Un japonés en Venecia, el último viaje de Jiro Taniguchi
El dibujante visitó hace dos años la ciudad de los canales para recrear la búsqueda de los antepasados del protagonista de su historia. Un cómic sorprendente sobre la extrañeza del turista.
24 marzo, 2017 14:00Si caminar es reencontrarse a sí mismo, el dibujante Jiro Taniguchi lo hizo en todas las viñetas por las que hizo pasear a sus personajes, distraídos en los detalles y en los encuentros inesperados. Dentro y fuera de las fronteras de Japón, encontró lo exótico en lo familiar y en lo extraño. El último de sus viajes fue Venecia, donde acudió por encargo de la marca de lujo Louis Vuitton para estampar la visión de una ciudad de corazón silencioso, una antigüedad congelada, sin rastro de la muchedumbre que desembarca a miles de los grandes cruceros y que ponen en peligro el patrimonio a las orillas del Gran Canal.
El dibujante, que falleció hace un mes, vuelve a enredar el pasado en el presente, con un protagonista que quiere recuperar la memoria de su familia. Otra marca de la casa, como ya sucediera en Barrio lejano. Venecia (publicado en 2014 y ahora en España por Ponent Mon) es una obra maestra de la insipidez oriental que practicó el artista. Soledad en medio del ruido y la extrema calma de lo insípido como algo inagotable.
Pero en esta ocasión, en su paseo por callejuelas y canales, se deja deslumbrar por el peso del pasado occidental. Taniguchi más turista que nunca. En su recreación de tópicos venecianos, trata de abrir ventanas cotidianas en esas calles que han terminado por convertirse en los escenarios del souvenir. Venecia como un gran plató que rompe con los fenómenos del siglo XXI. Lo más brillante del libro es el contraste de un mangaka, concentrado en el realismo de los pequeños fenómenos, que dibuja una vieja ciudad saturada de visiones y visitas.
Reconstruir su pasado
En Venecia insiste en sus imágenes silenciosas y encerradas en sí mismas, que parten de una magdalena proustiana: una caja de postales abierta a la muerte de la madre del protagonista. “Entre sus pertenencias encontré una preciosa caja lacada que no había visto antes, con algunas postales dibujadas a mano y viejas fotografías, ordenadas con cuidado. Parecían fotografías antiguas de Venecia”, cuenta el personaje, ante el encuentro inesperado. Entre las fotos aparece una mujer con un bebé en brazos. Su abuela y su madre. Desconocía que hubiesen estado en Venecia y viaja hasta allí para seguir sus pasos y reconstruir su pasado.
Jiro Taniguchi recupera sus tics típicos: la comida, el tiempo detenido y la desorientación que manda a los personajes a otra dimensión. “Una extraña sensación se adueñó de mí, como si estuviera perdido en un laberinto. No sabía dónde estaba”. Las postales pintadas por el abuelo recién descubierto le invitan a entrar en una Venecia diferente, la de los años treinta del siglo XX. Y la pregunta al pasado que respira en la ciudad: “¿Qué clase de hombre eras, abuelo? No te llegué a conocer”. Las acuarelas desvelan un legado ignorado durante décadas. Es una fórmula similar a la exhibida por el autor en El almanaque de mi padre o El caminante.
El blanco y negro más característico de Taniguchi ha desaparecido, pero ahí están los planos largos y sin urgencia. Una ciudad luminosa, con movimientos de cámara inapreciables y encuadres tradicionales, en los que nada parece turbar al protagonista. Su mirada guía el viaje del lector por las callejuelas. Deambular, vagabundear, callejear. Pasear sin objetivo consciente, entregarse al destino, lo que cuenta es el camino: “Estuviste aquí. Por eso estoy yo aquí. Ahora lo sé”.