"El viernes por la noche le robasteis la vida a un ser excepcional, al amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendréis mi odio". Lo escribe Antoine Leiris -el marido de Hélène Muyal-Liris, una de las víctimas del atentado yihadista en Bataclan- y lo edita Península a sólo diez meses de la tragedia. Leiris recorre las fases burocráticas del dolor: su procesión por hospitales y comisarías, la identificación del cuerpo, los terapeutas, los policías, las madres de la guardería que preparan cantidades ingentes de potito a su hijo Melvil -que no había cumplido entonces el año y medio- y que nunca le dio.
Dice rechazar las reacciones compasivas, los chalecos amarillos del equipo psicológico, los lugares comunes del apoyo -los llama "el pequeño manual del enterrador ilustrado"-, pero, después de publicar en Facebook una carta a su amor que se hizo viral, alargó el relato. ¿Por qué, si se exponía mucho más a esa misericordia? "Porque este libro no sólo habla de muerte. Sino de amor, de paternidad. Creo que la gente ha dejado de sentir lástima por mí para acercarse a compartir conmigo su historia. Algo ha cambiado", sostiene.
¿Publicar por casualidad?
Claro que "hombre soy; nada humano me es ajeno" -como dijo Terencio- y que cualquier crónica personal de los hechos de la noche del 13 de noviembre nunca dejará de resultar desgarradora, pero cabe reflexionar sobre el sentido de este libro como producto cultural. Y si esa cuestión surge es porque la obra -la calidad estilística, la estructura, el mensaje-, independientemente del valor testimonial, del contexto, no tiene peso por sí misma. ¿Dónde acaba la literatura de luto con potencia artística -un Mortal y Rosa, de Francisco Umbral- y dónde empieza la exhibición emocional? ¿No es legítimo criticar una obra mediocre porque abarque un tema sensible?
No tenía otra intención más que contar de forma cruda y sincera los días después del atentado y cómo lo habíamos vivido mi hijo y yo, eligiendo lo que quería compartir y lo que quedaba para mi intimidad
Leiris explica por qué ha escrito este libro a este periódico: "Porque los momentos de escritura me sentaban bien en un momento en el que me sentía solo y encerrado en la situación". ¿Y por qué publicarlo? "Fue una verdadera casualidad. Una amiga que venía a hacerme compañía muchas tardes trabajaba en una editorial y yo le enseñé lo que estaba escribiendo. Las cosas se hicieron así: ella me puso en contacto con su editorial. Pero primero fue la escritura, porque realmente el contrato de edición se firmó cuando el libro estaba ya terminado".
¿Puede cambiar algo No tendréis mi odio en cuanto a la visión de los atentados? "No lo sé. Es algo que intento no plantearme y que nunca me he planteado mientras escribía el libro", cuenta. "No tenía otra intención más que contar de forma cruda y sincera, lo más sincera posible, los días después del atentado y cómo lo habíamos vivido mi hijo y yo, eligiendo lo que quería compartir y lo que quedaba para mi intimidad. Después los lectores harán lo que quieran: cada uno con sus heridas, con sus deseos".
¿Dónde está Hélène?
Es Melvil, el niño, el que vertebra la obra, el que la dota de pulso. Resulta curioso que la idea del texto surgiese de una carta para Hélène, cuando en el libro apenas aparece. Es más fácil imaginarla, acercarse a ella, en un perfil de Le Monde que en la obra póstuma que le dedica su joven pareja.
No tendréis mi odio describe el mundo después de Ella, pero no consigue transmitir la sensación de la vida truncada de Hélène, porque no cuenta a qué se dedicaba, qué amaba o qué detestaba, qué pensaba de las cosas, cómo olía o qué la hacía llorar. Su retrato queda borroso: unas gafas que se dejó en la mesilla -con ese tétrico aspecto de normalidad-, un cuerpo hermoso y gélido en la funeraria, algunas de las nanas que tarareaba para el bebé. Nunca habrá dos Hélène, igual que no hay dos víctimas iguales, pero en el libro es ella como podría ser cualquier mujer.
Hélène puede ser otra persona, puede ser todo el mundo. Incluso alguien que haya perdido a un ser amado por una enfermedad... un padre, un hijo... podrán verse reflejados en la persona perdida de Hélène
El autor cuenta que esa poca hondura en el perfil de su mujer fue buscado. Con este libro pretende una suerte de universalidad. "Hélène puede ser otra persona, puede ser todo el mundo. Incluso alguien que haya perdido a un ser amado por una enfermedad... un padre, un hijo... podrán verse reflejados en la persona perdida de Hélène", explica. "Por otro lado, es duro hablar de algunas cosas. Tampoco podía llegar muy lejos en contar quién era ella".
De Dios no quiere hablar. Ni de la concepción que tenía de la religión antes del atentado ni la que tiene después. Pero, ¿cómo le contará a su hijo -cuando crezca- la importancia del fundamentalismo religioso en el atentado de su madre? "Quiero hacer de él un espíritu libre", sonríe. "Quiero que sea capaz de construirse una inteligencia que multiplique sus fuentes de información, que sea crítico, que tenga su propia opinión. No hay ninguna idea preconcebida que vaya a transmitirle. Intentaré que sea capaz de resistir a la ignorancia, a la tontería humana, a las explicaciones simplistas".
Justicia, prensa y políticos
Leiris cree en la justicia porque cree en el Estado de Derecho. Considera fundamental que luchemos contra el terrorismo con nuestras armas -las legales, las civilizadas-. "Conocí a una persona que me impresionó mucho. Estaba en la terraza la noche del atentado y perdió el pie, perdió una parte del dorso del brazo y su mejor amigo murió a su lado", recuerda. "Me dijo que le pagaría de su bolsillo el abogado a los yihadistas. Lo suscribo. Yo también se lo pagaría de mi bolsillo para que fueran juzgados según las reglas del Estado de Derecho. Si no, seríamos como ellos".
Por eso no odia. Porque es tomar prestada la piel del asesino. Porque es "dejarles ganar", "darles lo que buscan, que es enfrentarnos a unos contra otros, que vivamos con miedo y con rabia". "Pero no les daré esa satisfacción", repone. "Además, tengo un hijo. ¿Qué infancia tendría si lo educo en el odio, cuando es un sentimiento que desborda y puede acabar ocupando toda la vida?".
Podía pensarse que el gobierno se encargaría de la seguridad de los franceses, pero no: sólo hablan de identidad. Hay una utilización política malsana de estas tragedias
El periodista critica en el libro las palabras que emplean los medios de comunicación para cartografiar el dolor. Cuenta que escuchó "matanza" y tembló. Apagó la televisión antes de oír "carnicería". ¿Hay quien saca rédito de la masacre en su oficio? "Cómo decirlo: habría que abordar una larga reflexión sobre que la toma de decisiones en el capitalismo acaba llevando a este tipo de cosas. El sistema impone a casi todos los mismos métodos de funcionamiento", sostiene.
¿Y en cuanto a intereses gubernamentales? "Claro que hay un uso interesado de los atentados. En Francia es aún más evidente, porque se acercan las presidenciales y el escenario político se ha desplazado a la extrema derecha", explica. "Podía pensarse que tratarían la seguridad de los franceses, pero no: hablan de identidad. Hay una utilización política malsana de estas tragedias, pero ¿nos sorprende eso?".
No sabe qué medidas concretas exigirle a los gobiernos frente al terror yihadista; prefiere concentrarse en lo que está a su alcance. "Las cosas que se me ocurren no sé ni serían eficaces o si se podrían efectuar. Me centro en mí, en reflexionar sobre lo que he vivido, en intentar que entendamos que con el terrorismo tenemos una responsabilidad individual y otra como ciudadanos: no dejarnos amedrentar". Sabe que la vida sigue. Y piensa continuarla como una lucha personal e intransferible, no haciéndose el siamés de su hijo. "No puedo depositar en él todo el peso de mirar para adelante. Yo tengo que salvarme a mí mismo".