresado su furia de haber tenido papel y lápiz. “Tejía mis poemas en mi interior”, dice.
Me rompieron una pierna, me rompieron los dedos. Sólo conseguí salir cuando firmé una declaración escrita diciendo que había cometido un delito
La poesía germinaba en unas manos que el régimen de Bashar Asad cortaba cada día. Había dirigido sus escritos a los mismos que ahora le despellejaban. Como consecuencia, Jan permaneció encerrado 107 días en total, en los que sufrió torturas y humillaciones constantes: “Me rompieron una pierna, me rompieron los dedos. Sólo conseguí salir cuando firmé una declaración escrita diciendo que había cometido un delito. Ahora no lo haría, pero tal y como yo lo veo, en realidad no estaba consintiéndolo, sólo buscaba ser libre”, explica a EL ESPAÑOL desde su casa en Copenhague (Dinamarca).
En cuanto lo consiguió, Jan, como un arqueólogo que desentierra un material preciado, comenzó a escarbar en su memoria para extraer los poemas que había compuesto en la cárcel. “Las palabras me persiguen todavía”. El resultado fue un poemario, Tentaciones del infierno, el tercero de su colección y únicamente traducido al danés.
Poesía política
Con quince años comenzó a darse cuenta de cómo el gobierno sirio —bajo el régimen baazista— castigaba al pueblo kurdo. “La gente no se atrevía a hablar de política, de derechos, de libertad… Ni siquiera en espacios privados. La poesía fue la respuesta a toda esa ira que yo tenía”. Publicó su primer poemario —It’s just never ending words— con diecisiete años, y el segundo —The puzzle—, a los diecinueve. Ambos, solo disponibles en árabe, fueron prohibidos en Siria. “Se necesita un permiso del Ministerio de Información para imprimir cualquier libro, permiso que yo no obtuve por la orientación de mis poemas: dignidad humana y libertad política. Usé muchísimas metáforas para expresar mi mensaje: hablaba del amor, de la existencia, de dioses y diosas, del dualismo de la vida…”. Como diría el vate sirio Nizar Qabbani en referencia a su profesión, Jan no escribía “poesía como el poeta occidental”, sino “el acta de suicidio”.
Caigo sobre mi cara,
un latigazo retumba en mi espalda,
cuarto
quinto
décimo
me pierdo en el laberinto,
pierdo la cuenta
hasta que el látigo llega de nuevo y me despierta
Jan estaba de pie junto a su hermana el día que fue arrestado. Era 16 de marzo y, como cada año, guardaba cinco minutos de silencio por los kurdos que Sadam Husein asesinó con gas nervioso —aquel día de 1988, la aviación iraquí roció con armas químicas la ciudad kurda de Halabja—. “Cuando mi hermana y yo nos alejábamos de la multitud, unos coches comenzaron a rodearnos. Nos separamos, pero quince hombres salieron de los automóviles y me metieron en uno de ellos. Estaba en shock, todo sucedió demasiado deprisa. Sólo podía pensar en que mi hermana estuviera a salvo. Me sentaron en la parte trasera de un Opel Station y comenzaron a golpearme con sus puños y con la culata de sus kalashnikov. Solo pude escuchar al que estaba sentado delante decir por el walkie-talkie: ‘Señor, tenemos a Jan Khorto con nosotros’”.
Tras salir de la cárcel, en 2008, huyó hacia Beirut (Líbano). “No tuve más remedio. El servicio secreto seguía viniendo a mi casa y exigiéndome que trabajase para ellos, que espiase a los kurdos. Controlaban mis movimientos. Mi padre, que nunca apoyó que escribiese poesía, me dijo nada más salir de la cárcel: ‘Si quieres seguir escribiendo, éste no es tu sitio: debes abandonar el país o no seguirás vivo’”. La capital libanesa era el primer lugar que Jan visitaba fuera de Siria. “Creía que la gente me observaba, me vigilaba, me espiaba. Sentía que estaba en constante peligro”, recuerda.
Inseguridad
Incluso ahora en Copenhague a veces tiene la misma sensación de inseguridad. “Mi única ambición era estar lo más lejos posible de mi país. Incluso en él, en el que se suponía que era mi hogar, me sentía un exiliado por ser kurdo. Ahora vivo en el exilio de mi exilio”, añade. El viaje continuó por Turquía, donde cogió un barco con dirección a Grecia. “Fue la segunda vez que creí que iba a morir —la primera fue cuando me detuvo el mukhabarat—: el barco en el que iba se hundió. Más de la mitad de las personas que iban conmigo murieron en el agua. Yo me salvé gracias a los guardacostas griegos”.
He escrito mucho sobre la prisión, sobre la tortura, sobre huir y sobre mi vida como refugiado, pero muy pocos poemas salen a la luz
Tras llegar a Grecia, Jan cogió un avión a Alemania, y de ahí, a su destino final: Dinamarca. En su condición de refugiado en un país extranjero, saber inglés le facilitó las cosas: lo primero fue buscar un trabajo no cualificado para, poco a poco, ganar algo de dinero y aprender danés. Más tarde conocería a la que ahora es su esposa.
Jan lava con poesía el rostro del dolor. Se despierta con él —las marcas del látigo en el cuerpo se lo recuerdan— y con versos abofetea su cara para espabilarlo, como a un crío que no quiere ir al colegio. Es su manera de imponerse ante el desconsuelo: “He escrito cientos de poemas que son en realidad confesiones. Dolor, alegría, anhelo, horror, sufrimiento… A veces evito escribir sobre un sentimiento concreto porque no quiero inmortalizarlo. He escrito mucho sobre la prisión, sobre la tortura, sobre huir y sobre mi vida como refugiado, pero muy pocos poemas salen a la luz. El resto son para mí”.
Siria es la putita del mundo. Cualquiera que desee satisfacer ciertos intereses políticos irá y violará mi tierra.
Ahora Jan ejerce de periodista —comenzó la carrera en Damasco, pero su detención interrumpió sus estudios universitarios— y es miembro de la Junta del Instituto cultural sirio de Dinamarca. Es libre, sí, pero no olvida que, como escribía el poeta sirio Ali Ahmad Said, “el tiempo avanza apoyado en un bastón de huesos de muertos”. Los de sus familiares, los de otros kurdos, los de otros sirios. “El régimen sirio es responsable de más del doble de muertes que el Estado Islámico”, denuncia.
“Siria es la putita del mundo. Cualquiera que desee satisfacer ciertos intereses políticos irá y violará mi tierra. La atención que el extremismo islámico está recibiendo está ocultando la situación real. Para ciertos estados, derribar al ISIS es más importante que derrocar al gobierno de Asad. Estados Unidos y Rusia siempre antepondrán sus intereses a los intereses del pueblo sirio”. Según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), desde que estalló la guerra civil en 2011, más de cuatro millones de sirios se han refugiado en países vecinos —Turquía, Líbano, Egipto, Irak y Jordania—. Además, hay más de siete millones de desplazados internos en el territorio (casi una tercera parte de la población).
Por la noche
cuando los cadáveres se amontonan
me siento solo
Asegura que Occidente no está concienciado de la dimensión de la crisis de los refugiados. No en cifras, claro, sino en términos humanitarios: según ACNUR, los niños son los principales afectados por este conflicto en el que ya han muerto al menos 200.000 personas. La organización siempre recuerda que quienes huyen de la violencia en su país lo han perdido todo y en muchos casos solo les queda la ropa que llevaban al dejar sus casas. Por eso, Jan considera que los sentimientos hacia los refugiados son “selectivos”. “Decidimos ver las noticias para pensar que nos preocupamos por ellos y sentir algo de satisfacción. Es muy duro generalizar, pero cuando una persona se informa de lo que ocurre en Siria, poco después apaga la tele y sale a tomar algo. Los que huyen de la guerra ni siquiera tienen esa opción”.
Recuerda a tu pueblo ahogado,
recuerda a la paloma y al cuervo,
recuerda la rama del olivo
y cierra los ojos