Miedo, mierda y trincheras: la Gran Guerra sin paños calientes
Un cómic recorre el lado más violento y humano del frente de la Primera Guerra Mundial, donde asesinas a tres mujeres a sangre fría. El caso descubrirá la parte más animal del hombre.
20 diciembre, 2017 02:36La felicidad siempre termina con un repicar de campanas de las iglesias de los pueblos. Tocan a rebato y adiós a la paz. “La guerra es algo muy ruidoso”. Y gore. “Olores sofocantes y tan penetrantes que años después aún se puede sentir el hedor dulzón”. Luego, el silencio. “Espeso como en el vientre de una madre bajo la tumba”. Cartas que no llegan a su destino: “Creo que nunca he estado tan sucio. Lo de aquí es un lodo líquido. Es un barro de arcilla espesa y pegajosa. En esta época de lluvia, la tierra de las trincheras se desploma, revelando cadáveres. Hay huesos y cráneos por doquier”.
La guerra no se puede contar entre algodones. Porque la guerra termina con todos, “porque la paz nunca es asunto de los que luchan”. Porque la guerra no es algo extraño: “Nosotros somos la guerra”.
Así acaba este libro, Nuestra madre la guerra (Ponent Mon), con guion de Kris y dibujo y color de Maël, un cómic sin remilgos, descarnado y condenado a la realidad. De ahí que recuerde tanto a 14 (Anagrama), de Jean Echenoz. Los protagonistas son soldados convertidos en muertos incapaces de dejar de matar. Es un ejercicio extremo de realismo, a partir de un gran retrato psicológico, que no disimula la carnicería de las trincheras.
Nuestra madre la guerra es picadillo gore de lo escrito miles de veces. Es una sórdida y apestosa ópera, que cierra con una máxima dramática, mascullada entre la mugre y los vómitos, los orines y las deposiciones: la guerra es el producto más refinado del ser humano. Bestias asesinas, henchidas de soberbia, incapaces de frenar la destrucción. Es una guerra sucia, es un cómic sucio.
Los soldados no sueltan sus fusiles ni sus machetes, son gaseados, triturados y descompuestos. La putrefacción de los hombres que murieron hace días apesta tanto como su dignidad. Las trincheras son las sepulturas de los soldados. Y mientras la barbarie campa a sus anchas, tres mujeres son asesinadas a sangre fría. No hay consuelo, nunca es suficiente. Las alambradas no son capaces de detener la violencia, la violencia no es capaz de matar la lírica de este libro.