¿En qué eslabón de la cadena literaria empieza la censura? ¿Es una prohibición de fondo, gubernamental, que todo el mundo acata; comienza en la autocensura del escritor, en las editoriales, en las librerías, en el gusto adormecido del público lector? "La censura es la monopolización del espacio cultural", dice el editor ruso Ilya Danishevsky. O la "homogeneización", propone la periodista Masha Gessen. Ambos han confluido en un artículo de la revista The Intercept titulado La purga rusa que trata sobre la censura del país: Putin no se esfuerza en vetar, los editores lo hacen por él.
Claro que la palabra escrita pesa, pero vale más a quién pertenece la voz que aborda una cuestión tan grave: Masha Gessen, además de periodista, es una autora rusa que publica principalmente en inglés (El hombre sin rostro: El ascenso improbable de Vladimir Putin; Las palabras romperán el cemento: La pasión de Pussy Riot), activista LGTB y, sobre todo, ferviente opositora al presidente ruso. Ilya Danishevsky es dueño de su propio sello en uno de los conglomerados editoriales del país y, con sólo 25 años, "toma más riesgos literarios y políticos que todos sus colegas juntos", en palabras de Gessen. Nadie le dice qué hacer.
La periodista explica que sólo uno de sus libros -que trataba sobre un matemático- ha sido traducido al ruso. "Varios editores me han preguntado sobre la compra de derechos de mi biografía de Putin, que ha funcionado muy bien en otros 20 idiomas, pero, al final, las negociaciones siempre terminan con un vago 'Bueno, usted tiene que entender... tal vez algún día'". Danishevsky compró hace poco algunos derechos de sus viejos libros, pero adquirir los de la biografía no tiene sentido.
La censura soviética
Ah, los recuerdos de la cuidada censura de la Unión Soviética, cuando cada censor actuaba bajo una normativa "compleja pero inteligible", cuando cualquier tema sobre la historia del país incurría en secreto de Estado o se sentía crítico con el régimen, cuando hasta la mención genital estaba recortada y el estilo literario agonizaba lento. El "realismo socialista", como lo llama la periodista. "La publicación en la Unión Soviética era el arte de lo imposible", señala. "Pero ahora, el mundo editorial en Rusia es el arte de lo posible. Eso no es lo mismo que la censura. ¿O es precisamente eso?".
La publicación en la Unión Soviética era el arte de lo imposible. Ahora, el mundo editorial en Rusia es el arte de lo posible. Eso no es lo mismo que la censura. ¿O es precisamente eso?
"La censura previa fue prohibida en Rusia cuando Danishevsky era pequeño. En los últimos 15 años, sin embargo, Rusia ha introducido una serie de leyes y prácticas que han restringido la publicación de forma mucho menos clara. Danishevsky, al igual que todos los editores, vive en una negociación constante", señala Gessen. "No puedo decir que esto es horrible", repone el editor. "Sólo es repugnante". El gran núcleo de la censura sigue siendo el miedo, pero ha cambiado el agente: antes se temía al censor, ahora, sobre todo, se teme a la ruina. Si, pasando todos los filtros y las recomendaciones, una editorial publica un libro que ninguna tienda vende, a la larga no podrá enfrentar las pérdidas.
En los últimos 15 años, sin embargo, Rusia ha introducido una serie de leyes y prácticas que han restringido la publicación de forma mucho menos clara
Le pasó a Danishevsky cuando preparó una edición del clásico Romance with Cocaine, de 1930, y no consiguió ningún pedido. Fue ignorado por la comunidad librera: estaba preocupada por la prohibición de la propaganda sobre el consumo de drogas, que había llegado a confiscar folletos de organizaciones contra el SIDA que detallaban medidas de prevención. Al final, el joven editor lo publicó únicamente como libro electrónico bajo el título de Pareja. Los libros electrónicos están sujetos a las mismas leyes que los impresos, pero acortan intermediarios y compradores temerosos: tanto el librero como el lector que topa con el tomo y experimenta esa duda por adquirir algo molesto.
Propaganda homosexual
Otros clásicos han corrido mejor suerte: Danishevsky también publicó la primera traducción completa de Notre Dame de fleurs, de Jean Genet, y fue relativamente bien acogido. Aunque los libreros lo abrazaron con cierto entusiasmo -"todos ellos son personas educadas", apunta el editor- vendió sólo 1500 copias, "quizá porque no podía ser claramente visible por temor a violar la prohibición de la 'propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales entre menores de edad'", escribe la periodista. Con "no tradicionales" se refiere a "homosexuales", ya que la historia de Jean Genet es de un fuerte componente autobiográfico y trata la prostitución homosexual, la homosexualidad infantil y la vida en los bajos fondos.
La censura toca fondo cuando comienza a modelar los gustos del público lector ruso: sus filias se han reducido marcadamente en los últimos años. "Todos los editores que entrevisté para este artículo", apunta Gessen, "me explicaron que los lectores rechazan cada vez más los temas graves, como los relacionados con política o enfermedades como el cáncer, a favor de un entretenimiento escapista". Las preferencias, según sus testimonios, están condicionadas por la avalancha de propaganda oficial en la que las leyes de censura son sólo una parte nimia. La prohibición de 'propaganda homosexual', por ejemplo, era un componente menor de una gran campaña contra los homosexuales.
El escándalo de la esvástica
Las librerías temen más a sus clientes que a la ley: Gessen cuenta la historia de un lector que el año pasado entró en una librería y vio un libro con una esvástica en la portada. Se escandalizó y protestó por ello, ya que lo percibió como una provocación en la víspera del 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. El tomo -Maus, de Art Spiegelman- se sacó de la vista al público y de la venta en la mayoría de las librerías de Moscú. Aunque Roskomnadzor -autoridad rusa en hacer cumplir las leyes que afectan a los medios de comunicación y a la publicación- declaró que los símbolos nazis que se exponen para fines distintos de la propaganda no constituyen delito de "extremismo", el libro no volvió a aparecer por el país. "Las librerías sólo quieren mantenerse fuera de problemas", escribe la periodista. "Además, sus administradores saben que la definición y los límites de 'extremismo' son siempre cambiantes".
Las librerías sólo quieren mantenerse fuera de problemas... además, sus administradores saben que los límites de 'extremismo' son cambiantes
Es tan relativo el concepto que un reportaje de la periodista Elena Kostyuchenko que se titulaba Putin has pissed himself (algo así como "Putin está cabreado consigo mismo") -como el nombre de una canción de Pussy Riot- fue señalado por los abogados editoriales. "Su práctica les había enseñado que una mención crítica del presidente ruso suele acabar en un juicio penal para el autor y el editor, pero, además, lo normal es que el libro se prohíba y la tirada de impresión caiga en saco roto", relata la periodista.
Eso Gessen lo sabe bien porque lo experimentó con su propio libro, Words will break cement: the passion of Pussy Riot: "Cuando Danishevsky enseñó mi libro de Pussy Riot a los abogados de su editorial -que se han negado a hablar conmigo-, descubrieron que Putin se menciona en la página tres, por una niña de cuatro años de edad -hija de una de las integrantes del grupo- que decía que Putin había enviado a su madre a la cárcel. Y claro, eso sería demasiado extremismo. Pero en el caso de la colección de Kostyuchenko, él y el autor optaron por cortar el artículo de Pussy Riot, poniendo páginas en blanco en su lugar. En cada una de ellas rezaban las palabras 'censura política'". Detallaron que esto, sin embargo, no es censura, sino una "decisión comercial de la propia editorial".
La edición literaria en Rusia está dominada por dos grandes editoriales y un puñado de cadenas de librerías privadas que se esfuerzan en no ir en contra del estado. Los editores pequeños toman riesgos más grandes. No es que se haya dejado de tener voz, es que las voces se van apagando, van perdiendo interés y fuerza: otro ejemplo se dio cuando, el año pasado, Danishevsky quiso publicar un libro coescrito por el ex disidente polaco Adam Michnick y el activista ruso y archienemigo del Kremlin Alexei Nalvany. Los abogados le avisaron de que no sería buena idea, pero antes de tomar la decisión, una pequeña editorial llamada Novoe Izdatel'stvo lo compró para quitarlo de en medio.
La librería superviviente
Phalanstére es el nombre de la única librería de Moscú en la que se puede comprar el libro de Navalny-Michnik. Es un local diminuto y residual que espera al lector hambriento escondido en el patio interior del edificio de una pequeña calle lateral, detrás de unas escaleras, con la puerta cerrada. Lo regenta Kupriyanov: un señor de 43 años de edad. Un tipo de barba poblada y cigarrillo sempiterno en la mano. Sale a fumar al patio y se sacude a caladas todas las intentonas censoras: que se destrocen en diferentes librerías las obras completas del último líder soviético ruso, Gorvachov; las compras de las plantas de impresión, los propios lectores que avisan a la policía para que retiren libros de su librería, el incendio que alguien provocó en su local en 2005.
"Durante un juicio no relacionado con esto, hace unos meses, el miembro de un grupo nacionalista de extrema derecha aseguró que había participado en el incendio junto a un integrante del movimiento juvenil afiliado al Kremlin, 'Rusia joven'. Esto confirma lo que Kupriyanov había sospechado desde el principio". El librero rebelde dice rechazar los libros "estúpidos, malos o de derechas": "Eso no es censura, es preferencia personal", sonríe.