Durante la última entrega de los premios Ciudad de Barcelona, la poetisa Dolors Miquel sorprendió a propios y extraños al ofrecer al público un canto a la vagina al ritmo de un Padrenuestro. Aunque todos coincidiremos en que no se trata del Polifemo de Góngora, intentemos desviar la atención de la calidad literaria de los versos para centrarnos en el mensaje, a medio camino entre la trasgresión y el sacrilegio.
La creación miqueliana ha vuelto a poner en boca de todos la extraña relación que mantienen literatura y religión. Con ese ponme aquí un símbolo ideado por Santa Teresa y quítame de allá un cristo cocinado por Krahe, con ese ahora te prohíbo y ahora te canonizo, lo cierto es que el dogma no termina de ver con buenos ojos al negro sobre blanco. Parafraseando al poeta, la literatura es un arma cargada de futuro... y, claro, esto no siempre se acepta cuando por medio se cruza el tua culpa.
A continuación, comprobaremos que la censura religiosa ha entorpecido la aparición de algunas de las mejores creaciones de la historia. De acuerdo, no somos capaces de alejar el foco de la escasa potencia de los versos de Miquel, así que vayan por delante las disculpas por mezclar en el mismo texto este sucedáneo poético con los santos literarios que aparecerán a continuación. Pero, oigan, lo que Dios ha juntado, que no lo separe el hombre.
San Juan de la Cruz
El top de las torturas literarias. Conocido por su reforma del Carmelo, apuntalada gracias a los escritos que tanto Santa Teresa, su mentora, como él han distribuido por la península, fray Juan es visitado en su casa de Ávila por un desconocido en diciembre de 1577. Éste lo reprende como el sargento mayor de Kubrick: “...y tú no te pareces mucho a una vaca”. Lo conducen a través del invierno de Gredos con una cinta en los ojos para evitar que reconozca el trayecto.
Pasó nueve meses recluido en una cárcel toledana: pan, agua, sardinas y azotes. Lo que sus captores no sabían es que, tras aquel embarazo, fray Juan pariría el grandioso Cántico espiritual, pulido mentalmente entre barrotes, y un aura mártir que lo elevó a la categoría de maestro espiritual y lírico.
Cervantes
Pues sí, la pluma castellana por excelencia hubo de sufrir los rigores de la censura, nada menos, que en el universal Quijote. En la segunda parte del mismo, concretamente en el artículo 36, se pudo leer durante años la siguiente expresión: "Las obras de caridad que se hazen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada".
La pluma castellana por excelencia hubo de sufrir los rigores de la censura, nada menos, que en el universal Quijote
En 1632, quince años después de ser publicado, la Inquisición prohíbe la aparición de dicha oración en cualquier ejemplar cervantino. ¿El motivo? Una pista. Juan de Borja, famoso eramista perseguido por el Santo Oficio, había escrito lo siguiente poco antes: "El tratar con floxedad y tibieza lo que cada uno està obligado à hazer es una fuente de donde no manan sino ruynes sucessos". ¿Casualidad?
Kant
Uno de los hombres de moda después de que varios candidatos a la presidencia del Gobierno escupieran sobre su tumba sin reparo. Kant había visto cómo su obra La religión dentro de los límites de la mera razón era retenida por las autoridades prusianas antes de ser impresa. Él había sido un gran defensor de la libertad de expresión y ahora su propia defensa se había vuelto en su contra.
La más alta personalidad del Estado ha visto, desde hace mucho tiempo, con gran desagrado, el mal uso que hacéis de vuestra filosofía
Finalmente, la obra se publicó años más tarde desencadenando la polémica. De aquel episodio nos queda un ensayo magnífico y una carta nada agradable firmada por el rey: "La más alta personalidad del Estado ha visto, desde hace mucho tiempo, con gran desagrado, el mal uso que hacéis de vuestra filosofía, desfigurando y menospreciando algunas doctrinas fundamentales de las Sagradas Escrituras y del Cristianismo".
Dan Brown
El Código Da Vinci, una de las obras más celebradas de nuestro tiempo (parece mentira, pero sí), también ha sufrido en sus carnes el hierro abrasador de la censura. Es cierto que la mano inquisidora de El Vaticano ya no es tan alargada, pero en pleno siglo XXI todavía puede boicotear una creación literaria si así lo desea.
Éste fue el caso de Tarcisio Bertone, cardenal de Génova y entonces papable, que instó a la gente a no leer nunca la obra. El pueblo, ignorante, se sorprendió al ver cómo los hilos se movían sobre sus cabezas. El Vaticano tuvo que rectificar.
Para desgracia del pobre Dan, el libro sí se prohibió en el Líbano a instancias de la comunidad católica. No exhibirá la elegancia narrativa de Cervantes pero, oye, en esto de la censura sí ha conseguido parecerse al manco.
Flaubert
"Sin una regla, el arte dejaría de ser arte; sería como una mujer que se quitara toda la ropa". Con este argumento tan pueril decidió el fiscal acusar a Gustave Flaubert de "ofender la moral religiosa" a través de su novela Madame Bovary. Pero el abogado defensor, que probablemente había desnudado muchos más cuerpos que su rival acusador, se llevó el gato al agua con un argumento irrebatible: "Inmoral puede ser una persona, pero jamás un texto".
Inmoral puede ser una persona, pero jamás un texto
Finalmente, Bovary salió a la calle y el resultado es por todos conocido. Convertido en un clásico de la literatura universal, es el ejemplo de la novela perfecta que marcó el XIX. Además, serían actitudes como la de Bovary las que convertirían a la Francia de finales del XIX y principios del XX en el centro artístico del mundo. Mientras, la censura francesa clavaba sus garras en otro genio: Charles Baudelaire.
Baudelaire
El día que Baudelaire ideó Las flores del mal, nunca imaginó que sólo seis de las composiciones que integraban su poemario serían censuradas (¿de verdad sólo seis?). Se le acusaba de, entre otras cosas, ofender la moral religiosa. "Contiene pasajes o expresiones obscenas e inmorales", dijeron.
De poco sirvieron las luces con las que el gobierno francés intentó alumbrar su camino. Charles continuó con su vida cargada de malditismo, alcohol, drogas y prostitución, mientras componía algunas de las grandes obras maestras del XIX. Lo que los censores no sabían es que los focos del poeta alumbraban todavía más que los de cualquier prohibición, y ahora marcaban la senda (dentro y fuera de la poesía) de toda una generación de poetas inolvidables.
Fray Luis de León
Otro de los poetas renacentistas que sufrieron la censura en su propias carnes. En su caso, el órgano censor actuó por cuestiones de traducción bíblica. Eran tiempos recios, y el poeta y profesor de, entre otros, el propio San Juan de la Cruz fue encarcelado por traducir a la lengua vulgar el Cantar de los Cantares, obviando el latín académico. Cinco largos años hubo de pasar entre rejas.
Fray Luis de León fue encarcelado por traducir a la lengua vulgar el Cantar de los Cantares, obviando el latín académico. Cinco largos años hubo de pasar entre rejas
Cuentan que, al despejar la celda que había ocupado, encontraron una décima escrita en las paredes del habitáculo (Aquí la envidia y mentira/ me tuvieron encerrado/Dichoso el humilde estado del sabio/ que se retira de aqueste mundo malvado). Fue al retomar su cátedra un lustro después cuando, delante del alumnado, pronunció la célebre frase: "Como decíamos ayer...". Quién podía imaginarse que todavía hoy seguiríamos diciéndolo.
Lazarillo de Tormes
Ni siquiera el autor anónimo escapa a la censura. El Lazarillo fue incluido en el índice de libros prohibidos por su crítica hacia todos los estamentos del clero (no debemos olvidar que, de los nueve amos de Lázaro, cinco son personajes relacionados con la religión). El arcipreste mujeriego, el clérigo que predica únicamente con el ejemplo... Ninguno sale bien parado.
Todo parece indicar que hay un Erasmo cualquiera detrás de esta magnífica obra, pero la realidad es que el sector más anticlerical de la sociedad se da cita en el estómago de Lázaro. A través del hambre, el pícaro consigue reclamar para el pueblo la misma dignidad que la Inquisición reclamó prohibiendo su lectura. A juzgar por la situación actual, seguimos sin saber quién ganó el pulso.
Tomás Moro
En este caso, la censura va dirigida más contra la práctica que contra la teoría. Moro había ideado la maravillosa Utopía, una obra cargada de idealismo, con su reparto equitativo de la riqueza, su sufragio universal y su todo. El autor se cuidó mucho de no agraviar al entonces rey, Enrique VIII, por miedo a que su cabeza rodara por los jardines de palacio sin Hythloday que pudiera detenerla.
Pero, claro, al poner en práctica la libertad de la que se habla en Utopía, se encontró con la cruda realidad que, a menudo, poco tiene que ver con el papel. Quiso oponerse al divorcio de Enrique y, claro, para opinar ya tuviste tu librito, así que no te metas en temas religiosos. Su cabeza terminó rodando por los jardines de palacio junto a la sociedad utópica que, por supuesto, nunca llegó.
Voltaire
Acabamos con el idealista por naturaleza, con uno de los nombres que más ha luchado por la publicación libre. Nadie ha sido vilipendiado con tanta saña como el célebre autor francés. Ahogado por la extrema censura a la que fue sometida la cultura del siglo XVIII, Voltaire escribió una serie de párrafos magistrales (como, por ejemplo, éste, dirigido a las autoridades francesas) que servirían para agitar a la opinión cultural de la época y, de paso, para poner fin a este texto.
Así como usted lo tiene en su poder, Señor, para hacer algún servicio de cartas, le imploro no cortar las alas de nuestros escritores tan de cerca
"Así como usted lo tiene en su poder, Señor, para hacer algún servicio de cartas, le imploro no cortar las alas de nuestros escritores tan de cerca, ni cerrarle la puerta del granero a quienes podrían convertirse en águilas; la libertad razonable permite que la mente se dispare, la esclavitud hace que la mente se arrastre".