Erasmo de Rotterdam (1467-1536) puso voz a la estupidez en 1511, cuando imprimió Alabanza de la estupidez. O sea, la estupidez es la autora de la alabanza de sí misma. Un ejemplo de la maestría del teólogo que hizo del escrúpulo filológico su empresa intelectual: “No hay, en resumen, relación ni sociedad que pueda ser jovial ni estable sin mi intervención”. “La naturaleza de las cosas es tal que cuanto mayor es la ración de estupidez tanto más gozan los mortales de la vida, que si es triste ni siquiera merece el nombre de vida”, escribe el teólogo, zurrando la patética condición del ser humano.
Penguin Clásicos publica nueva edición y versión (extraordinaria) del poeta Eduardo Gil Bera, en la que cuida de mantener la bofetada de ironía que recorre las reflexiones sobre este “discursillo”, como el propio autor renacentista quiso calificar para quitarse de encima los ataques y censuras. La “afilada malicia” de Erasmo fue un bestseller en su época y así se ha mantenido, dado el empeño humano en confirmar las eficaces críticas de esta “pieza brillante de la literatura del humanismo”.
“Ningún texto de Erasmo irritó tanto a católicos y protestantes como esta Alabanza de la estupidez. En 1527 supo que la Sorbona la había condenado como incompatible con la fe y la moral”, cuenta Gil Bera. La pequeña y lúcida obra disecciona en tres cortes la estupidez: como fabricante de ilusiones imprescindibles para vivir en este mundo, como poder efectivo en la sociedad y la estupidez del cristianismo y la mística.
Escrito a contracorriente, el propósito del intelectual fue “burlarse con un poco de salero de la vida mundana de la gente”, como escribe él mismo en la introducción. Reclama diversión y rebeldía contra las normas, a pesar de la tendencia a lo políticamente correcto: “Lo que más me admira del tiempo presente es la delicadeza de los oídos que sólo aguantan títulos solemnes”. En su repaso a las cosas risibles (“más que a las repugnantes”) se encuentran referencias a una de las conductas más estúpidas de estos días.
Gústate fuerte
Donald Trump se ha vanagloriado de la lealtad que le profesan sus seguidores: "Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos". Sobre esto, cinco siglos antes, Erasmo escribe: “¿Hay algo más semejante a la estupidez que la complacencia y la admiración de uno mismo? Pero, por otra parte, ¿qué harás de hermoso, gracioso y que no sea indigno, si no te gustas?”. Sin la vanagloria, ironiza Rotterdam, “en el acto languidecerá el orador con toda su acción, el músico no agradará a nadie con sus notas, el actor será silbado con sus gesticulaciones”. “Tan necesario es que cada cual esté encantado de sí mismo y busque su propio cumplido antes que el ajeno”, añade.
No lo pienses
El candidato republicano ha fijado su campaña en el rechazo a los inmigrantes mexicanos, cargando las tintas en la creación de un muro entre ambos países: "México nos envía a la gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores". ¿Inconveniente para levantar un muro de miles de kilómetros? No, claro: "Muy fácil, soy un constructor. Es más difícil construir un edificio de 95 plantas". Erasmo debió conocer algún que otro Trump renacentista, del que aprendió que la estupidez no se piensa lo que dice: “Como bien sabéis, suelen jurar [los oradores] que un discurso, que les ha llevado treinta años de elaboración, y que a veces ni siquiera es suyo, lo han escrito o incluso dictado en tres días, poco menos que por pasar el rato. A mí, en cambio, siempre me ha gustado por encima de todo decir lo primero que se me ocurre”.
Virtudes, estúpido
“Esa de las cejas levantadas es Vanagloria. La que veis con los ojos rientes y aplaudiendo con las manos se llama Adulación. La medio dormida con cara de modorra es Olvido. A la de brazos cruzados y manos bajo los codos le dicen Pereza. Y a esa de la corona de rodad y rebozada de ungüento, Complacencia. La huidiza de mirada perdida se llama Insensatez. Esa de cutis claro y cuerpo bien rollizo tiene de nombre Ociosidad. Entre las muchachas, veréis a dos dioses, uno se llama Desenfreno, y el otro, Sueño Irresistible. Con la ayuda de esos fieles servidores sujeto a todo bajo mi poder, e impero sobre los mismos emperadores”. La precisión de Erasmo al describir los méritos del estúpido se sirve fría.
Sabiduría idiota
“Mis estúpidos relucen con una piel tersa como lechones de Acarnania y no padecen ninguno de los achaques de la vejez, salvo cuando, como suele suceder, se contagian de la afección de la sabiduría. Y es que la vida humana no permite ser feliz en todas las cosas”. Y cinco siglos más tarde: “Cher, yo no uso peluca... Es mío. Y prometo no hablar de tus masivas cirugías plásticas que no funcionaron”. Por eso la Estupidez habla y pide que disfrutemos y afradezcamos los infinitos beneficios de una vida sin reparos: "John McCain no es un héroe de guerra. Prefiero a los que no han sido capturados", dijo Donald del ex candidato del mismo partido al que representa.
¿Inculto o divertido?
“¿Qué fuerza juntó en sociedad a los insensibles, rudos e incultos hombres, más que la adulación?”, pregunta retóricamente la voz. Efectivamente, la estupidez. La misma que a un candidato a la presidencia de los EEUU le lleva a decir sobre la inmigración: “No podemos ser grande de nuevo si no tenemos una frontera”. Tal y como pensó Erasmo, “no hay relación ni sociedad que pueda ser jovial ni estable sin mi intervención”. “¿Qué otra cosa esperan de tanto cuidado, tanto tinte, tanto baño, tanto peinado, tanto ungüento, tanto perfume, tanta compostura y arte, tanta pintura y maquillaje del rostro, los ojos y el cutis?”. El atractivo de Donald es ese, la estupidez.