El viaje en busca de Alfanhuí empieza en rojo. “El atropello de un ciervo ha causado desperfectos en los frenos”, informa el maquinista del Regional Express 17501 a la altura de Jadraque. Es verano y no hace frío como en El huésped de las nieves, cuento de Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927) en el que un padre y un hijo avistan un cérvido y al acabar la historia le cuentan las astas para conocer su edad. Eso no es posible con el animal atropellado por el tren que va a Guadalajara porque la cabeza, arrancada del cuerpo, ha quedado destrozada. Algunos progenitores impiden que sus hijos miren por la ventana; otros los animan a asomarse y todos los niños, sin excepción, piden contemplar la bestia muerta.
“La obra se representó en colegios pero Industrias y Andanzas de Alfanhuí no es sólo un cuento infantil. Es una historia quijotesca para todos los públicos”. Joaquín Ramírez fue actor en Aula 6, una de las compañías de teatro independiente que nacieron a finales de los años setenta y fueron muy activas (y combativas) en los ochenta. “El director, Miguel Alarcón, nos obligó a leer la primera obra de Ferlosio porque quería montar algo con ella”. Y así fue como Joaquín se convirtió en el niño de “los ojos amarillos como los alcaravanes”.
Si pregunta por Camilo José Cela cualquiera le nombrará el 'Viaje a la Alcarria'. Pero el nombre de Ferlosio no creo que le suene a casi nadie y aún menos 'Alfanhuí'
A Ramírez, que hoy trabaja en el Teatro Alhambra de Granada, le extraña que Alfanhuí no haya interesado a otros artistas. “Fuimos los únicos que la llevamos al teatro y hasta donde sé, no se ha vuelto a hacer nada con ella”. Juan Benet la definió como “un relato autobiográfico, escrito en el penúltimo instante, antes de que el chico se perdiera para siempre de vista”. A Ferlosio, alérgico a la exposición pública, debió darle pudor exhibir la virguería adjetival y colorida que es Alfanhuí. Por eso la rechazó, como renegó del cuento del ciervo (“cursi y sentimental”, dijo) y de sus otras novelas: El Jarama y El testimonio de Yarfoz. Para referirse a su primera obra, sin embargo, profiere un gruñido distinto: “Alfanhuí se puede perdonar”.
Primera parada, Guadalajara
Rafael Sánchez Ferlosio pidió 13.000 pesetas a su madre para editar Industrias y Andanzas de Alfanhuí, que salió a la venta en 1951. Tenía 24 años. La historia “de ciencia ficción”, en palabras del autor, está anclada a un paisaje real, el de las tierras castellanas y extremeñas. La primera parada, Guadalajara: “El Henares es un río terroso que baja por las tierras oscuras y viene de las oscuras montañas. Está hecho con las obras de las nubes olvidadas por los vericuetos de la serranía”.
Así describe Ferlosio las aguas que atraviesan el primer destino de Alfanhuí cuando abandona su casa. “Si pregunta por Camilo José Cela cualquiera le nombrará el Viaje a la Alcarria. Pero el nombre de Ferlosio no creo que le suene a casi nadie y aún menos Alfanhuí”, dice el recepcionista del Hotel España. Cuenta que leyó el relato en el instituto pero ni siquiera recuerda que fuera a su ciudad donde llega el niño y un maestro taxidermista le enseña su oficio y lo bautiza: “Te llamaré Alfanhuí porque este es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros.”
El cronista oficial de la provincia confirma que apenas hay rastro de la novela en la ciudad. “Queda muy poco del recuerdo de Alfanhuí en la Guadalajara actual. La guardería situada cerca del Barranco del Alaín y que yo sepa nada más”, cuenta Antonio Herrero y pone a EL ESPAÑOL sobre el único rastro del niño que destilaba tinta de color sepia de los lagartos. El Centro de Atención a la Infancia referido por Herrero está cerca del Parque Fluvial de la ciudad, próximo a árboles que dan frescor y nido a golondrinas y vencejos. A la puerta llegan coches de los que bajan hombres y mujeres con niños a cuestas que entran en la escuela y salen sin ellos.
“La trama de Alfanhuí resume el espíritu de lo que, a juicio de Carmen Heredia, quiere ser el nuevo CAI: un lugar de felicidad e ilusión para todos los niños y de apoyo a sus familias”, decía la nota de prensa de inauguración en 2009. De haber leído el libro, la entonces concejala de Bienestar Social habría sabido que ese niño es huérfano de padre, que se fue solo de casa y que en el camino encontró amigos, enemigos, frío, dolor, frecuentó la muerte y apenas se rozó con su familia. Los niños que hoy en día se parecen a Alfanhuí no van a la guardería. Los niños sin nombre que más se parecen al niño pálido que parió Ferlosio vagan entre países con padres o sin ellos o llegan a un país extraño escondidos en los bajos de un camión.
Sólo una guardería bautizada por un motivo erróneo, no como el protagonista de la novela
No hay nada más en Guadalajara que recuerde a Alfanhuí, ni siquiera un alcaraván sobrevolando la ciudad. Sólo una guardería bautizada por un motivo erróneo, no como el protagonista de la novela, en cuya nominación se oye el aletazo de Moby Dick: “Madre, llámeme Alfanhuí”, dice para ratificar su nombre cuando regresa a Alcalá después de ver a su maestro morir y el lector ve al chiquillo llorar por primera vez.
Alcalá es de Cervantes y Cela
De ese primogénito al que Ferlosio perdona, no hay rastro en Alcalá de Henares, ciudad donde el escritor recibió el Premio Cervantes en 2005. Están el río (uno más) y las cigüeñas, que también vuelan en Alfanhuí, pero no queda rastro de los molinos con los que imaginar cómo era el entorno del que escapó el niño, o la cacera por la que se coló cuando volvió tras su primer choque con la vida. “Alcalá, sin sus molinos, es menos Alcalá, menos Ciudad Patrimonio de la Humanidad”, advierten Ecologistas en Acción, pero nadie los escucha.
Alfanhuí ni siquiera ha servido de fetiche para algo que en España se hace sin necesidad de leer: rutas turísticas. El itinerario literario que ofrece el ayuntamiento para el visitante no incluye a Alfanhuí, ni El Jarama, que se cita de pasada porque en él se mencionan las garrapiñadas típicas de la zona. “El único autor del siglo XX que forma parte de la ruta es Camilo José Cela porque cita la ciudad en Viaje a la Alcarria”, explica Mercedes Barroso, de Turismo de Alcalá a EL ESPAÑOL.
Pero Ferlosio le da algo más que almendras a Alfanhuí en esa ciudad. Le da la vida, una madre, cobijo para un duelo y lo va despertando del letargo que le ha supuesto la muerte del maestro. También es allí donde se le presenta una liebre a la que persigue por la nieve, un animal que recuerda al conejo blanco de Alicia en el país de las Maravillas, que lo saca de su apatía y lo hace reemprender el camino hacia nuevas aventuras.
Una calle, una esquela
El hijo no dejó huella en Alcalá pero su padre tiene una calle. La de Rafael Sánchez Ferlosio está en Espartales Norte, una urbanización con bloques vacíos; dos tórtolas en un balcón junto a un letrero que dice: “Visite piso muestra” y jardineras superpobladas con tallos de lavanda que crecen desbocados porque a la planta morada le atrae el suelo pobre y seco. Un día quizás sea algo vivo, pero hoy esa urbanización está desenfocada y por ella discurre la calle Rafael Sánchez Ferlosio paralela a la de Francisco Umbral.
La justicia moderna reverbera la antigua venganza, porque la culpa ya no parece ser el daño, sino la impunidad
Ponerle una calle a alguien que aún respira es anticipar su esquela. El nomenclátor de las ciudades es al político lo que el obituario al periodista: un espacio obligado, no siempre informado y a veces, una revancha. Tener a Umbral a su izquierda quizás le arranque una sonrisa al padre de Alfanhuí. Con el escritor madrileño tuvo Ferlosio una relación a ratos esquinada, a ratos bravucona. Nada grave. El baldón se encuentra a la derecha y es de doble sentido.
“Avenida Víctimas del Terrorismo” es el nombre de la vía que acompañará durante décadas, quizás siglos, al autor del concepto “victimato”: “La justicia moderna reverbera la antigua venganza, porque la culpa ya no parece ser el daño, sino la impunidad”. Así dice el pecio (aforismos que contienen una idea o quizás dos que no aspiran a ser certezas) que alguien parece haber empleado, con intención o por ignorancia, para vengarse de Ferlosio sobre el mapa.
Alfanhuí en el Manzanares
La historia de Alfanhuí es picaresca, surrealista, viaje iniciático, novela de crecimiento, cuento y narración realista. Tiene formas de El Quijote, tintes del Lazarillo de Tormes y el profesor Manuel Sanz Morales, de la Universidad de Extremadura, cree que también bebe de la Odisea. “En su periplo, Alfanhuí ve muchas cosas, como las ve Ulises también en su deambular. Ambos son espectadores de diversos hechos, fantásticos o no”.
Algunos de los más impactantes suceden en Madrid.“La ciudad era morada pero también podía verse rosa”, dice Ferlosio de la capital y recurre a madreselvas, amatistas y lilas o a señoras vestidas de malva y añil para describirla. Alfanhuí se mueve por el borde de la capital, cerca del río (otro) Manzanares, ribera en la que un grupo de 480 chavales aprendió Filosofía, Dibujo, Sociología, Historia e incluso Matemáticas, Física y Química dedicándole un curso entero al viaje del niño sabio.
Alfanhuí está próximo a la figura del pícaro, un mundo que conocen bien muchos de nuestros alumnos, inmigrantes del Este de Europa
La idea fue de un grupo de profesores del Instituto Luis Braille de Coslada, que en 2003 puso en marcha “De Alfanhuí al presente. Fantasía y realidad en la Comarca del Henares”, un proyecto de innovación pedagógica que tenía la finalidad de “investigar y reflexionar sobre los cambios sociales de la comarca del Henares en los últimos 50 años".
José Antonio Bárez Palacios, capitaneó una aventura que consiguió becas y premios. “Alfanhuí está próximo a la figura del pícaro, lo que nos permitió introducirnos en el mundo de la adaptación a un medio que, en muchas de las ocasiones, une al extrañamiento un carácter poco acogedor: el mundo que conocen bien muchos de nuestros alumnos, inmigrantes del Este de Europa”.
Esas dificultares, el desprecio o la intolerancia también están en Alfanhuí, que en Madrid encuentra a su primer enemigo: Don Zana, la marioneta que besa a una niña con los labios de membrillo y ella muere de amargura. “Con un picorcillo acre y doloroso, abrió Alfanhuí los ojos a la ceguera”, escribe Ferlosio en el episodio en el que el niño cree haber matado al muñeco y sale de Madrid con la inocencia desguazada para siempre y las manos manchadas de color corinto.
Extremadura en la boca
Atrochar, acutar, sostribar. Esas tres palabras son parte del vocabulario que se usa en Moraleja, pueblo cacereño al que llega Alfanhuí en busca de su abuela. Atrochar por atajar. Acutar por guardar sitio. Sostribar por apoyarse. Luis Roso, escritor novel de 27 años y moralejano recibe a EL ESPAÑOL en el Parque Alfanhuí, donde tres ancianos que toman el fresco concluyen que el nombre al jardín se lo debieron poner “por algún político que se llamaba así”.
Un paseo por el pueblo permite escuchar, no imaginar, la manera de hablar de algunos personajes que aparecen en la tercera parte del viaje de Alfanhuí, que contiene “palabras propias de la variedad del dialecto extremeño hablado en el territorio que se corresponde con la diócesis de Coria”, según un estudio de la filóloga Raquel López Ruano. Laja, troje y ñogal son otras tres. Laja por plancha, troje por desván, ñogal por higo. Y por supuesto, los diminutivos: andarín, bailarín, hombrecín, ojines. Tampoco es extraño escuchar un laísmo, como los que hace la abuela extremeña del niño extraño.
Roso reconoce que el libro no le impactó cuando lo leyó a los 17 años. Por eso es sorprendente que recuerde tantos detalles. “Me acuerdo de los bueyes, del río, de la abuela que incubaba pájaros, de que estaba lleno de colores y sin embargo, todo resultaba algo oscuro”. Roso acaba de publicar su primer libro, Aguacero (Ediciones B), una novela negra con buenas críticas que en ya las primeras páginas contiene una referencia a El Jarama: “Yo ya no veo tres curas en un montón de yeso”. Dice Luis que la “calcó”, como cogió frases exactas de libros de Aldecoa o Delibes. “Por mi formación de filólogo, es la literatura que más conozco”, explica el joven, que es profesor de lengua y literatura españolas en un instituto de Alcorcón.
Un buen cómic
“Siempre he imaginado que en ese tramo del río vivía la abuela de Alfanhuí”, dice Roso señalando una de las orillas del Rivera de Gata. El río (suma y sigue) también es protagonista en esta parte del viaje, pues junto a él vive la abuela y por él pasea Alfanhuí a los bueyes viejos de los que se encarga al llegar a Moraleja. Luis explica que no es un libro que se trabaje en los institutos. “En clase, se menciona Ferlosio pero no se lee. Queda en manos del profesor leer algún fragmento pero no es un autor fácil para unos alumnos a quienes les cuesta la lectura”, explica el profesor que añade que incluso sus pupilos de Bachillerato se decantan por títulos de la saga de Harry Potter.
En clase, se menciona Ferlosio pero no se lee. Queda en manos del profesor leer algún fragmento
Roso cree que Alfanhuí sería un buen cómic y una buena forma de acercar a los estudiantes un autor que “nadie debería perderse”. Ferlosio considera que cualquier adaptación es un insulto a la inteligencia del lector pero Roso no habla de cortar ni modificar el texto, sino de aprovechar la potencia de sus imágenes para acercarlo a los adolescentes.
“Yo recuerdo muchos pasajes porque contenían escenas muy líricas, originales y llamativas”. Roso cree que Ferlosio es ya un clásico pero también un outsider. “Además, el 80% de su obra es ensayo, un género que poca gente lee. Y el suyo además, es elevado”, cuenta el joven, que estudió a fondo Guapo y sus isótopos en una asignatura de máster sobre el ensayo español. “Pero fue por iniciativa propia”.
Aparte del parque, no hay nada más en el pueblo que recuerde que parte de la novela sucede en Moraleja
La Casa de la Cultura de Moraleja está sobre el río. “Ferlosio vino hace 30 años a Moraleja a acompañar a un amigo en una exposición de pintura. Y ya era cascarrabias”, dice con gracia Begoña, la bibliotecaria, que muestra los ejemplares de Alfanhuí que guarda en las estanterías.
Todavía no tiene ninguno de Penguin Random House, editorial que se hizo con toda la obra de Ferlosio en 2015, tras 60 años publicándola en Destino. “Aparte del parque, no hay nada más en el pueblo que recuerde que parte de la novela sucede en Moraleja. Es curioso, sobre todo porque Ferlosio vive aquí al lado”, explica la bibliotecaria en referencia a la casa que tiene el escritor en Coria.
El final, en una isla
Esa misma extrañeza, pero más marcada se produce en Palencia, donde acaba la novela después de que el niño atraviese la sierra de Gata como ya cruzara antes las de Guadarrama y Gredos, porque la naturaleza es esencial en un libro lleno de árboles, pájaros y ríos. A Alberto, a cargo de la sala de lectura de la Biblioteca Pública le choca que no haya más huellas de Alfanhuí en su ciudad. “La película Calle Mayor de Juan Antonio Bardem se rodó aquí y aunque sólo se tomaron dos o tres escenas, presumimos mucho y se emite por televisión cada poco tiempo”.
En Palencia, Ferlosio colocó a Alfanhuí de mancebo en una herboristería situada en el número 45 de la calle Mayor. Con ese número hay tres entradas en la calle actual. La primera es de una carpintería; la segunda, una entrada a las viviendas y la tercera está cerrada a cal y canto desde hace años. Nadie en el vecindario sabe decir desde cuándo.
Hay telarañas, una puerta principal y dos ventanas con compuertas de madera carcomida que disparan la imaginación porque tienen toda la apariencia de haber sido en alguna ocasión dos espaciosas vitrinas: “En el escaparate había tarros y platos con hierbas, cada uno con su letrero, donde se podía leer: mejorana; pino país; arenaria (rubles); pulmonaria; oreja de oso; hierba negra; manzanilla del Moncayo; menta piperita; menta poleo; belladona; cordiales; malvavisco, etc., etc.”
Palencia, tierra que vio nacer al escultor Victorio Macho, está plagada de esculturas. Hay varias en sus calles dedicadas a la niñez: desde La niña de la comba, de Ursicino Martínez hasta el Homenaje al Maestro, de Rafael Cordero. Son pura nostalgia, un sentimiento inerte del que huye Ferlosio, cuya primera obra no fue una bienvenida, ni el inicio de una carrera literaria, sino más bien un “hasta nunca” a la infancia, lo único irrepetible.
Alguien, como hizo el actor Joaquín Ramírez en los ochenta, puede disfrazarse “con un peto de tirantes y un atillo” para fingir ser Alfanhuí, pero no es Alfanhuí porque cuando se mata a una marioneta o se ve por primera vez un ciervo descabezado, no hay forma de volver atrás.
Celebrar la belleza
En el Archivo Histórico de Palencia, una funcionaria confirma que no hay calle, ni guardería, ni ruta, ni homenaje en la capital de provincia donde termina el primer libro de Ferlosio. Sólo queda lo que algunos estudiosos han situado como el promontorio donde acaba la novela. Está en un precioso vergel donde el río Carrión se bifurca formando una isleta.
65 años no es una cifra muy periodística, pero Alfanhuí es una rareza nacida en medio del realismo social
“Ahora se llama Parque Isla Dos Aguas, pero hasta hace 20 años no eran más que huertas". En el centro hay un atolón coronado por rosales plantados en círculo con rosas de color rosa y espinas pequeñas y tiernas pero abundantes. Es ahí donde Alfanhuí se funde con la lluvia y donde todos los colores, tan importantes en el libro, se muestran juntos por fin en un hermoso arco iris.
Industrias y Andanzas de Alfanhuí no puede competir con los 400 años de la muerte de Cervantes ni con los centenarios de Camilo José Cela o Antonio Buero Vallejo, que acaparan los caminos por los que pasó Alfanhuí. A este libro no lo ha nombrado nadie la mejor obra de la Literatura española y 65 años no es una cifra muy periodística, pero Alfanhuí es una rareza nacida en medio del realismo social imperante en los años cincuenta. "Un bello collar de cuentos”, como dijo Ramón de Garciasol. "Rico en estrato y filones, universal”, según el filósofo Manuel Sacristán para quien las aventuras castellanas del niño versaban “sobre un tema profunda y constitutivamente humano: la sensibilidad”.
Las únicas novedades de la cultural actual parece que no son ya más que los aniversarios
Las instituciones no lo han reclamado. No hay rutas con su nombre. El cine no se ha prendado de sus posibilidades y en las escuelas no se celebra, ni se lee, olvidos que seguramente no disgusten a Ferlosio, escritor al que el editor Andreu Jaume atribuye “una resistencia sin cuartel a las trampas de la publicidad”.
Si lee este recorrido tras las huellas de su primer libro, quizás diga en tono arisco algo parecido a este pecio: “Las únicas novedades de la cultural actual parece que no son ya más que los aniversarios”. Pero Alfanhuí, por boca del actor que le dio vida, replica al padre: “No importan los años, lo que celebramos al leerlo y releerlo es la belleza”.