Héroes en París, “perros” negros en Harlem
Cambiaron el destino del mundo, pero no del racismo en EEUU. Salieron de su barrio con destino a las trincheras francesas para defender la libertad en la Primera Guerra Mundial. Impidieron que los alemanes tomaran París y ahora se les recuerda en un cómic.
22 noviembre, 2017 16:19Maximilliam Michael Brooks nació en Nueva York hace 45 años. Más conocido como Max Brooks, es el autor de la novela Guerra mundial Z: una historia oral de la guerra zombi (protagonizada en su adaptación por Brad Pitt y una recaudación de 540 millones de dólares), hijo de Mel Brooks y de Anne Bancroft, y es blanco. Un blanco con todos sus privilegios de clase alta en los EEUU, que a los once años escuchó hablar por primera vez de “los guerreros del infierno de Harlem”. Quizá usted tampoco sepa quiénes son, pero protagonizaron uno de los episodios más épicos de la Primera Guerra Mundial cuando frenaron la ofensiva del Ejército del Kaiser, en julio de 1918.
Así es, el 369 Regimiento de Infantería impidió que los alemanes tomaran París en la Primera Guerra Mundial y Max Brooks ha escrito el guión del cómic que ilustra el dibujante Caanan White, un negro. La traducción de la edición en castellano de Los guerreros del infierno de Harlem (publicado por Umbriel) es del escritor Antonio-Prometeo Moya, un blanco. Y el libro cruza las razas del blanco al negro, poniendo de relieve la ira racista estadounidense -contrastada con la integración europea- contra quienes salieron a defender la libertad del mundo y de su país en una guerra lejana.
La historia acaba de la siguiente manera: a pesar de haberles prohibido luchar en el ejército estadounidense (del que acabaron formando parte), a pesar de los prejuicios de su Gobierno contra ellos por ser negros, a pesar de las ofensas y restricciones de su propio ejército por su color de piel, a pesar de todos los intentos de reprimirles con dureza por sus compañeros por ser de otra raza, a pesar de estar predispuestos al fracaso por todo lo anterior, frenaron a los alemanes, ayudaron a los franceses a regresar vivos a sus casas, nunca perdieron una de las trincheras en las que estuvieron, sirvieron 191 días ininterrumpidos en la mugre (el tiempo más largo de cualquier soldado estadounidense), no fueron capturados, ni perdieron un hombre y Henry Johnson fue el primer estadounidense de cualquier color en ser condecorado con la Croix de Guerre francesa. Los alemanes los llamaban Harlem Hellfighters y los temían, porque los del barrio neoyorquino sabían que el enemigo estaba en casa.
“Porque los jefazos saben de lo que somos capaces. Preferirían perder la guerra a ver que ayudamos a ganarla. Preferirían ver alemanes blancos desfilando por la Quinta Avenida a ver americanos negros. Saben lo que ocurrirá si volvemos tras haber asegurado el mundo para la democracia. Saben lo que ocurrirá si volvemos como héroes”, reflexiona uno de los soldados por orden de Max Brooks.
La guerra del barrio
El autor aprovecha el capítulo bélico para descubrir la gran paradoja de este acontecimiento: la miseria y el racismo de la sociedad norteamericana a principios del siglo XX. Aunque las balas, las bombas y la muerte estén en las trincheras francesas, hay una amenaza mayor. La narración mira de reojo al lugar de nacimiento de estos soldados y a la discriminación y violencia a la que fue sometida la población afroamericana en aquellos años.
El 17 de febrero de 1919 los soldados tuvieron su desfile por la Quinta Avenida, a pesar de las dudas de que la blanca ciudad rindiera su confeti a la tropa negra. Cerca de un millón de neoyorquinos los recibieron. “Habría sido una bonita historia si nuestro desfile o nuestras victorias hubieran cambiado el mundo, pero la vida siempre mata las historias bonitas del peor modo posible, porque llegamos a un mundo de ignorancia y resentimiento y a lo que alguien llamó 'verano rojo de 1919', una de las temporadas de mayor violencia racial de la historia del país”, escribe Brooks en la última página.
La guerra total: el racismo
La guerra de todas las guerras no fue la Gran Guerra, ni la Segunda Guerra Mundial, desvelan Brooks y White: la guerra de todas las guerras es la del racismo y sigue en marcha, en todas las democracias, en tiempos de paz. El infierno no son las trincheras, el infierno está en las calles. Llámalo Harlem u Orcasitas.
Pero el infierno también es el olvido. Max Brooks, estudiante de Historia, especializado en las relaciones raciales con interés por el aislamiento social, descubrió en un catedrático de las Islas Vírgenes, afroamericano, el negacionismo. “No hubo soldados negros en la Primera Guerra Mundial”, le respondió al autor de este libro, que se escandalizó. “Yo estaba escandalizado. Allí había un erudito, un cruzado, un hombre serio e impetuoso que había consagrado su vida a proclamar la gloria de África y la diáspora de sus habitantes, y sin embargo no conocía a los Guerreros del Infierno de Harlem”, cuenta Brooks.
Esta es la historia de una derrota, a pesar de lo que pueda parecer. Defendieron a los blancos de otros blancos, pero no detuvieron los linchamientos y la segregación de su raza en su propia casa. El cómic es un relato furioso, visceral y correoso con la memoria y el presente.