A veces, la humanidad lucha por su libertad e igualdad. A veces, la humanidad menos favorecida tiene esperanzas y pelea por acceder a la capacidad de vivir sin trabas que obstaculicen su pleno desarrollo y por el derecho a participar de los frutos de su trabajo. Tomar el mango de la sartén. Esa es la esencia de la lucha de clases que resolvió Karl Marx y Friedrich Engels, en 1848, y que llevó en 1917 al pueblo ruso a intentar cambiar la sociedad. Fracasó y llegó Stalin. ¿Qué ha pasado en el último siglo? ¿Qué vino después de la revolución del proletariado? Desigualdad desenfrenada.
Así lo reconoce el historiador Josep Fontana (Barcelona, 1931) en El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 (Crítica), donde aclara que “la amenaza de subversión del orden establecido que implicaba el modelo revolucionario bolchevique determinó la evolución política de los demás, empeñados en combatirlo y, sobre todo, en impedir que su ejemplo se extendiera por el mundo”. Es decir, desde hace 100 años los más privilegiados justifican la toma del poder con el “reformismo del miedo” al comunismo. Pero Fontana apunta que el conflicto global no fue el del mundo libre contra el comunismo, sino el de “las fuerzas armadas de la libertad de empresa contra todo aquello que se oponía a sus intereses”.
El historiador catalán habla de un proyecto global orquestado desde los EEUU para instaurar el control absoluto de los menos desfavorecidos. Esta es la narración de los hechos: los empresarios usan el desarrollo de la globalización para desnacionalizar sus empresas, colocan sus ganancias fuera del alcance de las instituciones de sus países, eluden la carga de impuestos y las empresas terminan apoderándose de los gobiernos nacionales. De esta manera se ha desmantelado el estado de bienestar y favoreció la privatización de los derechos sociales.
La chusma desvergonzada
La intención real no era defender la democracia, “sino combatir la difusión de todas las ideas que pudieran oponerse al pleno desarrollo de la libre empresa capitalista”, explica. El miedo de los poderosos a las viejas ideas contrarias al capitalismo, la amenaza constante sobre las cabezas de los que poseen riquezas. Fontana recuerda las palabras de Karl Kraus, en 1920, al que no le interesaba la praxis del comunismo tanto como su papel de contraprogramación de desigualdades: “Que dios nos conserve para siempre el comunismo, para que esta chusma no se vuelva todavía más desvergonzada… y para que, por lo menos, cuando se vayan a dormir sufran pesadillas”.
La gran conquista contra las ideas revolucionarias por las mejoras sociales fue la creación del Estado de bienestar, antídoto que se mantuvo durante tres décadas. Este aparente avance de la igualdad, explica Fontana, contribuyó a “la desmovilización del movimiento obrero y favoreció su derrota posterior”. Por eso la batalla del siglo XXI tiene un nuevo objetivo: “Arrebatar a los trabajadores lo que les queda de los derechos ganados en muchos años de luchas sociales”.
El botín no es suficiente. No basta con el enriquecimiento, lo importante es la implantación de las reglas que “aseguran la continuidad del reparto desigual que aumenta cada año”. La desigualdad crece sin resistencia hasta que irrumpe la indignación contra la hegemonía de la élite, populismo. “Ante la ausencia de una izquierda alternativa, esto es, no comprometida con el sistema como la vieja socialdemocracia”, son los partidos reaccionarios de extrema derecha en Europa los que se quedan con esta ira colectiva, tal y como cuenta el autor.
La nueva revolución
Y Donald Trump en EEUU. “¿Qué representa en realidad Trump como alternativa al neoliberalismo de Obama?”, se pregunta Fontana. Lo mismo, responde, pero “en una versión más retrógrada y brutal, que asegurará que el imperio de la desigualdad alcance su apogeo”. El historiador mira al futuro y ve una política encaminada a favorecer el predominio de los intereses empresariales, “recortando a la vez las obligaciones de los de arriba y los derechos de los de abajo”. Esto es el principio del final del capitalismo -explica entre la esperanza y la frustración-, porque el capitalismo a la deriva, que amenaza con desmoronarse, no tiene un recambio a la vista para reemplazarlo.
Lo que viene es la era del desorden y después... la nueva revolución. Fontana cita a William I. Robinson para hablar de “un gran despertar colectivo” en un proyecto popular transnacional. Es decir, el equivalente a “la revolución socialista mundial” de Lenin. Pero ya no serán los partidos políticos del viejo estilo sus protagonistas. Ya no serán las élites dirigiendo a las masas: “Serán las fuerzas surgidas de abajo, de las luchas cotidianas de los hombres y las mujeres”. La esperanza pone en peligro el orden mundial.
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