Había microcuentos antes de Twitter. En la era Benedetti: "Drama cromático, el verde es un color que no madura" o "Durante el sueño, los amantes son fieles como animales". En la era Hemingway: "Vendo zapatos de bebé sin usar". Incluso en la era Cortázar: "Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfumen, se visten, y así, progresivamente, van volviendo a ser lo que no son". O el mítico de Augusto Monterroso: "Cuando se despertó, el dinosaurio todavía seguía allí". Esta belleza de epigrama de Javier Egea: "¿Que como me enamoré? -No podrán con nosotros, le dije. Y seguí mi paseo solitario" o este titulado El emigrante, de Luis Felipe Lomelí: "-¿Olvida usted algo? -Ojalá".
La tiranía de los 140 caracteres ha convertido al usuario en un ser condensador, en un cibernauta con el don de la síntesis: ahora los odios y los amores van en pildoritas, terriblemente exactos, con extraños tintes líricos, con metáforas locas. A la vez ha hecho que los microcuentos -y en muchas ocasiones, los poemas- pierdan su razón de ser: resumir un mundo en pocas palabras, edificar una historia honda en dos pinceladas. Confiar en la intuición, en la imaginación, en la creatividad del lector. Sacudirse los límites. Elegir lo importante, como cuando Baroja decía: "La calle era larga y olía a pan" y bastaba. Algo así.
Ahora esto huele a haiku adolescente. Cualquier composición vale si está estructurada en vertical. No es tan importante la densidad del contenido como la exigencia de la forma. "Mi recuerdo favorito juntos es de aquel viaje / a aquel lugar donde nunca fuimos / aquel año que nunca existió", escribe la periodista Mónica Carrillo en su nuevo libro de microcuentos El tiempo todo locura (Planeta). "Sucedió que me di cuenta de que me encantaba / también en segunda del singular". "Que tu por venir y mi porvenir / estuvieran condenados a no encontrarse / eso fue lo que no sucedió". Y así unas 215 veces. Hornadas y hornadas de whatsapps de amor, de tuits nostálgicos, platónicos, ansiosos de universalidad y con un dejecito púber.
Tuits y microcuentos
Ya triunfó con sus dos novelas, La luz de Candela y Olvidé decirte quiero, pero su nueva obra -un tocho impreso sólo en las páginas impares, y a microcuento por hoja- no se encuadra en ningún género. Si había indignados por el Nobel de Dylan, que alguien abra este melón: El tiempo todo locura es una recopilación de tuits escritos, en palabra de la autora, "con nocturnidad y alevosía" ahora comercializados como juegos líricos: "El primero lo escribí una noche de Halloween de hace ya cuatro años y lo lancé en Twitter. Y de hecho fueron los usuarios los que me animaron a seguir escribiendo microcuentos", explica a este periódico. ¿Y por qué 'microcuentos', si no lo son? "Bueno, aglutina muchas cosas. Fue el hashtag que puse cuando lancé el primero... y lo he mantenido como seña de identidad".
Relata Carillo que ella misma pidió a la editorial que "los microcuentos fuesen de uno en uno, sólo uno por página, para que no hubiese nada que distorsionase la lectura". Tenía casi 700, dice. Lo complicado de elaborar este libro ha sido "elegir". O este no-libro, porque, a efectos prácticos, es un timeline estructurado en partes: 1-El tiempo, 2-Todo y 3- Locura. El problema no es el formato breve, sino la tendencia de hacer pasar por literatura una oración construida con los parámetros de una red social: 140 caracteres. Vistosa, romántica y eficaz. Un best-seller a rafaguitas, como arranques ígneos de madrugada. SMS de niños borrachos.
Cuenta la autora que no tiene referentes poéticos, que El tiempo todo locura es un ejercicio "de observación muy grande, de empatía, y luego de sensibilidad": "No te creas que soy de leer mucha poesía... me ha llegado a posteriori. Tengo alguna antología... y algún amigo poeta al que le he pedido recomendacíon y me he leído los suyos, como Antonio Lucas. Pero no he sido una niña de devorar poesía. Me he fijado sobre todo en letras de canciones... sí que apuntaba maneras. Esto es el resultado ahora de todo eso".
Poetas virales
Mónica Carrillo es una rara avis, en el sentido de que sus microcuentos andan en la cuerda de la poesía joven criada en redes sociales, aunque ella pertenezca a otra generación. Con todo, su dedicación tardía y su poca formación lírica ponen su trabajo en paralelo con el de poetas núbiles -como la también vendidísima Elvira Sastre-. Se mueven siempre en una misma temática, el amor, y a pesar del gesto tristón y suplicante que dibujan sus líneas, le hablan de tú al más pintado. Es poesía de la que ahora llaman urbana, coloquial, simple, asequible, de esa que siempre gusta de juegos de palabras como "besayúname" o "voy a comerte a versos".
Cuenta también que su método de escritura es "bastante impulsivo": "Lo escribo en el móvil y lo lanzo directamente a través de Twitter". No lo edita: "Se me ocurre la idea y es un poco a borbotones. Me gusta que Twitter sea tan exigente y haya que encajarlo en 140 caracteres... eso cuesta. Soy muy meticulosa con los verbos o con el término que empleo, pero una vez que lo tengo, lo lanzo y ya. No lo dejo reposar".
La autora defiende a la camada de poetas en caracteres restringidos de la que forma parte. "A mí me parece muy positivo. Democratizar algo que puede emocionar a más gente y que no hace daño a nadie... es muy positivo. Luego cada uno es libre de elegir, de leer, de escuchar lo que quiera", explica. "No importa que nazca en las redes sociales: cualquier canal es bueno. Igual alguien se siente más representado por una pintura callejera que con un retrato hiperrealista, ¡cada uno...! Se trata de consumir lo que te emociona, lo que tú te empeñas en que te emocione. Hay que quitarse prejuicios y etiquetas y dejarse llevar".
"Recuerdo cuando todos los días eran fiesta / y de guardar / contigo", escribe. "Pensaba que lo peor fue perderte / aún peor fue el tiempo perdido" o "Te eché de menos cada día de más". Y, al lado, la posibilidad de añadir foto, gif, encuesta o ubicación, como en el cuadro de "¿Qué está pasando?" de Twitter. A ver cuántos retuits recibe cada poema. Aquí está la lírica mayoritaria, aunque parezca un oxímoron.
Noticias relacionadas
- Miguel Delibes perdona a la moral franquista: 'Cinco horas con Mario' cumple 50 años
- Instrucciones para distinguir un anuncio de un coche de una obra de arte
- Antonio Iturbe hace volar el Premio Biblioteca Breve con una novela sobre Saint-Exupéry
- La Academia de Cine le recuerda al Ministro que el cine subvenciona al Estado