Abres esta novela y entras en un álbum familiar en el que encuentras instantáneas de gran formato, en el que los paisajes de la España más rural, aislada y violenta son fotografiados sin urgencia. Beatriz Rodríguez (Sevilla, 1980) se entretiene en el contexto de sus personajes, porque quiere desnudarles. Ellos no son sin su entorno y su entorno es la visión del país lejos de las ciudades, en los noventa. Un libro donde las paredes de las casas de los pueblos se encalan en verano, donde las puertas de las terrazas dan a las huertas, en el que las abuelas dan una paga por acompañarlas a misa los domingos y las calles quedan desiertas en invierno. Fuentegrande, donde la vida “sólo regala mediocridad”.
Cuando éramos ángeles (Seix Barral) es su estreno como novelista, aunque antes había publicado La vida real de Esperanza Silva (Casa de cartón), un libro “de relatos unificados”, como ella misma indica. “Es una novela sobre la pérdida de la inocencia”, explica. El título deja claro ese paso difícil, en el que “nos formamos a ciegas”. “La adolescencia es una época de construcción total”, cuenta. La excusa es un asesinato y una investigación. Clara, periodista local, rastreará la muerte de Fran, dueño de unas tierras deseadas por el resto del pueblo.
La ficción no tiene por qué reivindicar nada político ni social, sino tocar puntos de encuentro con el lector. Como escritora no me interesa la novela de tesis
Beatriz asegura que su generación ha vuelto la mirada a lo rural y recuerda las novelas de Jesús Carrasco, Pilar Adón, Lara Moreno y Jenn Díaz. “Es muy llamativo, porque la generación de los cincuenta, llegada desde el campo, se sorprendía con la ciudad y hablaba de ella. Pero nosotros, nacidos en ciudades, hacemos el camino inverso”, dice a este periódico. El campo puede ser un asunto de distancia con la generación inmediatamente anterior, “que se centró en revisar cómo se había contado la Guerra Civil”, y cita a Isaac Rosa.
En estos momentos está enganchada a El bar de las grandes esperanzas (Duomo), de J. R. Moehringer. Quizá en esta referencia podamos encontrar un reflejo de su claridad y la minuciosidad en la construcción de la identidad de los personajes, directa y sin grasa. El relato avanza sin prisas: “La envidia le despertaba esa agresividad, supuestamente heredada de su padre; no podía soportar verse un invierno más paseando por las desiertas calles del pueblo, mientras la vida sólo le regalaba la mediocridad de todo lo que conocía, la falsa alegría de lo cercano, la tediosa Fuentegrande, con sus calles que resbalaban lluvia helada desde noviembre hasta mayo, parecía la muerte vestida de gris”.
Lejos de la tradición
No se ve en la tradición literaria española, porque dice que el contexto político no le interesa. A pesar de ello señala dos autores contemporáneos que le interesan: Marta Sanz y Luisgé Martín. ¿Qué le une a ellos como escritora? Nada. Rodríguez reivindica una narrativa sin mancha política: “La ficción no tiene por qué reivindicar nada político ni social, sino tocar puntos de encuentro con el lector. Como escritora no me interesa la novela de tesis. Vamos, no creo en la novela de tesis. Lo que me interesa, sobre todo, son los personajes. Para ponerte en su piel necesitas objetivar lo más posible y eso es lo contrario a la novela de tesis. Necesito creer en los personajes”.
Si lo social y político no le interesa como materia prima, ¿está cerca de la generación anterior, con propuestas posmodernas? “No. La vía Nocilla se ha agotado. Incluso los propios representantes lo confirman”, cuenta, al tiempo que subraya a Manuel Vilas, uno de sus integrantes, como una de las voces más potentes dentro de la narración contemporánea. Su generación, según cuenta, es mucho más independiente entre ellos.
A mí me cuesta decir que soy escritora. No quiero asumir esa realidad como tal. Escribir es una profesión como otra cualquiera
La claustrofobia de los ambientes podría recordar a las escenas más tórridas de La casa de Bernarda Alba, sin embargo ella se adelanta a reivindicar a Salinger y Carver más que la tradición española. ¿Cuándo pierde la inocencia un escritor novel? “Vengo del sector editorial, tengo una editorial. La pierdes la primera vez que corriges las pruebas de un autor. No hay que creerse nada: es muy importante publicar en una editorial importante y formar parte de la maquinaria, pero eso sí que tiene mucho de ficción. A mí me cuesta decir que soy escritora. No quiero asumir esa realidad como tal. Escribir es una profesión como otra cualquiera”, asegura. ¿Complementaria a otra? “Obligatoriamente”, responde aludiendo a la escasez de medios económicos de los que disponen los escritores por ejercer su trabajo.
Cuando éramos ángeles es una novela a la contra, que trata de independizar a sus personajes de todo lo aprendido y enseñado. Liberarse de las ataduras de un mundo violento y agresivo, vivo en frustraciones y limitaciones, de las que no escapa ni la propia sexualidad. Rebelarse a la dictadura del grupo, revelar el criterio propio. Una buena propuesta como inicio de carrera.