Venezuela, hoy. El lenguaje impulsivo, eléctrico, un desvarío sin desvariar, una corte de personajes que se hacen coro para relatar Venezuela, para retratar Caracas. “Una ciudad ni donde los santos estaban a salvo del tráfico”. Una ciudad donde los jóvenes que vienen de la provincia y son asesinados “lo hacen con estruendo”. Caracas, “matadero”. Una ciudad donde los alumbrados públicos no volvieron a encenderse.
“Algo en la ciudad y en sus habitantes quedó lesionado con ese retorno a la noche”, escribe Rodrigo Blanco (Venezuela, 1981) y se pregunta su personaje en qué momento se acostumbraron a vivir en la oscuridad (del plan de los cortes eléctricos). Una ciudad donde sólo parece calmarle a uno el rock, y un tema que suena The Night, del grupo Morphine.
Es el título del álbum póstumo de la banda, el tema que sonaba mientras escribía, repitiéndose como un mantra. La música le ató al ambiente nocturno de esta historia.
He tratado de zafarme de este conflicto casi sanguíneo que nuestra literatura tiene con el país
Los personajes padecen la misma angustia: la situación del país. “Un país que, como las lámparas de la señora, siempre parecía a punto de caerse y hacerse pedazos. Las opciones eran pocas. Ansiolíticos, antidepresivos, terapia. Acompañarlos en la decisión de marcharse o aguantar. Y a los que decidieran aguantar, enseñarles el quejumbroso oficio de ser víctima”. Son supervivientes de una Venezuela dolorosa y real, en una obra de ficción.
El destino del país es una marca evidente e inevitable y como él mismo dice es la causa de lo mejor y lo peor de la literatura venezolana. Pero es un intento frustrado tratar de descifrar el enigma “de lo que somos como venezolanos”. “He tratado de zafarme de este conflicto casi sanguíneo que nuestra literatura tiene con el país (y con la misma idea de "país") y conectar esos conflictos propios con los que pudiera vivir cualquier persona de cualquier otro lado”, cuenta.
Esta época tan crédula de “la originalidad”, más kodámica que borgeana, obliga a estas aclaratorias
Amante de Borges, autor de relatos cortos y nuevo novelista con The Night (Alfaguara), donde un coro infinito de voces e historias -pura vida- “toma prestados fragmentos de obras y textos pertenecientes a otros autores”, como advierte el autor en los agradecimientos finales. Es una larga lista de referencias, que desvelan las apropiaciones: “Explicar estas cosas tiene tanta gracia como explicar un chiste, pero esta época tan crédula de “la originalidad”, más kodámica que borgeana, obliga a estas aclaratorias”.
Todo por lo nuevo
¿Qué esperan los lectores de un nuevo autor? “La novedad. Que traiga un aire nuevo dentro del ambiente, a veces enrarecido, que ofrece la literatura”, contesta a este periódico desde París, donde vive en estos momentos. “Imagino el papel de los noveles como el de un bailarín de break dance que está por entrar al círculo. Los lectores verán sus movimientos y decidirán su valió la pena el tiempo y el papel invertido”, añade en una imagen redonda.
El recién llegado debe tener una actitud que tenga al tiempo “algo de veneración y de sacrilegio”. Porque Rodrigo explica que con el acto de publicar el libro la tradición queda intervenida. Para el autor basta con que un escritor tenga conciencia de cuáles son sus “ancestros”, de qué libros y autores proviene. Pero no sólo de la tradición literaria, porque los escritores no se nutren sólo de ella, sino de fuentes como el cine, la música, la televisión, las artes visuales, etc. Sus deudas son autores que forman parte abiertamente en sus narraciones, como personajes: Rafael Cadenas o Louis Aragon. Paga sus deudas “con la moneda falsa de la ficción”.
Se corre el riesgo de producir una pésima literatura, panfletaria, ideológica o moralizante
La literatura no es la salvación. No garantiza nada a nadie, insiste a lo largo del libro, no garantiza nada a ninguna civilización, ni libra de las peores desgracias. “Concebirla así se corre el riesgo de producir una pésima literatura, panfletaria, ideológica o moralizante. También idealiza en exceso la figura del escritor y de la escritura cuando se ha comprobado muchas veces que, como dice Benjamin, las obras de la civilización son documentos de barbarie”.
Entonces, ¿cuáles deben ser los objetivos de la literatura? Rodrigo cuenta que varía con la sociedad y con la función que la sociedad le da. “Nuestro concepto actual de literatura tiene poco más de doscientos años. En mi caso, me gusta la literatura que logra conmover al lector, tanto emocional como intelectualmente. Esa que lo lleva a uno a agrandar el cúmulo de experiencias sin abandonar nuestro sillón de terciopelo verde. Y a modificar el mismo concepto que podamos tener de la literatura”, responde.
No quiero ser ese tipo de escritor que debe producir todos los años un nuevo libro para alimentar el mercado
En la novela también hay un cuestionamiento claro de la escritura y de la estructura de poder de la que forman parte los escritores, en la que están presos. “No quisiera convertirme en un Escritor en mayúscula. Uno de esos que se presenta a la sociedad y en los aeropuertos como escritor. Ese que debe producir todos los años un nuevo libro para alimentar el mercado y que no escribe por una necesidad íntima de decir algo que quizás vale la pena que quede registrado”. Salir en busca de la literatura no debe agotarla.