"Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentas". Con este reproche, Sancho quiso ya en el último capítulo de la novela que su amo, el noble caballero Don Quijote, saliera del letargo para retomar las hazañas que les habían aupado al estrellato. "Los de hasta aquí, que han sido verdaderos en mi daño...", contestó Alonso Quijano, ya cansado de la interminable caminata. Es el fin. Y tanto peso o más cargaba sobre sus espaldas el creador de la primera novela moderna, Miguel de Cervantes, cuando expresó su deseo de ser enterrado en el Convento de las Trinitarias Descalzas, en Madrid. Terminó por llevárselo la diabetes semanas más tarde, el 22 de abril de 1616. Su cuerpo fue enterrado sin reconocimientos ni homenajes.
Este año se cumplen cuatro siglos de aquel acontecimiento y todo apunta a que esta vez sí contará con los homenajes que mereció. Nos hemos sumado a esta catarata de reconocimientos enumerando los diez motivos por los que hemos de leer al genio alcalaíno antes que a William Shakespeare, el dramaturgo que se ha empeñado en hacerle sombra compartiendo aniversario. Pasen y lean.
1. El mito de la muerte
El primer motivo tiene que ver con asuntos nada pedestres. Ya hemos contado que Cervantes murió solo, enterrado en un, por entonces, humilde barrio de Madrid y sin que el pueblo se afanara por rendirle honor alguno. Por si fuera poco, los ingleses se han empeñado durante años en hacer coincidir las dos fechas funestas: para ellos, Shakespeare también murió el 23 de abril de 1616. Esto dio lugar al Día del Libro y a otras zarandajas. Sin embargo, el mito es falso. Por aquel entonces el país británico se regía por el calendario juliano y, por lo tanto, Shakespeare murió el 3 de mayo. ¿Tantas ganas tuvieron de eclipsar la muerte de nuestro "Príncipe de los Ingenios"? Claro. Más tarde se descubrió que los españoles también nos habíamos equivocado y que la fecha real de la muerte de Cervantes no había sido el 23 sino el 22 de abril. Un errorcillo de nada. Sepan perdonarlo.
2. Tumbas nada ecuánimes
Bien. Con el asunto de la fecha aclarada, pasemos al tema de los honores dispensados. Shakespeare fue enterrado en la Holy Trinity Church, un lugar florido y repleto de árboles, junto a un río que le otorga paz y descanso al alma del bardo. Sin embargo, nuestro Cervantes tuvo que reposar en una cripta desconocida, sin que supiéramos adónde acudir para rendir el homenaje que tan privilegiada pluma merece. Por si fuera poco, al ser encontrados los restos en 2015, el ayuntamiento de Madrid colocó una placa en su honor con un error imperdonable: citaron Persiles y Segismunda en lugar de Persiles y Sigismunda. ¿Qué hemos hecho los cervantinos para merecer este trato discriminatorio con respecto al bardo inglés?
3. Shakespeare utilizó a Cervantes
Entramos en el terreno literario. Otro motivo más para decantarnos por Cervantes en esta cruenta lucha es que Shakespeare había titulado una de sus obras con el nombre de Cardenio. Lo hizo en honor al personaje homónimo que aparece en el Quijote, la obra magna de don Miguel. Esto nos hace sospechar que William admiró al manco de Lepanto. ¿Cómo podemos, por tanto, equiparar al maestro con su discípulo? Por favor, pongamos a cada uno en su sitio. Y no me vengan con que Shakespeare es un genio. Ya sabemos que exploró el alma humana como nadie lo hará nunca y todo eso. Pero al César lo que es del César.
4. La gran obra
Si se trata de comparar obras maestras, tampoco hay color. Hablamos del Quijote, la segunda obra más traducida de la historia después de la Biblia. Dostoievski, Borges, Lord Byron, Dickens, Twain, Goethe, Kafka... Todos los grandes se declaran profundos admiradores de la obra de Cervantes. ¿Cómo puede Shakespeare hacerle sombra? ¿Quién conoce a Romeo y Julieta? ¿Es que acaso no saben que Hamlet es una copia de El Rey León? Así que, lo dicho, no comparen.
5. Una vida de perros
Como ya hemos adelantado, Cervantes no pudo tener una vida más ajetreada. Fue herido en Lepanto, lo que le inhabilitó el brazo izquierdo de por vida (no llegó a perderlo). Fue apresado por los turcos y sufrió cautiverio en Argel. Ya en España, fue apresado por defraudar a Hacienda. Ni siquiera le salvó el éxito del Quijote, la pobreza y el mal vivir le acompañaron siempre. Sin embargo, Shakespeare nació ya con un cómodo apellido. Su extraordinaria carrera como actor y director de teatro le permitió recaudar una fortuna. Incluso la leyenda cuenta que compró la segunda vivienda más grande de Stratford. Lo de los méritos ya lo dejamos para otro día, pero toda obra tiene algo de autobiográfico y aquí Cervantes gana por goleada.
6. Sobre plagios
Las malas lenguas dicen que William pasó a las historia gracias al noble arte del plagio, ése que todavía hoy se practica con maestría. Esas lenguas consideran sospechoso el hecho de que Shakespeare no publicara nada de manera formal en vida. De hecho, no fue hasta después de su muerte cuando un par de amigos recopilaron su obra en el famoso First Folio. Otras teorías apuntan al asombroso parecido entre Romeo y Julieta y Los amantes de Verona, escrita años antes por Mateo Bandello. Por el contrario, Cervantes sufrió el plagio en primera persona, cuando alguien bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda (¿Lope de Vega?) publicó la segunda parte del Quijote sin el consentimiento del genio de Alcalá. Ya sé que ahora me dirán que Cervantes también fue acusado de plagio, que la parodia caballeresca ya apareció en Chretién de Troyes y que el tema del protagonista enloquecido por la lectura ya aparece en el Entremés de los Romances. Pero esas teorías son obra de las malas lenguas y no hay que hacerles caso.
7. Poesía eres tú
Cervantes puso toda la carne en el asador al redactar su Quijote. Sus recursos narrativos todavía se utilizan hoy y algunas de sus prosas posteriores se acercan al nivel exhibido en su obra cumbre. Sin embargo, resultó ser un poeta mediocre y un dramaturgo discreto. Teniendo en cuenta que estos dos últimos géneros eran los que otorgaban prestigio y fama, no es de extrañar que en 1616 muriese sin recibir homenaje alguno. Por el contrario, Shakespeare fue un sonetista bestial y un dramaturgo inigualable. Han pasado cuatrocientos años y, ahora, el prestigio ha cambiado de acera y son los novelistas los que gozan de fama y peculio. Así que equiparemos ahora los currículos, por favor.
8. Los amigos
Cervantes se crio en la España del Siglo de Oro, donde los artistas no se llevaban precisamente bien. Por supuesto, nuestro ídolo entró en esta espiral de inquina y rencor. La mayor trifulca que protagonizó tuvo como rival a Lope de Vega. Se llamaron de todo vía soneto e incluso se rumorea que el Fénix de los Ingenios pudo estar detrás del plagio de Avellaneda. Sí se llevó bien con Quevedo, a quien alabó en Viaje al Parnaso. Esto hace suponer que no contó con la bendición de Góngora, enemigo estilístico de Quevedo. Hasta el cadáver de Gaspar de Ezpeleta apareció frente a la vivienda de Cervantes. Un ambiente bélico que no tuvo que soportar Shakespeare, que vivió cómodamente al amparo de su talento incomparable y de la educada sociedad isabelina.
9. Trabas en la edición
Cervantes se topó hasta tres veces con la Iglesia y las tres veces acabó excomulgado. El motivo no era otro que intentar recaudar los impuestos que Felipe II le había ordenado recabar. De esta forma, el Arzobispado de Sevilla decidió cargar contra el manco de Lepanto por parecerle excesivo el pago. Así terminó el asunto, con Cervantes excomulgado y el Estado sin cobrar el pago. Con este bagaje, al descubrirse ciertas irregularidades en las cuentas que llevaba consigo, la suerte ya estaba echada: Cervantes fue encarcelado por meter la mano en las arcas del Estado. Allí escribió el famoso Quijote. ¿Ustedes se imaginan a don Miguel, sin poder sujetar el papel con la mano izquierda por manquedad, escribiendo tamaña obra en una lúgubre celda manchega? Nada que ver con las facilidades de edición con las que contó Shakespeare, que escribió casi toda su obra al amparo de la Lord Chamberlain’s Men, la compañía teatral que contaba con los mecenas más importantes de Inglaterra. Compañía que, como en el caso de Shakespeare, protegía a los artistas más célebres. ¿Es que nadie va a premiar estas penurias?
10. Sin imágenes para adornar
A día de hoy no existe ningún retrato auténtico de Miguel de Cervantes. Todos los que han llegado hasta nuestros días están basados en la descripción que él mismo nos dejó en el prólogo de las Novelas Ejemplares. Especialmente conflictivo resulta el retrato atribuido a Juan de Jáuregui, que el imaginario popular ya ha concebido como auténtico sin serlo. Este retrato lo encargó la Real Academia allá por el siglo XVIII y se lo "endosó" a Jáuregui por el hecho de ser contemporáneo cervantino. La farsa llegó hasta el XX: ni es de Jáuregui ni es Cervantes. Eso sí, Góngora, Quevedo y Lope cuentan con su retrato fiel gracias a su condición de excelsos poetas. Pero, ¿Cervantes? ¿Un simple plumilla de obra prosaica? Nuestro ídolo fue condenado a no disfrutar de rostro. Sin embargo, sí parece que contamos con esa ventaja a lo hora de adorar al bardo inglés. Y es que en 2009 apareció el retrato Cobbe, una imagen pictórica de Shakespeare realizada en 1610 y que perteneció a Henry Wriothesley, tercer conde de Southampton y mecenas del dramaturgo inglés. Vale, es cierto que esta versión también cuenta con muchos detractores. Pero es la imagen que sus amigos colocaron en el First Folio, por lo que cuesta creer que no sea real. ¿O es que hasta en el misterio alrededor de su figura quieren estos shakespearianos igualar a don Miguel?
PD: Ahora que ha terminado el artículo, el lector podrá comprobar que en él aparecen expresiones, todas ellas dedicadas a Shakespeare, tales como "genio", "explorador del alma humana", "extraordinaria carrera", "sonetista bestial", "dramaturgo inigualable", "talento incomparable" o "artista célebre". Me temo que tendremos que leer también al bardo, sea en el orden que sea.