Hay un lector comercial -adepto a los best sellers- que anda cabreado. Es fiel y compra, sigue las filias de la masa y acierta, deglute con ferocidad y se sacia, digiere y continúa con su vida. Otro título, otra historia, otras claves previsiblemente atractivas. Se excita así, toqueteando siempre el estante de los más vendidos; unido en lazo estrecho con la gran comunidad lectora. Sin embargo, sobre estas preferencias nunca ha dejado de planear cierta sospecha: ¿es la calidad de un libro inversamente proporcional a su éxito? ¿Hay una élite intelectual que se abastece de una literatura más marginal, por compleja? ¿Cuál es el valor de un libro cuando el público lo avala pero la cátedra lo desprecia?
El zafarrancho terminó de desatarse hace tres años, cuando la prestigiosa revista Science publicó un estudio psicológico de la New School for Social Research (Nueva York) que aseguraba que los lectores de best sellers (o "ficción comercial", como lo denominan en el texto) tienen menos inteligencia emocional que los consumidores de literatura de autor (o "ficción literaria"). En esa investigación de 2013 se facilitaban a los participantes extractos de novelas de Don DeLillo, Lydia Davis o Louise Erdrich -como literatura selecta- y, en el otro extremo, textos de autores como Danielle Steele, Rosamunde Pilcher y Gillian Flynn para, a continuación, pedirles que identificaran las emociones de unos actores sólo con una imagen de sus ojos.
Se facilitaron a los participantes extractos de novelas de Don DeLillo, Lydia Davis o Louise Erdrich -como literatura selecta- y, en el otro extremo, a Danielle Steele, Rosamunde Pilcher o Gillian Flynn
La explicación residiría, según los autores del estudio, en que la ficción comercial está plagada de "personajes estereotipados" que podrían alentar a una "estrategia de percepción social" que entiende a la gente "en términos de identidades y roles sociales muy marcados", óptima para el engranaje del relato, pero que no cuenta con los matices y las complejidades del ser humano.
La crítica y el contraataque
Uno de los principales críticos con ese trabajo fue el reputado lingüista Mark Liberman, que en su blog Bitácora del lenguaje explicó que las obras elegidas eran "arbitrarias" y elegidas "a dedo" de un género tan inabarcable como la ficción. Consideró que extrapolar los efectos de esos pasajes a todo el género de la ficción era "más que generalizar".
Por eso los autores de la investigación, David Kidd y Emanuele Castaño, han regresado con más solvencia y un estudio más exhaustivo a fin de aportar más evidencias que confirmen su tesis. Las conclusiones -extraídas del análisis de más de 2000 personas- se han publicado en la revista Psicología de la estética, la creatividad y las artes. El proceso se ha desarrollado así: algunos de los participantes fueron reclutados a través de un artículo del New York Times sobre la relación entre la lectura y la sensibilidad interpersonal; otros, a partir de una encuesta Mechanical Turk de Amazon.
En el nuevo estudio, a los participantes también se les mostró una lista de 130 nombres de autores y se les preguntó quiénes eran los consagrados
Esta vez, además de completar la prueba de reconocimiento de emociones -elegir la palabra que mejor describa el sentimiento complejo que muestra la región de los ojos-, a los participantes también se les mostró una lista de 130 nombres de autores y se les preguntó quiénes eran los consagrados. Sólo 65 de ellos eran realmente escritores; algunos de ellos de "ficción pop" -Dick Francis, Tom Clancy, Stephen King- y otros de "ficción literaria" -como George Orwell, Salman Rushdie, Kazuo Ishiguro-. El mayor reconocimiento de autores se interpretó como indicativo de que el participante había consumido más ficción "literaria".
No es una crítica a lo comercial
En la segunda fase del estudio -que involucró a más de 300 personas-, se analizaron los niveles de empatía como cualidad subjetiva de cada uno de los participantes: de nuevo, se demostró que los participantes que elegían ficción de autor también tendían a obtener mejores resultados en la prueba de emoción, y esta asociación se mantuvo incluso después de controlar las influencias empáticas particulares. Kidd y Castaño han dejado claro en todo momento que sus hallazgos no quieren significar "que la ficción de autor sea superior", sino que cada tipo de ficción tiene un efecto concreto en la comprensión emocional del lector.
Kidd y Castaño han dejado claro que esto no significa "que la ficción de autor sea superior", sino que cada tipo de ficción tiene un efecto concreto en la comprensión emocional del lector
En las conclusiones, detallan que "la exposición a la literatura de autor actúa positivamente en el rendimiento de la 'teoría de la mente', aun contando con variables demográficas como la edad, el género o el nivel de formación". "Teoría de la mente" es el término que se usa para designar la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas. Tiene aquí la connotación de "conjetura", "intuición" o "facultad de advertir".
Los doctores explicaron que les parecía "importante tratar de medir la exposición a la ficción de toda una vida" y que hay "evidencias" de que "las diferentes maneras de contar una historia tienen diferentes impactos en la forma en que percibimos la realidad social": "La ficción literaria o de autor, decimos, tiende a desafiar a las categorías o las etiquetas sociales -sus personajes son resistentes-, pero la ficción popular, por el contrario, emplea caracteres que nos ayudan a comprender de inmediato lo que está pasando". Ahí está al menos uno de los secretos de la construcción de nuestras identidades culturales. Si el trabajo de 2013 ya agitó los ánimos a nivel mundial, de este inédito los académicos esperan que sea aplicado a los planes de estudio y a las clases de literatura. Subrayan que el cerebro -y el ¿corazón?- es permeable y hay que alimentarlo de lo que lo ensanche. Elijan su dieta.
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