Margaret Atwood es escritora y militante. Tiene en el lápiz y en la acción la defensa de la naturaleza, de los derechos humanos, de la libertad de expresión, del feminismo, de la identidad canadiense (frente a la estadounidense), de la poesía. Lleva el peso de su sabiduría sin erudiciones y la suelta en píldoras de ternura e ironía. Sabe que “el campo de estudio adecuado para la humanidad es todo”, pero también que “sólo se puede pensar claramente con la ropa puesta”, que “la naturaleza es a los zoos lo que Dios a las iglesias” y que el hambre tiene una virtud: “Al menos te hace saber que sigues vivo”.
La autora de La mujer comestible (1969), Resurgir (1972), El cuento de la criada (1985) y tantísimas otras novelas, colecciones de poesía y ensayos edificadores como Segundas palabras (1982) -primer texto feminista en Canadá- visitó el Círculo de Bellas Artes de Madrid y habló sobre lo divino y lo humano, o, más bien, sobre la literatura y la vida. Empapada de aperturismo. De humor. De respeto -qué combinación tan ambiciosa en los tiempos que corren, ¿no?-.
Todo ser vivo está conectado con todo lo demás. La naturaleza no es una cuestión externa que tratar, es que todos tenemos la naturaleza en nuestro interior. Si matamos los océanos, dejaremos de respirar
Cuenta Atwood -premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2008-que ella podía haber tenido otra vida y ser bióloga -su padre era zoólogo y su madre nutricionista-, pero que de alguna manera ha ligado ese compromiso a su trabajo y ha oscilado siempre entre esos dos mundos. Ahora, con la llegada de Donald Trump -“este hombre…tremendo… que no quiero nombrar”-, la gente le dice que predijo el futuro en su Trilogía MaddAddam, donde navega en la ficción especulativa, en la distopía. El primer tomo fue Oryx y Crake, originariamente publicado en 2003.
“Si continuamos por estas vías, vamos a sufrir un destino terrible”, asevera. “Todo ser vivo está conectado con todo lo demás. La naturaleza no es una cuestión externa que tratar, es que todos tenemos la naturaleza en nuestro interior. Si matamos los océanos, dejaremos de respirar”. Recuerda que cuando tenía 15 años, debatía con su familia sobre esto en la cena.
“Desde entonces hemos superado desafíos increíbles, como el agujero de la capa de ozono, que conseguimos frenar a tiempo y ahora estamos remediando poco a poco, antes de extinguir a muchas especies de ave. Estoy en esto. ¿Cómo no podría ser una influencia en mi vida si es algo que influye en la vida de todo el mundo, lo sepamos o no?”. Habla de la esclavitud, de los sistemas energéticos, de la tiranía del petróleo. “La gente ha construido esa esclavitud pero nadie se plantea que tengamos que destruirla. No hay alternativa, el sistema colapsa. Ocurre en el norte de Europa y vemos que es económicamente inviable. El coste de mantener a estos esclavos es enorme”.
Hace hincapié en que “hoy hay más esclavitud no reconocida de lo que la gente piensa: desde la sexual a la energética”, y hace ver que “esto está ocurriendo y en 2017 hay gente haciéndose rica porque tiene esclavos, por decirlo de manera brutal y cruda”. Le perturba la idea de que seamos capaces de renunciar a nuestros derechos a cambio de una comodidad ficticia. “La gente está renunciando a sus derechos humanos, civiles, a cambio de una promesa de seguridad. La pregunta es: ¿cuánto estamos dispuestos a luchar en nombre del sistema democrático?”.
Guionistas para predecir el futuro
Es una mujer rompedora. Escribió sobre robots sexuales y siempre gasta ese deje de ansiedad que abre paso a la previsión. “Está ocurriendo en realidad. La naturaleza humana ya interactúa con las máquinas. Miren, después del 11-S, el ejército americano contrató a muchos guionistas de Hollywood para que escribieran cómo querían que fuese la realidad a continuación, qué iba a pasar en el futuro”. Guiña a ese rollo gurú que se le concede a los escritores. “Y es verdad que el argumento del 11-S se parece a La guerra de las galaxias. Les preguntamos a los autores de ficción qué va a ocurrir en el futuro porque son más precisos que personas de otros campos. De alguna manera, lo predicen. Todo avanza muy deprisa”.
Le preocupa su país enorme, su Canadá adherido a la tierra, su terrible comunicación amplísima. Vive en las distancias grandes y se expresa igual. Reivindica su cultura aunque fuese tardía: “A principios de los sesenta no había prácticamente literatura canadiense que fuese conocida por los habitantes de Canadá, decíamos que no teníamos identidad ni notoriedad y que vivíamos acosados por los fantasmas del pasado. Eso ha cambiado. Si estudiamos los diarios de Henry Miller en Harvard, ¿por qué no vamos a estudiar la poesía canadiense en Canadá?”.
Alude también a la importancia del separatismo de sus pueblos indígenas -un conflicto que arrancó entre los sesenta y los setenta- en la esfera literaria. “Tienen sus lenguas, su historia, sus territorios. Empezaron a utilizar su propia voz y a salir ahí fuera. Ahora están igual de presentes que los autores que escriben en inglés o francés: publican novelas, tienen programas de televisión y grupos de música. Son una fuerza política importante”.
Feminismo 'bien entendido'
Atwood versionó el mito de Homero desde la perspectiva de Penélope y ahora le molesta que su traducción al castellano sea Penélope y las doce criadas, cuando precisamente su intención era revalorizar el testimonio femenino -y no sólo el de la protagonista-. Se le plantea que la gestación subrogada es un tema espinoso para el feminismo español y se le pregunta qué visión tiene de ello.
Recalca que hay que tener cuidado con el movimiento feminista, porque a veces “te encuentras apoyando un paquete que incluye cosas que nosotros no apoyábamos”
“Soy agnóstica en muchas de estas cuestiones, porque son peliagudas. Son preguntas peligrosas. Son situaciones en las que las personas eligen entre dos males y a uno lo definen como bien, sólo por ser menos malo. ¿Qué queremos? ¿Mujeres muertas o fetos muertos? Ninguna de las dos cosas es agradable. Yo no me atrevería a oponerme a la posibilidad de que personas que no pueden tener hijos lo intenten, pero tampoco me gusta la idea de tenerlos por presiones de la sociedad, en el caso del vientre de alquiler”, reflexiona. “Son decisiones emocionales y particulares. Hay que preguntarle a la persona qué siente al respecto”.
Recalca que hay que tener cuidado con el feminismo moderno, porque a veces “te encuentras apoyando un paquete que incluye cosas que nosotros no apoyábamos”: “El feminismo se refiere a la defensa de todos los seres humanos, pero hay una gran variedad de seres humanos y hay una gran variedad de mujeres, así que no pretendamos que todas las mujeres que hemos conocido sean un ángel, porque algunas han sido malas también”, sostiene. “Ya saben, como aquella profesora tan temida en el colegio, por ejemplo”, bromea. Subraya que la verdadera defensa del feminismo es la de los derechos humanos y advierte de que “no ocultemos seto bajo otras caretas”.
Le interesa la parte legal del feminismo, pero no “el movimiento feminista de 1970”. ¿Por qué? “Porque soy escritora y me interesa la diversidad de las personas, eso es lo que me hace escribir. Cuando todo es lo mismo es muy aburrido”. Vuelve a bromear, ahora con el tema lésbico: “No me gusta que se excluya a algunas mujeres porque no se las considere mujeres. Quiero decir que estoy completamente a favor del acceso a los baños públicos, todo el mundo tiene derecho”.