En la anterior, el padre había sido asesinado. En ésta, el padre ha muerto. La anterior novela se titulaba Es un decir y la publicó Lumen, la nueva se titula Madre e hija y la lanza Destino. A pesar de los cambios de casa editorial, las casas que no cambian son las que trata en sus libros. Jenn Díaz publica su quinta novela y mantiene las tensiones familiares en el ojo del huracán narrativo. En la anterior, emergía como la reina del suspense rural, en la actual busca la profundidad del conflicto entre personajes. El entorno se funde en blanco para incidir en el fracaso de la familia, bueno, de un modelo de familia normalizado.
Jenn (Barcelona, 1988) se atreve a luchar contra los fantasmas que hacen de esta institución social un rompeolas de frustraciones, pero todavía no es capaz de romper con la idea más soberana y sacralizada de la narrativa. Ella mira para atrás y encuentra fundamentalmente dos escritoras: Ana María Matute (1925-2014) y Mercè Rodoreda (1908-1983), porque se manchan con lo que le interesa (la familia) y evitan lo que le distancia de sus contemporáneos (la pareja). “Por eso me salen todas estas novelas de madres e hijas que se llevan fatal”, ríe la autora catalana. Se reconoce poco urbanita y rara porque le interesan las historias íntimas, marcadas por el desconsuelo de las carencias afectivas entre generaciones diferentes.
Quiero resolver los conflictos como los resolvía Ana María Matute. No construye culebrones y acabas sonriendo con novelas terribles
Entiende Jenn que Jenn todavía busca su estilo, su tono, saber quién es. Echa en falta naturalidad a la hora de aparecer la verdadera Jenn. “No me parezco en nada a Ana María Matute, lo único que me une a ella son los temas y los intereses. Si yo me hubiese puesto a leer a David Foster Wallace escribiría de otra manera”. Uno es lo que lee. Y cuánto ha leído a Matute y quiere hacer como ella que lo crudo aflore sin artificio, sin vehemencia, que congele la sonrisa.
“Quiero resolver los conflictos como los resolvía Ana María Matute. No construye culebrones y acabas sonriendo con novelas terribles. Y el humor es algo que necesito alcanzar, que estos dramas no me pesen tanto. Soy mucho más divertida en mi vida, que en mis novelas. Pero es tan difícil el humor. Me cuesta jugar”, reconoce.
Esta novela es un pequeño catálogo de maneras de ser mujer y ninguna es feliz
Madre e hija surge de un encuentro sorprendente con la mentalidad convencional chilena, donde la escritora paso una temporada y comprobó la evolución de una sociedad en camino de la modernidad. Una historia de opresión, que escrita al catalán suena a Cataluña y en castellano a la Castilla profunda. Son los estragos de la familia, desde los reproches a la represión. Un tema universal con el que ella se encuentra cómoda, una novela tras otra. En este caso, la herencia de la educación de nuestros antepasados y cómo arrastramos sus problemas y terminamos convirtiéndonos en ellos a pesar de remar en dirección contraria.
“Esta novela es un pequeño catálogo de maneras de ser mujer y ninguna es feliz. Ninguna es aceptada por la sociedad como el modelo válido”, explica a este periódico. Son mujeres que no han tenido hijos, mujeres que no viven con sus maridos, mujeres que viven el amor de mayor, mujeres que aceptan que su marido tenga un amante, etc. Ninguna de ellas encaja en la casilla que la sociedad ha dibujado para ellas, lo que espera de ellas.
Ya no quiero pensar en la literatura como una fuente de ingresos. Hasta ahora lo prioritario era la fecha de entrega
Entre la madre y la hija no hay segundas oportunidades. Sin embargo, con su abuela hay más conexión. Es la lucha entre una generación de penas y dolor contra otra de alivio y confort. “Por más sangre que haya, la familia no te ata ni puede atarte, debes salir de eso”, cuenta la autora.
¿Y el futuro? Asegura que esta novela es un antes y un después: “Ya no quiero pensar en la literatura como una fuente de ingresos. Hasta ahora lo prioritario era la fecha de entrega y a partir de ahora voy a poder tomarme más tiempo, porque tendré otros ingresos”. La libertad del escritor de clase media pasa por tener un trabajo que le permita mantener su oficio.