Hagan sus apuestas: el Nobel de literatura
¿Hay algún nombre nuevo entre la cabeza de la clasificación general al galardón? ¿Alguno que no se haya repetido en los últimos cuatro años?
13 octubre, 2016 01:37Noticias relacionadas
Hoy, a la una del mediodía saldremos de dudas un año más. Las apuestas calientan el panorama desde hace una semana, pero tradicionalmente el vencedor suele dispararse -como pasó hace un año con Alexievich- entre los favoritos un cuarto de hora antes de que se abra la puerta y aparezca la Secretaria General, Sara Danius, anunciando el nombre. Este año entre los diez favoritos por los que apuesta la mayoría no aparece ninguna mujer. Primer dato. A estas horas Joyce Carol Oates es la primera escritora en la carrera por el Nobel de Literatura, en la lista de la casa de apuestas inglesa Ladbrokes. De hecho, es la única mujer entre los veinte primeros nombres.
¿Hay algún nombre nuevo entre la cabeza de la clasificación general al galardón? ¿Alguno que no se haya repetido en los últimos cuatro años? László Krasznahorkai (Hungría, 1954), novelista de las frases subordinadas más largas del continente europeo, al que en España leemos en Acantilado desde hace 15 años, con libros como Melancolía de la resistencia, Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, Guerra y guerra o Ha llegado Isaías. Su alergia a los puntos, sus frases encajadas unas dentro de otras, es un intento descarado de acercarse lo máximo posible a la oralidad. Hablar, hablar y hablar. Pensar como se habla hasta agotar las líneas, como Proust y En busca del tiempo perdido.
El también húngaro Péter Nádas (Budapest, 1942) anda metido en las opciones que destacan el mérito ideológico y literario, es decir, la periferia de los centros políticos editoriales. En España hemos podido leer el gran Libro del recuerdo (publicado por Seix Barral, en 2003), una obra que rompe con las imposiciones del socialismo realista y las convenciones narrativas. Es uno de los nombres que forzaron la transformación narrativa y social del país, en los años setenta, gracias a novelas como El final de una saga (El Aleph, 1999), donde retrata a una familia judía a punto de desaparecer en la purga estalinista.
De nuevo, el escritor keniano Ngugi Wa Thiong'o apunta a favorito. Quizás movidos por el exotismo de ver un escritor negro y africano entre la hegemonía europea, más que por el hecho del esfuerzo del autor de Descolonizar la mente (DeBolsillo) por expresarse en su lengua, a pesar de cerrarse la puerta de acceso a la industria global. La pelea y el debate sobre cómo escribir literatura africana ha jugado en contra de su difusión. Quizá haya llegado el momento de devolverle lo que se merece.
Entre los diez primeros hay tres norteamericanos: Don DeLillo, Philip Roth y Bob Dylan. Y un español, Javier Marías, que repite, como Haruki Murakami, cada año. La cuota exótica del cantautor es estribillo manido, pero podría ser DeLillo (Nueva York, 1936) el autor que pusiera punto y final a la cerrazón contra la narrativa estadounidense. Menos histriónico en su incorrección que Roth, el autor de Cosmópolis es la literatura norteamericana que mejor podría tragar el canon europeo, aunque sea reconocer, como ha escrito, que el miedo y la paranoia son bienes de consumo, que la gran narrativa la escribirán los jefes militares y los totalitarios, que “las noticias internacionales son la novela que la gente quiere leer”.
Otro de los escritores que no parece agotarse por más que aparezca en las quinielas es el poeta siriolibanés Ali Ahmad Said, Adonis, el destructor de las convenciones de la poesía árabe a partir de visiones interiores que hacen emerger una nueva realidad y un nuevo lenguaje. ¿Y Ko Un (Corea del Sur, 1936)? Responde al perfil de Herta Müller y aparece desde hace 16 años en las listas: hijo y superviviente de una guerra sangrienta que ha dejado huella inherente en su obra. Ko se hizo monje budista en 1952, pero regresó a la vida seglar una década más tarde para escribir poesía. En la calle intentó suicidarse por segunda vez y las torturas por parte de la policía continuaron hasta finales de los setenta. Sus primeros poemas aparecieron en 1958, en el libro Tuberculosis. En España es difícil encontrar sus libros (Huerga y Fierro publicó el año pasado Unas horas con los poetas muertos).