Pablo Neruda no murió asesinado: cae la leyenda del poeta
- Bernardo Reyes, sobrino nieto del Nobel de Literatura, desmiente en un libro las fake news que afirman que Neruda fue envenenado.
- Manuel Araya, guardaespaldas y chófer del poeta, siempre ha defendido que al poeta le pusieron una inyección mortal.
- Por qué todo el mundo pensó que el descubrimiento de la cueva de Altamira era un fraude
—¿Usted cree que a Neruda lo mataron?
—Sí, claro, lo mataron. Tenía un manchón rojo en el costado del estómago, y según él lo habían pinchado y que estaba durmiendo cuando le pusieron una inyección. Por eso yo no me he sacado [de la cabeza] que Neruda murió, [pero] no de cáncer. Creo que a Neruda lo envenenaron.
Manuel Araya Osorio se convirtió en el guardaespaldas privado y chófer de Pablo Neruda en 1973, unos meses antes del fallecimiento del poeta chileno. El Partido Comunista le encomendó la misión de velar por la seguridad del Premio Nobel de Literatura, recluido en su casa de Isla Negra y golpeado por los efectos de un cáncer de próstata. Su salud era bastante débil mientras preparaba su exilio a México, pero todo se precipitó con el golpe militar del 11 de septiembre que derivó en el derrocamiento del presidente Salvador Allende. Neruda moriría en la Clínica Santa María, en Santiago de Chile, unos días más tarde, el 23.
La causa de la muerte del poeta, según la versión oficial, fue la caquexia, una alteración del organismo que brota en la recta final de algunas enfermedades como el cáncer y se caracteriza por la desnutrición o el debilitamiento físico. Pero Manuel Araya, que acompañó en las últimas horas de vida al autor de 20 poemas de amor y una canción desesperada, nunca se agarró a esta hipótesis. Tras ser ignorado durante más de tres décadas, en 2004, en una entrevista con el diario El Líder, volvió a hablar de magnicidio: a Pablo Neruda lo envenenaron.
Desde aquel entonces, la teoría conspiranoica del "asesinato imaginario" ha ido ganando enteros. En 2011, el mismo periódico chileno recurrió de nuevo a la figura de Manuel Araya y publicó un reportaje titulado "Neruda fue asesinado", donde se aventura a afirmar que la orden fue articulada por Pinochet: "¿De qué otra parte iba a salir?". Curiosamente, un par de semanas más tarde, el Partido Comunista presentó una querella criminal por el "homicidio" del poeta. En octubre de 2017, mientras la cadena Chilevisión estrenaba un documental de dos capítulos denominado "Neruda, el misterio de su muerte", un grupo de forenses aseguraba que el Nobel de Literatura no falleció a causa del cáncer.
Pero todas estas noticias, publicaciones, conjeturas y, en definitiva, teorías poco sólidas, no son más que fake news para Bernardo Reyes, nieto sobrino de Neruda, que acaba de publicar El guardaespaldas de Fidel. Crónica de un asesinato imaginario (RiL Editores), un libro de memorias basadas en documentación, investigaciones y apuntes personales que tratan de derribar un mito, "un cuento farragoso", "un cóctel hueco promovido en las páginas sociales de las revistas de papel couché".
Reyes desgrana las contradicciones de la versión del chófer de su tío abuelo, señalando cambios de fechas y un importante desconocimiento del círculo íntimo del poeta, que a pesar de todo logró que los restos de Neruda fuesen exhumados por tercera vez en 2013; recalca la falta de precisión de los querellantes al omitir las memorias de Matilde Urrutia, la esposa del Nobel; y desmiente todos los artículos periodísticos que se han amparado en estas afirmaciones.
Pero más allá de cargar contra los castillos erigidos en el aire por los adalides de la posverdad, Reyes aprovecha su nuevo libro —es también el autor del poemario Karmazul o del ensayo Retrato de Familia— para describir escenas de su infancia tan hermosas como la llamada de teléfono desde París a la casa de Temuco donde vivía y que anunciaba la concesión del mayor reconocimiento literario a Neruda. "Fue esa, creo, la primera vez que supe que las palabras podían atravesar el mar", confiesa el escritor chileno.
Volviendo al tema central de su crónica, Reyes concluye con punch: "El asesinato imaginario ha sido un forzado termómetro en las partes pudendas de los querellantes. Pero de qué fiebre se trata, uno se pregunta. Y la respuesta quizás esté más allá de de las propias palabras, en los entresijos de lo nunca dicho. La persecuta del fastidio y del olvido, la desesperanza, el extravío de sí mismo: la mansedumbre de quienes absorbidos por el sistema, aún sueñan con ser héroes, aunque sean de papel".