Prefieren llamarlo “familia” a “empresa” y estas son las órdenes: pasarás más horas con ellos que con los tuyos, aceptarás la autoridad del padre y cada día deberá ser una fiesta de cumpleaños, en la que sonreirás y anularás cualquier asomo de crítica. La nueva empresa imagina su familia como un grupo de trabajadores sometidos a su debilidad. Para el trabajador ese mundo de colores y sonrisas no tiene que ver con una empresa, porque de hecho es una familia. Pero cuando el hijo pródigo deja de cumplir con su papel es apartado y reemplazado de inmediato de los integrantes de la nueva familia, que nunca es la misma, porque siempre cambia en busca de la perfección.
Si pienso lo mucho que me han cambiado la vida según qué libros, sí diría que la novela es un arma de acción social
Julio Fajardo Herrero (Tenerife, 1979) ha escrito la novela que tu jefe no quiere que leas. Se ha detenido en la versión actualizada de las relaciones laborales, en su segunda novela Asamblea ordinaria (Libros del Asteroide), un libro cruzado por tres historias que descubren las consecuencias de la crisis financiera en la clase trabajadora apartada de su trabajo. Un sobrino convive con una anciana tía porque no tiene trabajo ni dinero para pagar un alquiler; una pareja se resquebraja por el choque entre dos formas de enfrentarse a la hecatombe social; y un empleado se dirige al jefe que le ha despedido (quién sabe si por carta o en sus pensamientos) para que entienda la incoherencia entre su discurso motivador y sus ejecuciones de cacique.
A lo largo de este último relato, las contradicciones entre lo dicho y los hechos se desvelarán como propias del discurso del emprendedor, que esconde en la nueva jerga, viejas maneras. “Te dije que, si llegas a haber sido consciente de lo que implicaba para mí aquel proceso escalonado con el que me habías ido “desvinculando de la empresa”, no me cabía la menor duda de que lo habrías hecho de otra forma -conmigo y también con otros compañeros-, y creo que tú te diste cuenta antes que yo de que te estaba llamando hijo de puta”, leemos al protagonista despedido.
Es un ser sin rencor, que perdona y reconoce su entrega ciega a la personalidad de su jefe
El autor explica a este periódico que lo que le interesaba de esta historia era contar el proceso de desafección que han vivido muchos trabajadores por cuenta ajena. Ha construido al personaje amable, templado y entregado a la empresa que le seduce y le hace caer en una especie de síndrome de Estocolmo, del que una vez despedido termina por rechazar. Es un ser sin rencor, que perdona y reconoce su entrega ciega a la personalidad de su jefe. “Era atractivo poner eso a prueba y mantener un nivel de ambigüedad en lo que el personaje iba sintiendo”, cuenta.
Prohibido la persona
Es un ajuste de cuentas de baja intensidad, en el que se descubre la degradación de la empresa y del discurso del empresario. Pero el autor introduce otras variables importantes en el retrato del trabajador español 2016: la alta preparación de una generación condenada a vagar por empresas que precarizan sus condiciones y exigen una entrega absoluta sin interferencias personales. La familia está prohibida en la nueva familia, que tampoco evita la lucha de clases entre el dueño y la alta preparación del trabajador no reconocida en su salario.
Asamblea ordinaria es, entre muchas cosas, un órdago al sistema laboral tal y como se ha reformado. A pesar de ello su autor prefiere enfriar sus intenciones: “Simplemente fue una acumulación de detalles de los efectos de la crisis en la vida de los personajes. Es nuestro contexto, es la atmósfera que respiramos. No es casualidad, pero tampoco se debe a un plan. Estaría contento con que el lector piense que es una conversación sobre lo que está viviendo”.
Hay un desajuste social grave entre la clase a la que pertenecemos y con la que nos identificamos
No hay soluciones, ni reparaciones. Julio Fajardo pone la lupa y lo que asoma no es agradable: hay un desajuste social grave entre la clase a la que pertenecemos y con la que nos identificamos. Este desajuste no satisface expectativas y confunde las prioridades y los derechos por los que merece la pena pelear. Fajardo no incide en lo dramático, evita el sensacionalismo de las situaciones. “La única pretensión que hay es la honestidad y ofrecer una visión esclarecedora de un momento como éste”, añade. “Si pienso lo mucho que me han cambiado la vida según qué libros, sí diría que la novela es un arma de acción social”.
El viacrucis del trabajador despedido camina por varias etapas a lo largo del relato de Julio Fajardo Herrero, que destacamos en estas tres:
El sueldo
“Le veías muchísimo mérito a mi trayectoria y te quitabas el sombrero al saber de dónde venía y adónde había llegado, con mi licenciatura y mi nivel cultural y mis idiomas. Yo ahora supongo que eran demasiado sentidos los halagos, o demasiada la efusividad, como para que a mí de repente se me ocurriera decirte que mi padre, que es casi analfabeto funcional y se dedicó toda la vida a fumigar viñedos, cobraba prácticamente el doble de lo que me pagabas tú”.
El Holocausto
“A ti te va a parecer una barbaridad, pero cuando yo me acuerdo de aquella época a veces pienso en todo eso que dicen los supervivientes del Holocausto, de lo que en los campos de concentración todo era tan siniestro que muchos de los que salieron con vida no solo tuvieron que lidiar con el trauma de las atrocidades que padecieron, sino también con el sentimiento de culpa por todo lo que les tocó pasar para salvarse. Porque al parecer muchos de ellos ni de coña habrían podido sobrevivir sin haber traicionado a un compañero, o sin haber logrado dar la impresión a sus guardianes de aue ellos les eran mucho más útiles que el resto”.
El alivio
“La peripecia del trabajador por cuenta ajena debe ser una cosa tan loca que, si sacamos la estadística, yo creo que lo primero que casi siempre se experimenta cuando a uno lo despiden es un enorme alivio [...] por muy mal que te venga y por jodida que sea la situación en la que te deja”.