Isaac Rosa: "Estoy hasta el coño de tanta libertad, la usan para colarnos retrocesos"
- El escritor presenta 'Feliz final', una novela imprescindible que radiografía el amor en la España precaria; las relaciones atravesadas por el capitalismo.
- "Una renta universal nos garantizaría querernos mejor" / "Sufrimos amorosamente más de lo que sufrían nuestros padres".
- "El divorcio formaba parte de nuestras aspiraciones: creíamos que íbamos a ser Woody Allen, con 60 y un loft en Manhattan. Ahora no está tan claro que vayamos a tener ni pensión".
Si usted, lector, ya ha cumplido 40 -y tiene hijos, amores rotos, hastío sexual y un alquiler capaz de cavar su tumba-, es probable que encuentre en Feliz final (Seix Barral), el último libro de Isaac Rosa, una autopsia descarnada de su propia vida. Si se acerca más a los 20, aquí hallará una suerte de paisaje de futuro: sus bares, sus besos de hoy, su apurada economía, su Tinder ardiendo y su ansia por consumirlo todo en medio de una falsa libertad sólo son síntomas de lo que viene. Lo que viene, todo hay que decirlo, es incertidumbre, oquedad y relaciones desgastadas. Esperanzador. Si no quiere hurgar en la herida, acuda a Paulo Coelho.
El escritor aborda una derrota emocional comenzando por el final y dándole voz a los dos púgiles, que una vez se amaron con la médula: sus celos, sus pasiones, sus reproches. Una pareja como tantas, sí, pero viviendo una catástrofe que no es doméstica, porque lo que Isaac Rosa expone es que el fracaso sentimental es también el fracaso social. Nos queremos como hijos enfermos del capitalismo: su obsolescencia, sus prisas y su ansiedad consumista las hemos trasladado a la cama compartida. Estamos perdidos. Jodidos y radiantes, también viceversa. Nos queda la novela del año para mirarnos a un espejo.
¿Sabe que me he puesto triste leyendo su novela?
Bueno… sí, sí. Me imagino. Es decir, la novela promete un feliz final un poco… (chasquea).
¿El psicólogo nos lo paga la editorial?
(Ríe). Más que psicólogo, lo que pide este libro es terapia de grupo, terapia colectiva. Hablar de estas cosas más en común. Es algo que me ha pasado mucho durante la escritura, porque este libro me ha dado la oportunidad de hablar con mucha gente. Por un lado, accidentalmente, cuando me preguntaban qué estaba haciendo y yo decía algo como “escribo una novela sobre amar en tiempos revueltos”. Todo el mundo tenía cosas que compartir. Pero también envié a gente un cuestionario sobre cómo viven hoy las relaciones y me encontré con que tenían ganas de abrir su corazón. Todos estamos medio rebotados, nuestros amigos, los amigos de nuestros amigos… en esa necesidad de psicólogo que tú decías, yo creo que es mejor sentarnos y poner en común lo que nos está pasando. Tenemos que darnos cuenta de que este malestar amoroso es también un malestar social.
En el libro cuenta que a veces tendemos a tomarnos estas cosas (los desamores) con cierta distancia cínica, como algo liviano o anecdótico. Brindamos y soltamos dos chascarrillos superficiales.
Claro. Vivimos en la bipolaridad al acercarnos al amor desde el cinismo, con ese deje irónico… nos metemos en una relación y utilizamos todo el rato las comillas. “Te amo como nunca amé a nadie”, y venga comillas. Yo creo que sufrimos amorosamente más de lo que sufrían nuestros padres. El dolor del rechazo es catastrófico. El trabajo de la psicóloga Eva Illouz ha sido fundamental para escribir esta novela. Ella publicó un libro que se llama Por qué duele el amor: una explicación sociológica. Cuenta qué representa para nosotros y por qué nos destroza tanto el rechazo. El amor se ha convertido en una forma de adquisición de valor, de valor social, de reconocimiento, a falta de otros elementos es el amor, el que alguien te quiera y te reconozca, lo que hace que tú valgas. Por eso cuando te dejan de querer, sientes que te devalúas. Y eso causa un dolor… la separación, la traición, el rechazo… Curiosamente, en el tiempo en el que somos más descreídos, más frívolos y más ateos en el amor, somos más sufridores.
¿Ha llorado en el proceso de escritura? Es una expiación enorme, un ejercicio de angustia bestial.
La escritura ha sido triste, sí, igual que me dices tú que ha sido la lectura. Ha sido con el que más he sufrido. No es autoficción, no del todo, no estoy contando mi vida, no es exactamente autobiográfico, pero sí es cierto que hay muchos materiales propios. Vivencias personales. He escrito utilizando mis materiales sensibles.
¿Cómo sabe uno que ha llegado el final del amor: hay algún síntoma clave, ha encontrado alguno después de este relato?
No, la verdad es que yo empecé esta novela en estado de desconcierto por el estado de mi relación amorosa y de la de los demás, y no he salido de ese desconcierto. Sigo teniendo dudas. Sigo dudando cómo hacer las cosas. No tengo mucho que ofrecer. No quiero ser de esos de “consejos vendo y para mí no tengo”.
Pero algo sabrá acerca de cómo se destruye un amor, al menos en su novela en concreto.
Creo que es más desgaste que destrucción. Estamos educados sentimentalmente en una serie de imaginarios amorosos que pasan por lo épico y lo trágico, y parece que cada vez que nos enamoramos tenemos que vivir cosas tan fuertes como las de esos relatos que hemos consumido. ¡Separaciones trágicas, elevadas…! Pero la verdad es que lo que solemos encontrarnos en nuestras vidas son amores con minúsculas. Los que vivimos la mayoría no se rompen tan trágicamente, no empiezan con fuegos artificiales. Son amores que se desgastan con el tiempo y se ven afectados por muchas interferencias, que son las que he querido señalar en la novela. Son interferencias propias del tiempo en el que vivimos: individual, psicológico, donde nos dicen que somos responsables de todo lo que nos pasa.
El mensaje neoliberal.
Total. Es eso de “si pierdes el trabajo, es tu culpa, será que no tienes motivaciones suficientes, no lo has hecho bien”. Y eso lo aplicamos al terreno sentimental. “Si algo falla, pues has sido tú o tu pareja”. No te planteas que no sois dos átomos volando, que estáis en un conjunto y en un sistema de relaciones sociales. Construcciones culturales y económicas.
En el libro reflexiona sobre cómo influye la economía (en realidad, el capitalismo) en el amor. Hábleme de este fenómeno.
El capitalismo es un sistema cultural y marca nuestros comportamientos más allá de lo económico y lo laboral. Está presente en nuestras relaciones personales. Leo muchos artículos sobre “el amor en tiempos de Tinder”, y siempre pienso que habría que escribir algo como “el amor en tiempos de la subida del alquiler”, “el amor en el submileurismo”, “el amor en la precariedad”. Los tiempos de precariedad nos están jodiendo el amor. Todos esos elementos del capitalismo que tienen que ver con la ansiedad, con la aceleración, con la acumulación, con la obsolescencia… los estamos llevando al terreno amoroso.
¿Cuánto dinero tiene que haber en la nómina para poder amar con relativa tranquilidad?
Eso lo he discutido mucho. La gente con la que he hablado repetía el refrán ese de “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por al ventana”, pero también había muchos que decían que no necesariamente es así, que a veces en las peores situaciones económicas, uno se une más. Obviamente, es determinante. Las condiciones materiales están ahí. En el amor hay mucha desigualdad también. No todo el mundo tiene los mismos recursos para amar, para mantener el amor y para hacerlo crecer.
No creo que baste el salario mínimo interprofesional para amarse bien.
Es que poner una cifra… (ríe). Luego también nos dicen lo de que los ricos también lloran y sufren de amor. No sé, al menos tener un mínimo. Una renta universal nos garantizaría querernos mejor, no estar tan explotados ni vivir vidas tan agobiadas.
Pero en el libro también desliza que en España hay parejas que siguen viviendo juntas porque no son solventes para separarse. O sea, que los excesos del capitalismo unen, aunque sea a disgusto. Quién nos lo iba a decir.
Ya ves, esto se ve en el drama de los divorcios para la gente de mi generación. Tenemos 40 y pocos años, fuimos educados sentimentalmente de una manera… donde veíamos el divorcio no sólo como algo normalizado y aceptable, sino como una etapa de tu vida que te has ganado.
Un soplo de libertad en la vida adulta.
Eso es. Igual que creíamos que íbamos a tener derecho a una pensión suficiente, a algunos años de retiro, de viajar cuando dejaras de trabajar… pues creíamos que con el divorcio íbamos a reiniciar nuestra vida. Formaba hasta parte de nuestras aspiraciones. Para una parte de mi generación el divorcio con hijos se ha convertido en un drama, en una tragedia, porque de pronto te caes por el hueco del ascensor social. Volver a casa de tus padres o compartir piso (que con 20 años es gracioso, pero con 40 y con hijos…). Vivimos en la total incertidumbre. Era esa cosa del estatus del divorciado que la ficción y el cine han embellecido mucho.
Lo han embellecido para los hombres, claro. Para las mujeres no.
Sí, sin duda, para los divorciados hombres. Somos esos que pensábamos que con 60 años íbamos a ser como Woody Allen, íbamos a tener un loft en Manhattan e íbamos a salir con una chica de 20. De pronto nos hemos despertado y hemos visto que no está tan claro que tengamos ni siquiera derecho a una pensión.
Dice que la pareja puede ser un “Estado de Bienestar”.
Sí, eso tiene que ver con la idea de cuidarse mutuamente justo en un momento en el que el Estado de Bienestar se vuelve incierto. No sabemos si contaremos con el mundo cuando lo necesitemos. Por eso la pareja puede ser un estado de bienestar propio, pero con minúscula, porque luego no es tan sólido ni tan fuerte.
Siguiendo en la lógica económica e ideológica, ¿las personas de izquierda se aman de diferente manera que las de derecha?
Vaya pregunta… (ríe). Me temo que no. Igual los de izquierdas son más conscientes… no sé, todos estamos muy atravesados, muy infectados por toda esa lógica capitalista que llevamos a nuestras relaciones. Da igual si somos de derechas o de izquierdas. No he hecho una muestra sociológica, pero creo que la supuesta pareja de izquierdas puede ser más consciente de la necesidad de salir del bucle, de tener un buen amor. Seguramente acabemos cometiendo los mismos errores.
En un momento habla de la “desesperación copulativa” del protagonista, y se define a sí mismo como un “machito profundamente herido en su orgullo machito”, un ser “cómicamente fálico”, un “machito escocido que no sabe aceptar el rechazo”.
Sí, es la crisis de la masculinidad de la que hablamos a menudo. El hombre ahora no sabe cuál es su papel en la relación ni en la sociedad en genera. Si algo ha cambiado en las relaciones de pareja y en las corrientes de fondo del capitalismo, ha sido, decisivamente, gracias al feminismo. Ha dado la vuelta a todo y abre la búsqueda de nuevos imaginarios amorosos.
Igual nos hemos vuelto un poco locos con la liberación sexual y amorosa; y ahora sólo estamos huecos, insertos en el mercado, consumiendo con ansias. Decía la protagonista que estaba “hasta el coño” de tanta libertad.
No me extraña, también yo estoy hasta el coño de tanta libertad: la usan para colarnos retrocesos. Todo es en nombre de la libertad: todos los retrocesos sociales, los recortes educativos y sanitarios, las contrarreformas… casi siempre acaban invocando la libertad. Me siento cercano ahí a la protagonista. La supuesta libertad amorosa como oposición al compromiso hace que estemos llenos de vínculos débiles. Al abrir el amor lo hemos debilitado.
Esa es una idea de Marina Garcés que me interesa mucho: buscamos el amor libre y hemos encontrado el amor liberalizado. Estamos desmontando estructuras, demoliendo instituciones sociales y culturales y familiares que reconocemos como fallidas, como nocivas, sabemos que no funcionan… vale, pero el problema es que no las estamos reemplazando por otras. Estamos tirando lo que de bueno nos daban esas estructuras: cohesión, relato de vida, seguridad, amor. Y la falta de alternativa nos ha dejado a la intemperie del mercado. Habrá que salvar lo que era salvable del amor tradicional.
Qué bien. Así que nos estamos encaminando a morir todos solos. El individualismo hasta la tumba, nadie que nos coja la mano, como se hacía antes.
Pues eso parece, por no saber sustituir esas viejas estructuras. No hemos propuesto aún nada convincente. Pero la alternativa no puede ser la disolución de vínculos y el entregarnos al mercado del deseo. No hay responsabilidad, y eso nos deja en una sociedad que, de repente, carece de razones para cuidarse. Ahí la sociedad pierde su razón de ser.