Hoy toca hablar de héroes. En el CIS no se dice nada de ellos, nada de los ideales, nada de cómo queremos que sea nuestra vida. Nada de cómo son los referentes en los que queremos fijarnos para crecer, para creer que todo puede ser mejor. Porque para el CIS el mundo se reduce al relleno de una tabla; no hay biografías, sólo currículos. Miramos esas estadísticas y pensamos que sabemos lo que pensamos. Leemos los resultados y comprobamos que somos unos ingenuos: sólo un 3% de los españoles cree que le irá peor con la familia, sólo el 5% piensa que recibirá malas noticias de la empresa para la que trabaja, sólo un 11% de nosotros, los españoles, los supervivientes, los desahuciados, pensamos que el país atravesará por problemas económicos.
Las estadísticas tampoco pueden medir la moral de nuestros días, ni responder por qué la propia palabra, “moral”, es un elemento sospechoso. La moral ha abandonado los discursos, no los comportamientos, dice Tzvetan Todorov (Sofía, Bulgaria, 1939) en su nuevo ensayo, Insumisos (Galaxia Gutenberg), en el que se pregunta por qué la caída del muro y el triunfo del pensamiento neoliberal ha acelerado la desaparición de los código morales compartidos por la comunidad.
Incluso cuando no cometen delitos, la mayoría de los políticos están muy por debajo de lo que se espera de ellos
El ser humano no es una tabla de Excell, aunque algunos se empeñen en confirmarlo. El ser humano no termina en su cuerpo, porque se relaciona con los demás. No faltan los gestos narcisistas y egocéntricos, pero junto a ellos aparecen otras personas que actúan a partir del principio moral básico formulado por Emmanuel Levinas: “El único valor absoluto es la posibilidad humana de dar prioridad al otro sobre uno mismo”.
Este lema es la vara que marca la diferencia. Todorov señala ocho individuos que se atrevieron a poner en práctica su resistencia ética frente a dos sistemas que no la tienen en cuenta: el comunismo y el capitalismo. Estos héroes que no claudican ni se someten, que resisten pacíficamente con su disidencia intelectual y aparecen como referentes morales en la vida pública son Etty Hillesum y Germaine Tillion, por su lucha en la ocupación alemana y la persecución de los judíos. Los dos escritores Borís Pasternak y Aleksandr Solzhenitsyn, disidentes del régimen comunista de la Unión Soviética. Nelson Mandela, Malcolm X, David Shulman y Edward Snowden. Sin referencias a Julien Assange.
La insumisión es a la vez resistencia y afirmación. Es un movimiento personal en el que el amor a la vida se mezcla con el odio a lo que la infecta
Son personas cuyos medios de disidencia no promueven la violencia, sino que se centran básicamente en afirmar con perseverancia -y riesgo- lo que consideran verdadero y justo. El rasgo común que Todorov encuentra en todos ellos es haberse negado al sometimiento dócil, a la coacción. “Esta decisión significa el rechazo de una coacción impuesta por la fuerza o aceptada en silencio por la mayoría de la población”, explica el autor. “La insumisión es a la vez resistencia y afirmación”. Es un movimiento personal en el que “el amor a la vida” se mezcla con “el odio a lo que la infecta”.
Contra el poder
Los nuevos héroes son como los viejos: se oponen al mal que se ha instalado en la sociedad. Se levantan, para construir una sociedad ideal, contra la fuerza que quiere someterlos. “Son los débiles los que, sin odio ni violencia, se oponen a los fuertes, a los que detentan el poder”, cuenta. Porque la democracia no es impecable, porque la democracia se quedó en 1989 sin enemigo ideológico y se relajó. La democracia perdió parte de su identidad al desaparecer su contraste.
Lo cuenta Svetlana Aleksiévich en El fin del hombre rojo: el cambio sobrevenido convirtió una población dispuesta a morir por sus ideales en otra en la que nadie habla de ellos, sólo de créditos, de porcentajes y de letras de cambio. “Ya no trabajábamos para vivir, sino para hacer dinero, para ganar dinero”, cuenta la autora. Así lo resume Todorov: “El pasado era terrible (los recuerdos de la violencia totalitaria siguen frescos), pero el presente está vacío, y todas las aspiraciones humanas han quedado sustituidas por el frenesí consumista. En el mundo de los valores hemos pasado del espejismo comunista al desierto capitalista”.
Si la democracia no es más que una fachada que mantiene en pie el ritual de las elecciones, a la población le costará movilizarse para defenderla
Y en ese páramo multicolor, la corrupción democrática. No exige que los hombres de Estado sean modelos de virtud o profetas de una utopía, explica el pensador búlgaro con nacionalidad francesa. Pero tampoco es cierto que valga todo, que su conducta moral sea indiferente. Por eso lamenta la progresiva desaparición de la moral del discurso público, porque él creció en un estado totalitario y le atraen las vidas de resistencia moral, no violenta, al orden dominante.
Corrupción política
“Incluso cuando no cometen delitos, la mayoría de los políticos están muy por debajo de lo que se espera de ellos. A menudo da la impresión de que sólo les mueve la voluntad de conquistar y mantener el poder”. Todorov acaba de apretar la tecla de la Marca España: corrupción. Esperamos de ellos un cierto ideal, dice. El efecto de estos comportamientos sí aparece reflejado en el CIS: falta de consideración por las élites políticas y creciente indiferencia de la población por los asuntos políticos.
“Si la democracia no es más que una fachada que mantiene en pie el ritual de las elecciones, que se repite cada equis años, mientras que el resto del tiempo el país está dirigido por una oligarquía político-económica, a la población le costará movilizarse para defenderla”, esa es la conclusión. Es por eso que necesitamos héroes o una gotas de moral más que de Coco Chanel.
Gracias a Todorov y a sus personas ejemplares sabemos que es posible resistir sin odio, que no hay que doblar nunca el espinazo, que lo que mueve a los disidentes es el amor a la verdad y aceptan pagar un alto precio por ella. “Una vez tomado este camino, deben renunciar a su tranquilidad y a su comodidad, y arriesgar su libertad, si no su vida”. Snowden aceptó llevar una vida de fugitivo, con el riesgo de ir a parar a la cárcel hasta el fin de sus días, por desvelar la verdad sobre la política de su propio gobierno, que infringe los principios que contempla la Constitución de su país. El precio es alto, mucho mayor que un salario. La recompensa es inmensa, mucho más que el reconocimiento.