“La colmena me dio algún dinero (Signet Book, de Nueva York, tiró setecientos mil ejemplares en su edición popular, a 35 centavos), el suficiente para poder seguir viviendo cuando, a raíz de su publicación, me expulsaron de la Asociación de la Prensa de Madrid y prohibieron mi nombre en los periódicos españoles. ¡Qué lejano parece ya todo esto! La verdad es que las situaciones artificiales envejecen más bien de prisa”, escribió Camilo José Cela, el uno de noviembre de 1965. El censor censurado hacía del pasado pelillos a la mar para contar la historia de una novela zarandeada por los tiempos revueltos por la dictadura de Francisco Franco.
Los empujones contra el manuscrito de Camilo José Cela arranca con la censura previa, el 7 de enero de 1946, presentado por la editorial barcelonesa Ediciones del Zodiaco, bajo el título La ciudad llagada. Gracias a la correspondencia con el editor Maristany sabemos que Cela “anda tejiendo una novela larga”, cerca de mil páginas y que está preocupado por la dureza de la censura, dado que la novela no es una novela rosa. Cela sabía de lo que hablaba, intuía que los censores desangrarían el original. La sucesión de expedientes, los tachones y las anotaciones de los lectores daría para una novela paralela a la escrita por el Nobel de Padrón.
El libro no se publicó en España hasta 1963 (aunque 12 años antes apareció en Argentina). Coincidiendo con el Primer Centenario del nacimiento del autor, la Real Academia Española y el grupo Penguin Random House lanzan una edición conmemorativa de la novela con fragmentos inéditos censurados y autocensurados de aquel manuscrito.
“La uruguaya es una golfa tirada, sin gracia, sin educación, sin deseo de agradar. Es una golfa de lo peor, una golfa cobista, una golfa que habla mal de las lesbianas: las amorosas golfas del espíritu, dulces, entristecidas, silenciosas como varas de nardo”. Este párrafo del capítulo IV está tachado por la censura, el fragmento entero.
Rojo sangre
Más adelante hay borrones de color oscuro, no en rojo, hechos por el propio autor que tapan las palabras en las que había pensado. La autocensura amedrenta al genio. No es de extrañar, unas líneas después sobre el manuscrito hay una entera tachada en rojo -el color de los censores-, que Cela decide sustituir por otra versión de la misma, con una anotación manuscrita: donde se leía antes de la prohibición “como los amantes del Antiguo Testamento”, ahora se lee “como los amantes de los tiempos antiguos”. La “técnica del improperio” era demasiado fuerte para la sensibilidad castrante de la época.
Los editores se esperaban lo peor y deciden incluir una nota al final del ejemplar que entregan a los ejecutores del silencio, en la que avanzan que, a pesar de lo que vayan a leer, la cosa ya se ha templado de antemano por presión de la editorial: “A petición de los editores, el autor ha suprimido algún que otro trozo del texto original”.
Como sabían que su palabra iba a servir de poco, recurrieron a los comentarios de varios escritores notables que reseñaban la trayectoria de Cela para despejar sus lapiceros rojos de la libertad de expresión. Aparecen los elogios de Dámaso Alonso, Pío Baroja, Giménez Caballero, González Ruano, Carmen Laforet, Alfredo Marquerie, José María Pemán, Torrente Ballester, etc. Y el más llamativo de todos, el de Leopoldo Panero: “Sólo una personalidad tan instintivamente poética, tan cabal y tan rica como la de Camilo José Cela…”. Panero, uno de los censores más leídos, lanzaba sus alabanzas al tiempo que emitía la primera purga del libro.
Francamente inmoral
El encargado del último informe de censura es un viejo conocido de Cela, el reverendo exterminador Andrés de Lucas, que una semana más tarde que Panero destruye el libro sin miramientos. Se vuelve loco a tachones, las páginas chorrean ira encarnada. “Se sacan a relucir los defectos y vicios actuales, especialmente los de tipo sexual. El estilo, muy realista, a base de conservaciones chabacanas y salpicado de frases groseras, no tiene mérito literario alguno. La obra es francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente”.
El sacerdote contesta de esta guisa a las preguntas del informe de la Dirección General de Propaganda: “¿Ataca al dogma o a la moral? Sí”; “¿Ataca a las instituciones o al Régimen? No”; “¿Tiene valor literario o documental? Escaso”.
En el texto de introducción a la edición de la Real Academia Española, su director, Darío Villanueva, asegura que el tema principal de la novela es la “apertura esperanzada hacia la única solución posible: la solidaridad humana”. “La colmena está en el extremo opuesto del idealismo moralista, pero ello no impide que, incluso por vías paradójicas, transmita vívidamente un mensaje de solidaridad contra la pequeñez del hombre solitario: Victoria está dispuesta a prostituirse para que su novio recobre la salud”.
José Manuel Caballero Bonald se dedicó a contar los personajes que pululan por aquel Madrid de 1943 y le salió una cifra de 296, la gran mayoría de ellos tienen una sola aparición. Cuarenta y cuatro disfrutan de una segunda entrada y sólo 27 de cinco. “Son como abejas de la colmena, y las viñetas en las que anidan, se nos figuran las celdillas que aíslan, pero a la vez constituyen una estructura reticular sólida y visible”, escribe Villanueva.