“Opresión” y “mujeres” son las palabras que más repite Emma Cline en la rueda de prensa que ofrece en Barcelona para presentar Las chicas (Anagrama), una novela inspirada en la matanza perpetrada por Charles Manson que se centra en las jóvenes que formaban parte de su secta. “Sólo es un punto de partida porque no me interesa la matanza, ni el asesino. Me interesan ellas, esas chicas que en un momento dado toman una decisión horrible”.

En la novela, Cline desgrana la adolescencia desde diferentes personajes y desde distintas ópticas “como un mundo de aislamiento, donde todo es blanco o negro y en el que el entorno casi rural limita aún más las opciones de las jóvenes e intensifica su soledad”. Cline ha querido reflejar otro tipo de violencia, la cotidiana, la que experimenta cualquiera a lo largo de su vida, en su entorno y su familia, y que está tan instalada que nadie la ve como un delito.

Random House le pagó a Cline por este libro dos millones de dólares, Hollywood ya tiene los derechos para hacer una película y la novela será traducida a 35 idiomas. Muchos miden ese éxito en función de la edad de Cline: 27 años. Algunos lo hacen para quitarle mérito, la mayoría lo emplean para calificarla de “fenómeno literario.” A la misma edad que tiene la californiana Mary Shelley escribió Frankestein, William Faulkner sacó su primera novela y Margaret Atwood había publicado su primer poemario con algunos años menos. Sorprende tanta sorpresa y Cline, aunque dice que lo entiende, también arruga el gesto ante el interés de quienes quieren indagar en su talento contando sus cumpleaños.

Un libro útil para sus hermanas

Cline aparece en Barcelona con unos zapatos planos, negros, de un material parecido al terciopelo con una cara de gato impreso en cada uno. En la rueda de prensa, no mira a nadie a la cara, sólo se enfrenta a la mirada de su editor en España, Jorge Herralde, que habla de que la crítica ha sido “unánime” con Las chicas olvidando al New York Times, que en las fajas de los libros es otro diario más: sólo se cita si dice cosas bonitas.

"Lo que cuento sirve para hoy. No viví en los sesenta pero he hablado con mi madre y sé que las cosas para las mujeres apenas han cambiado", afirma Cline

El título de la novela no es casual, explica Cline: “Tengo seis hermanos. El mayor y el pequeño son chicos. En medio, cinco chicas. Yo soy la mayor y quiero que mi libro les sirva de algo a mis hermanas”. La trama se sitúa en la California de los sesenta, hippys, tanques de privación sensorial, cocina macrobiótica, khol en los ojos y yerbas de todo tipo aparecen a lo largo del relato. “Pero lo que cuento sirve para hoy. No viví en los sesenta pero he hablado con mi madre y sé que las cosas para las mujeres, desgraciadamente, apenas han cambiado”.

Cline es diestra pero coge el bolígrafo como una zurda, ocultando al escribir la bola por donde sale la tinta. En el cara a cara, es menos tímida y menos sobria. Ríe, emplea frases cortas y contundentes y cree que tiene una “brecha” en su formación por no conocer los nombres de feministas ilustres. “Mi feminismo no viene de los libros, nace de observar el mundo, de tener hermanas más pequeñas, con las que soy muy protectora. No me siento molesta en su nombre pero siento empatía con las situaciones que, como mujeres, las incomodan”. De esas situaciones hay varias en su novela: chicas a las que sus novios no permiten hablar; chicas que no saben qué hacer para estar guapas; chicas a las que se coacciona para que enseñen las tetas. “Me vestía para generar amor”, dice la protagonista, Evie, que tiene 14 años.

Sin moraleja

Cline desvela, casi sin que le pregunten, algo que ella considera carencias. “Apenas he leído clásicos porque estudié en un instituto muy hippy de California. Estuvo bien porque me acercó a autores y relatos contemporáneos y me animó a escribir”. Trabajó como lectora de la revista The New Yorker durante dos años. “Leía libros de ficción de gente que no tenía agente. Después me pasaron a autores que ya tenían cierto nombre. De esa experiencia aprendí que cualquier texto necesita edición y eso me animó a intentarlo”. Uno de los autores a los que leyó fue Richard Ford, escritor que se ha mostrado entusiasmado ante las aptitudes de Cline retratando seres humanos y utilizando el lenguaje.

Emma Cline. Efe

En Las chicas, explica la autora, apenas tuvo que retocar un par de cosas: añadir un capítulo y algunos cambios de palabras. Lo dice sin presunción, sólo describe, y vuelve a la timidez cuando explica lo privado que es el acto de escribir y lo chocante que aún le resulta la exposición pública. “En momentos así, deseo haber elegido un seudónimo. ¡Como Elena Ferrante!” No es la única vez que cita a esta autora. Volverá a ella para describir lo que es para ella una autora feminista: “La que construye personajes femeninos complejos, no clichés”.

“A las mujeres nos educan para que nos miren, no para ser protagonistas”, sentencia la autora

“Cliché” es otra palabra que enuncia varias veces. Cline, que asegura que sólo usa el teléfono para llamar y no tiene redes sociales, fue en el pasado una niña-adolescente que intentaba ser actriz. Se pasó días enteros de casting en casting. “Fui a un montón de audiciones para papeles de víctima de violación. Todo el dinero cristiano para películas es para eso, me explicó mi agente. A los cristianos les encanta una buena violación, les da una oportunidad de redención.” La frase es de See me, un relato publicado en The Paris Review, revista donde ha cultivado el género corto y en primera persona. “A las mujeres nos educan para que nos miren, no para ser protagonistas”, dice ratificando que en su novela hay una protesta muy clara contra la cosificación femenina.



Lo que no quiere Emma Cline es dar lecciones. En Las chicas se mastica un error irreparable y todo en la expresión, el ritmo y la estructura está puesto para reforzar esa idea. "En mi novela no hay moraleja. A veces, se toman malas decisiones y están ahí toda la vida. No creo que se pueda sacar algo bueno de cualquier mala experiencia".

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