La Nobel de Literatura está harta de terror y de miseria. Ahora escribe y escucha las voces y los rostros del amor. Es así: después de cuatro décadas escribiendo sobre el final del proyecto comunista y socialista en Rusia, quiere parar, hacer una pausa en el rodillo geopolítico, dejar de entrevistar a miles de personas para saber “qué es lo que le permite al ser humano seguir siendo humano en el infierno”.
En su gira mundial tras ganar el Nobel de Literatura, llega a España con el nuevo libro en la punta de los dedos y lejos de la sombra de Chernóbil. Quiere volver al país, pero con su nieta, y antes de marcharse la escritora vegetariana ya ha pedido una visita a Las Ventas, quiere disfrutar de una corrida de toros. En unos días pasará por Madrid J.M. Coetzee, también Nobel de Literatura, que lanzará una conferencia antitaurina.
Lo que yo hago es una novela de voces. Es un género de voces y tomo el conocimiento de los testigos. Yo me dedico a la literatura
Ayer visitó el Museo del Prado, pero no quiso saber nada de los horrores de Goya, ni de los desastres de la guerra. No pasó por las pinturas negras, sólo quería fantasía y un mundo al margen de la realidad. O sea, El Bosco. En la sala de descompresión, el Jardín de las Delicias es la pintura que parece lavarle todo lo feo, aunque asegura que el objetivo de sus libros no es tratar los horrores, sino “cargar el libro de sentimiento humano”. “¿Qué es lo que le permite seguir siendo humano al ser humano incluso en el infierno?”, se pregunta. Esa es la esencia de sus cinco libros y ese fue el núcleo de su conferencia en la Fundación Aspen Institute, en Madrid.
Llega y pregunta, miles de personas, miles de preguntas, todos los testimonios para tratar de saber “qué es lo que tiene la mentalidad rusa para hacer al socialismo algo tan popular”. Cuarenta años tratando de ayudar a la comprensión de los acontecimientos: “Yo no descubro acontecimientos”. Lo dice para desmarcarse del periodismo, que es como se justifica en cada conferencia que ofrece desde que le concedieron el Nobel de Literatura.
No es periodismo
“La obra de Svetlana no es una crónica, no es periodismo. El buen periodismo puede llegar a ser así, pero su obra trasciende el periodismo, es literatura”, presenta la veterana periodista Pilar Bonet, corresponsal en Moscú desde hace décadas. La autora confirma esta visión y explica que la literatura no es tan inmóvil como pensamos. “La literatura ya no tiene la oportunidad de volver a los acontecimientos 50 años después, como hacía Tolstói. Lo que yo hago es una novela de voces. Es un género de voces y tomo el conocimiento de los testigos. Yo me dedico a la literatura, pero es un género al que todavía no estamos acostumbrados”, cuenta.ç
¿Por qué este sufrimiento no nos llevó a la libertad? ¿Que nos impide ser libres a los rusos?
Una vez aclarada la legitimidad del galardón sueco, vayamos al sentimiento humano, que es lo que le preocupa, encontrárselo en situaciones extremas y ver cómo reacciona. Sin embargo, después de cuatro décadas preguntando, no ha encontrado las respuestas. “¿Por qué este sufrimiento no nos llevó a la libertad? ¿Que nos impide ser libres a los rusos? Salimos del gulag y no fuimos libres”, dice con desconsuelo. Le sorprende porque la cúpula de la intelectualidad rusa ha asumido esta situación sin cuestionar nada, a pesar de que “todos necesitamos ideas para reforzar nuestro espíritu”.
Y a pesar de ello “todos los rusos llevan un pequeño Putin en su interior”. “El problema no es Putin, el problema es que Putin está en cada una de las personas que le apoyan. Es un Putin colectivo, con sus rencores, sus venganzas y sus miedos”. La escritora señala al presidente ruso como la consecuencia de algo mucho peor: el fracaso capitalista en Rusia. “¿Por qué no ha salido bien el capitalismo? Porque no estábamos preparados”, asegura.
En Rusia está mal visto que unos sean más ricos que otros
En los noventa, dice, nadie quería que viniera el capitalismo, hablé con mas de mil personas y todos estaban en contra. Cuenta que todos imaginaron un socialismo con rostro académico, el de los líderes intelectuales de la Perestroika. “Pensábamos que tendríamos un socialismo justo y nos encontramos con la naturaleza humana, con su imperfección, con sus monstruos”. Y entra en su desazón al relatar cómo en la creación del nuevo pueblo, el hombre no ansiaba libertad. Ha dicho que entiende el mundo como lo entiende un liberal y le molesta que la juventud “siga con el pensamiento igualitario”, porque está “muy asentado”. “En Rusia está mal visto que unos sean más ricos que otros”.
Rusia sin remedio
Alexievich explica, aunque parezca increíble, que fue la ansiedad por lo material lo que libró al pueblo ruso del fanatismo de las ideas y de una guerra civil. “La sociedad quería probar lo material, todo lo que había tenido prohibido antes. Quería zapatos nuevos y un viaje a Egipto”. Eso dio a luz a una sociedad manipulable, pendiente de sus posesiones. Los periódicos, dice, publicaron una lista de 50 intelectuales de confianza afines a Putin.
“Cuando les pregunté por qué me encontré con gente con miedo a que les quitaran sus pertenencias. Rusia ha soportado mejor el gulag que la prueba del dólar. Antes, la gente no tenía nada que perder cuando eran maltratadas, pero ahora todo el mundo tiene algo que perder”, asegura rotunda, que critica a esa élite cultural que ha quedado encerrada en sí misma, pidiendo disculpas por las molestias.
Rusia ha soportado mejor el gulag que la prueba del dólar
La falta de crítica y el miedo ha provocado el regreso al Estado de histeria militarista, fomentado por Putin, un Estado convertido en fortaleza asediada, que ve enemigos por todas partes. Y ella es una de los mayores adversarios, “como todos los Nobel rusos, salvo Mijaíl Sholojov, que fue un premio oficial”. Ahora quiere escapar de todo, de Putin y de Bielorrusia, del fracaso del capitalismo ruso, y centrarse en otra parte importante de la humanidad por la que se pregunta: el amor. Quizás aprenda algo en los toros.