Decía Bono, de U2, que un libro es el regalo más grande que puede hacerle una persona a otra. Quizá porque son espejos: hacen que el lector -el ser humano- caiga en la cuenta, le convierten en espectador de sus propias taritas, de sus propios defectos, le muestran al mundo su propia vergüenza. Igual reparten bofetadas con elegancia que dejan besos tímidos en las comisuras. Un libro regalado siempre tiene una intención de deslumbramiento. Es un piropo, una moraleja, un desnudo, un codazo en las costillas. Un "hablemos de esto". Un "espabila". Incluso una advertencia cariñosa: "Te conozco tanto que te intuyo". Una prueba de fuego.
Acertar con un libro es más complicado que atinar con un perfume, que elegir la talla buena. Es una ambición de empatía, una anticipación de deseos. Algunos paralelismos son obvios: ¿no le regalarían El disputado voto del señor Cayo, de Delibes, a Pedro Sánchez? ¿Y qué tal uno sobre la conquista de Granada para Pablo Iglesias? Elijan aquí la novela perfecta para cada representante político.