“Me he abierto en canal para representar a las víctimas del capitalismo avanzado”, dice Marta Sanz sobre Clavícula (Anagrama), un libro en la que convierte su propia carne en texto y ente político. Una punzada en el pecho, difícil de describir y diagnosticar, que utiliza para analizar la forma en que el sistema corroe los huesos, la sangre y la alegría, especialmente a las mujeres. Clavícula no es una novela, es una autobiografía compuesta de cartas, crónicas, poemas y pequeños ensayos. Tampoco es autoficción, “pues busca la autenticidad, no la verosimilitud”.
“Lo que me pasa a mí, le pasa a muchas personas”, dice la autora de un libro que habla de un dolor en el que reside una identidad. Con él hace visibles algunos males personales, que también son sociales. “Sé que la literatura no cura, pero puede aliviar”. Esto y todo lo demás lo dice con calma y usando las manos, en las que muestra un único adorno: un anillo, no en el anular, sino en el índice. El dedo con el que se ofrece orientación y se denuncia.
Todo arranca de un pinchazo en la clavícula.
Sí, uso mi cuerpo en un momento poco fotogénico, el de la menopausia, uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad, pues más allá de lo que se puede comprar o vender a través de ella, se habla poco de esta etapa de la vida. Es un selfie deformado, desagradable, que enlaza con una idea que ya estaba en Lección de anatomía: que el cuerpo es texto y en él se graban los deseos y también las frustraciones.
¿Por que se centra en el cuerpo femenino?
Diría que casi ha sido un acto de justicia porque aún somos las primeras en perder nuestros trabajo cuando vienen mal dadas y las que sufrimos la brecha salarial. Y porque no hay duda de que los daños del capitalismo avanzado se materializan con más saña en el cuerpo femenino. Entre ellos están la sobreexplotación y la auto-exigencia que de ella se deriva y que nos hace sentir culpables de casi todo.
Somos las primeras en perder nuestros trabajo cuando vienen mal dadas y las que sufrimos la brecha salarial
También tiene razones científicas.
Sí, discursos como el de la medicina, por ejemplo, se han elaborado con un patrón masculino. Sabemos que los hombres padecen más infartos que nosotras, pero ellas mueren más por esa causa. Ocurre porque la sintomatología que se conoce es la del hombre, algo que también explica por qué hay tantas dolencias físicas que no se nos reconocen y nos colocan automáticamente en el saco de las locas.
Y no somos tantas, claro.
No, pero a muchas se las trata de ansiedad cuando lo que tienen es un problema físico no diagnosticado. En este libro también hay una reflexión sobre cómo se han vinculado la ciencia y el pensamiento mágico en las mujeres, como consecuencia de haber tenido menos voz y haber sido menos estudiadas.
“Soy una cliente perfecta a la que le quien vender pastillas para todo”, escribe y habla mucho de la mujer como compradora. ¿Qué hay de la mujer-mercancía? ¿Qué opina, por ejemplo, de los vientres de alquiler?
No me atrevo a ser taxativa, pues creo que es un tema que destapa muchas contradicciones. Pero diré que, mientras no tengamos resuelta la cuestión del aborto, me cuesta pensar en la maternidad subrogada. Me encantaría ser más moderna, pero me pasa como con la prostitución, que en el fondo veo una injusticia: creo que la mayoría alquila su vientre porque no tiene otra salida.
Creo que la mayoría alquila su vientre porque no tiene otra salida
Marta Sanz explica que se enamoró de las letras en su adolescencia gracias, sobre todo a Valle Inclán, El Lazarillo de Tormes y la generación del 27. Musicalmente se define como “muy clásica” y nombra a Brahms, Fauré o Prokófiev, pero sus preocupaciones son más contemporáneas. También le gustan Chavela Vargas y el fado: “Creo que es por mi gen de la infelicidad”, dice con humor, algo que practica mucho en este libro, en el que también hay litros de mala leche.
En 'Clavícula' retrata una sociedad muerta de miedo: al miedo mismo, a la pérdida del empleo, a la falta de dinero, a la enfermedad, a la muerte… Son muy humanos. ¿En qué difieren de los que tenían nuestros abuelos?
En que antes había un horizonte de fraternidad que resultaba consolador. Esa es la diferencia de lo que se llama pomposamente “capitalismo avanzado” y que nos hace cada vez más individualistas.
Sin embargo, cuando le explica a su entorno cómo se siente, encuentra ayuda y mucha comprensión.
Y eso es precisamente lo que contrarresta tanto individualismo, tanto encapsulamiento en el que vivimos y que nos hace mirarnos, observarnos constantemente por dentro y por fuera. Por eso yo digo que este es mi libro más amoroso, porque entre tanta confusión, está el amor hacia los padres, a los hijos, a la pareja, a los amigos...
No quiero que la conciencia de ese privilegio neutralice mi derecho a protestar
Habla de precariedad, no de pobreza. De un pinchazo en la clavícula, no de una enfermedad mortal. ¿Quejarse es un derecho?
Sin duda, quejarse es un derecho. Soy consciente de que puedo elegir muchas cosas de mi vida, pero también de que no puedo relajarme porque todos vivimos en la cuerda floja. Mis padres están bien, tengo una buena relación de pareja, un trabajo que me gusta, pero no quiero que la conciencia de ese privilegio neutralice mi derecho a protestar.
Ahí hay un componente ideológico. ¿Se aprende en casa?
Claro, si eres de familia de izquierdas y tú también lo eres, sabes que hay cierta intolerancia a quejarse. Enseguida oyes eso de “hay otros que están peor que tú”. Como si no te pudieras permitir el lujo de estar mal bajo ningún concepto.
Sus padres aparecen mucho y no siempre salen bien parados. “Quiero ser argentina”, dice en un momento ante la incomprensión de su progenitor.
Sí, porque mi padre, con todo su amor, intenta ayudarme pero no sabe cómo y por eso me ayuda a reflejar esa intolerancia tan hispánica hacia los desarreglos mentales. Aquí somos muy reacios a que alguien pueda estar triste sin que haya una causa física.
Habla también de la culpa que siente por pedir ayuda a sus progenitores en lugar de encargarse usted de ellos. ¿Por qué resultamos los adultos de hoy tan infantiles?
Somos una sociedad puerilizada porque sin estabilidad económica es imposible tener un proyecto de vida sólido. Es un problema económico, no hay que llamarlo de otra manera. La generación de mis padres, nacidos en los años cuarenta, ven que sus hijos son niños eternos a los que hay que proteger y a la vez, nosotros sentimos culpa porque ya tenemos edad de invertir los papeles y proteger a nuestros padres, pero no podemos.
La generación de mis padres, nacidos en los años cuarenta, ven que sus hijos son niños eternos a los que hay que proteger y a la vez
Clavícula también habla de un sistema sanitario en crisis, al que acude Sanz y donde la atienden hasta cinco médicos de cabecera distintos. “Sí, hay una denuncia de cómo está la sanidad pública, de la que soy muy defensora, y espero que alguien tome nota de ello”. También recupera temas que la han ocupado antes. Uno es el desclasamiento y otro, la precariedad laboral, sobre todo la de los trabajadores de la cultura. En este libro la desnudez de la autora llega hasta sus finanzas pues informa de lo que paga por el gas, la luz, el agua y la cesta de la compra, pero también de lo que gana: textos por 50 euros, otros por 300, conferencias a 700 y otras por nada.
Usted rompe otro tabú: el del dinero. ¿Por qué avergüenza hablar de lo que se gana en la cultura?
Porque le dedicamos la vida entera y no sale a cuenta. Pero hay que hablar de ello, es necesario. Es un sector en el que tenemos miedo a decir que no a un encargo por temor a que no nos llamen más. Eso no ocurre en otras profesiones.
Le dedicamos la vida entera a la cultura y no sale a cuenta
“Lejos quedaron los tiempos en que la cultura era un elemento de desclasamiento positivo”, dice. “La vida consiste en trabajar todo el día y culparse”, insiste. ¿En qué momento el conocimiento quedó tan desprestigiado?
El conocimiento se desprestigió en el momento en que se hizo innecesario. En una sociedad que te pide resiliencia, adaptación a las desgracias y una sonrisa ante cualquier circunstancia, leer, escribir o tener conocimientos te convierte en un freak.
Esa sonrisa a la que hace referencia, sale mucho en su libro. Le piden que sonría, que se anime, pero no puede. ¿Se puede ocultar el dolor sin consecuencias?
No, el dolor se hace público de manera inevitable, porque se proyecta en las personas que quieres y en tu entorno. Pero nos hacen creer que todo en la vida depende del esfuerzo individual, también curarse o encontrar trabajo. Se le ha quitado peso al esfuerzo colectivo, a la responsabilidad que tienen las instituciones en las desigualdades que padece nuestra sociedad. Por esa lógica, tanto el enfermo de cáncer como el parado tienen la culpa de lo que les pasa.
Nos hacen creer que todo en la vida depende del esfuerzo individual, también curarse o encontrar trabajo
¿Cómo se ha inoculado esa idea?
El otro día, en un mismo telediario, vi a una niña tetrapléjica en una maratón; a un enfermo de ELA que hacía donaciones y a un grupo de mujeres que atravesaba el Atlántico tras haber superado un cáncer. Con todo el respeto por ellos, me pregunto: ¿qué hacen esas noticias al lado de las hablan de beneficios del Banco de Santander y del aumento del paro? Me molesta porque se manipula perversamente material sensible y porque se confunde constantemente sensibilidad con sensiblería.
¿Y por qué nos lo tragamos?
Porque creemos vivir en un mundo que está en mejores circunstancias de las que realmente tenemos. No queremos ver que la brecha de la desigualdad es enorme, nos pongamos como nos pongamos.