La Chana tiene 71 años, pero sigue bailando. Es lo poco que la queda. Para ella el flamenco fue una salida, un escape a una vida en la que sufrió maltrato, bullying y rechazo por los prejuicios de la gente por ser mujer y gitana. Su padre no quería que bailara, “porque las mujeres artistas eran malas”, su marido la anuló a palos, y la sociedad no pudo disfrutar como se merecía de este torbellino de energía que desde una silla se deja llevar por el ritmo cada dos por tres.
Cuando La Chana habla sus pies comienzan a repiquear, porque todos su recuerdos van saociados al ritmo, al compás y al flamenco. Su duende y su baile podían haberla llevado a Hollywood, pero se quedó a medio camino por culpa del machismo de los que la rodeaban. Ahora vive un momento de reivindicación en torno a su figura. El año pasado con un documental que terminaría ganando el Feroz y nominado a los premios del cine europeo, este con un libro de Capitán Swing en el que ella cuenta su historia sin olvidarse de nada, tampoco de esas niñas que la llamaban “gitana”, en tono despectivo, del hambre de la posguerra, de las dos semanas que pasó en el colegio y de los golpes de los hombres de su vida.
Todavía baila, ahora sentada en una silla, y cuando uno habla con ella el sonido del repique de sus pies se mezcla en la conversación. Porque ella se expresa con sus palabras, pero también con su arte, que la acompaña por todo el mundo, donde siguen pidiendo que la gran Chana baile para ellos. Ayyy Internet… todo el día con Internet… dice a EL ESPAÑOL cuando se entera de que este periódico no se puede leer en papel, como a ella le gusta. Asegura que en este libro cuenta todo, desde “el día en que nací, que fue un día especial porque era el día de nochebuena y yo nací, pero mi abuela murió”, explica con los ojos vidriosos.
Este mundo de ahora no me gusta, ojalá volviera a aquellos tiempos porque sabía que las miradas eran cierta y había verdad. Eso no está
Nació como Antonia Santiago Amador, pero por su tío El chano, el hombre que consiguió que saliera de casa por bailar, se quedó con el nombre que todos conocen ahora. Fue una niña de la posguerra, y de su mente nunca se ha ido el sabor de “las rebanadas de pan y vino negro con azúcar que me daba mi abuela para quitarnos el hambre mientras venía mi madre”. Una familia de mujeres fuertes a las que los hombres quisieron anular. A pesar de su edad cree que, de alguna forma, sigue siendo aquella niña. No ha cambiado a aquella niña que quería mucho a sus tíos, a sus primos, y eso ahora no lo veo”, dice con pesar.
El mundo actual no le gusta. Va demasiado rápido. La gente no se toca y todo es egoísta. “Falta el afecto natural por culpa de tanta tecnología. Los padres y los hijos apenas se conocen. Con los abuelos no hay relación. Había muchas necesidades, era la posguerra, qué bien habéis nacido... qué bien os habéis criado. Yo se lo digo a mis alumnos, tenéis profesores, padres que os pagan todo, vivís muy bien, coméis lo que queréis, y tenéis luz, agua, una casa, acordaros de mí, de una niña pequeñita que estaba en medio del campo con dos ladrillos intentando aprender como se hacia esto (taconeo) porque no fui a una escuela en mi vida. Mi nieto no le da importancia a la escuela. No se da cuenta y le parece tonto, y yo digo: el mundo se ha vuelto del revés. Aquella fraternidad aquel afecto natural… Este mundo de ahora no me gusta, ojalá volviera a aquellos tiempos porque sabía que las miradas eran cierta y había verdad. Eso no está”, añade.
En este momento de su vida, La Chana ha encontrado refugio en la fe. No se considera “religiosa, ni beata”, pero lo que le da fuerza es “hablar de Jesús de Nazaret, porque como ese hombre no le ha parido nadie. Nadie ha dicho perdona a tus enemigos. Él, no los curas, ni la iglesia ni nada. Tenemos que amar a nuestro prójimo y perdonarle. Y al que nos haga mal nos apartamos pero no se lo hagamos a él. Aunque no lo creas, es así”, zanja.
El primer hombre que la controló fue su tío, que aseguró a su padre que la encerraría con llave para que no se escapara cuando iban a bailar. “A mí en ese momento ni me importaba, sólo pensaba que iba a bailar…”. El siguiente fue su marido, el primer hombre que la pretendió y que llenó su vida de celos y maltratos. Por su culpa no se fue con Peter Sellers a EEUU. “No pudo ser. Alguien lo impidió. En la comunidad gitana el hombre es el hombre y la mujer está ahí, pero el hombre es el que manda. No te puedes deslizar en ningún sentido, porque tienes las de perder”, explicaba en el documental sobre su vida. Su pareja pedía cantidades desorbitadas de dinero a sus espaldas para boicotear todas las negociaciones y así asegurarse que nunca saliera de casa: “Tenía envidia, tenía rabia y me anuló. No lo dejé porque estaba amenazada. Era mi señor y yo su sierva. De mi tragedia no podía decir nada. Cuando bailaba era mi luz, me sentía viva”. Con 33 años llegó a retirarla de los escenarios, y sólo fue cuando le abandonó cuando volvió a vivir.
Ahora disfruta cada vez con menos cosas. Unos sigue siendo el flamenco, pero sólo el que es natural. El de gente como “El Farru o Antonio Canales”, a los que considera algo más que compañeros, una familia que la aprecian como lo que fue: una de las mejores bailaoras de la historia de España.