Antonia, Caroline o Noa son nombres que no se escuchan cuando se nombra a los posibles herederos de Paco de Lucía. Desde que murió el de Algeciras, hace dos años, algunos cabales dicen que no tiene sustituto y otros se arriesgan y nombran a Tomatito, Niño Josele o Vicente Amigo. Son sólo algunos de los que se barajan porque en España hay muchos tocaores y muy buenos. También algunas tocaoras, pero casi nadie las cita.
“No tuve el apoyo de mi padre, tampoco el de mi madre y todos en mi entorno decían que estaba loca”. Antonia Jiménez, del Puerto de Santa María, toca la guitarra desde hace 30 años y es guitarrista de referencia para varias compañías de primer nivel, como la del bailaor Marcos Flores. Aunque apenas se la conoce fuera del flamenco, es un modelo para las que empiezan. Noa Drezner es una de ellas. “En cuanto llegué a España vi que tocar aquí iba a ser complicado”. Esta mujer de 32 años tañe desde los siete y le choca que siendo esta la cuna del flamenco le cueste tanto a las mujeres hacerse una carrera tocando.
“La guitarra clásica para las niñas. La guitarra flamenca para los hombres”. Así le respondió su padre a Laura González a mediados de los noventa cuando siendo adolescente le informó de que prefería empuñar la guitarra que dedicarse al baile, faceta junto al cante en la que las mujeres no encuentran tantos impedimentos. González se enfrentó a su familia y consiguió convertirse en una celebrada concertista y profesora de conservatorio.
Con dos manos, diez dedos y buen compás, nada ni nadie debería impedirle ser tocaora
Drezner, con un marcadísimo acento jerezano, dice que ha visto “cositas feas” provocadas por su condición de mujer. Por ejemplo, malas caras cuando en una juerga un compañero suelta la guitarra y la coge ella. Opta por ignorar esos desplantes y lo que más le indigna es que haya familias que sigan diciendo a sus hijas que el toque es cosa de hombres. “Tengo una amiga en esa situación. Yo le digo que con dos manos, diez dedos y buen compás, nada ni nadie debería impedirle ser tocaora”.
Ni novedad ni rareza
La mujer y la bajañí no son una pareja nueva. “No soy un bicho raro, otras se han dedicado antes pero no se las recuerda”, dice Antonia. Adela Cubas es un ejemplo. Sus padres no le permitían actuar pero ella consiguió ser profesional ya en 1900. “El deber de entretener”, como lo llama la profesora Eulalia Pablo Lozano en su libro Mujeres guitarristas, daba acceso a las “señoritas” a tocar el arpa, el piano o la guitarra para ejercer de perfectas anfitrionas. No para subirse a un escenario o hacer carrera artística. Una mala racha económica hizo cambiar de idea a los padres de Cubas y así fue como la guitarrista mantuvo a su familia interpretando todo tipo de músicas, también flamenco, por toda España. No sólo tocaba, también dirigía espectáculos y los críticos se referían a ella como la “notabilísima” o “celebérrima” guitarrista.
Otras de la misma época, como La Antequerana o Anilla la de Ronda, citada por Federico García Lorca, tocaban para acompañar su propio cante y también vivían del flamenco. Pero Cubas tenía un gancho especial con el público, en un tiempo y un entorno que Eulalia Pablo define “de hombres, duro y socialmente desprestigiado”.
Ni Cubas, ni Victoria de Miguel, ni Matilde Cuervas, que fue la primera tocaora en pasear sus falsetas por América y Europa, lo tuvieron fácil. Pero sus sucesoras iban a sufrir un retroceso. “El modelo de mujer inspirado en la sección femenina hizo que muchas ni se plantearan el espectáculo, menos el flamenco, como medio de vida”, explica Alicia Cifredo, directora de Tocaoras, documental que se proyectó el 23 de febrero en La Lonja del Flamenco del Festival de Jerez.
El franquismo impuso un modelo de mujer decente y casera y envenenó el flamenco al convertirlo en la música de una España oprimida
Para Cifredo, la falta de protagonismo de los guitarristas, dedicados desde siempre y mayoritariamente a acompañar el cante o el baile, es el punto de partida desde el que hay que analizar la situación de las tocaoras. “Es justo explicar el escaso eco que tiene su trabajo pero sin olvidar que hasta Sabicas, y después Paco de Lucía, tampoco a los guitarristas se les reconoció fuera de su entorno”.
El frenazo de la dictadura
Como indica la cineasta, el franquismo impuso un modelo de mujer decente y casera y envenenó el flamenco al convertirlo en la música de una España oprimida. “Que viniera de las clases bajas y los gitanos echó para atrás a algunas, que se decantaron por otros géneros, y a sus familias, que eran las encargadas de disuadirlas”, añade Cifredo.
Según Pablo San Nicasio a despreciar el flamenco también contribuyó la academia. El periodista, autor del libro de entrevistas Contra las cuerdas, explica que los conservatorios españoles se han resistido a incorporar este género a sus programas por considerarlo propio de gentes de malvivir. Tanto es así, que la primera cátedra de guitarra flamenca no se inauguró en España, sino en el Codarts de Rotterdam en 1976.
La mezcla de desprestigio y machismo hizo sus mellas. Franco ya había muerto cuando Antonia Jiménez empezó a tocar la guitarra a mediados de los ochenta. Pero no el franquismo. “Mi familia no veía el flamenco como un medio de vida, menos para una mujer. Pero no sólo mi familia: en estos años me han dicho de todo en muchos sitios”. Esa reticencia familiar se observa en la historia de la mayoría de mujeres que decidieron dedicarse a la guitarra flamenca. No fue el caso de Caroline Planté, pero ella no nació en España.
El valor de las extranjeras
La canadiense Caroline Planté fue la primera mujer en grabar un disco de toque flamenco. Fue en 2010. Hoy, la niña que eligió la guitarra siguiendo los pasos de su padre, es una de las más reconocidas por la crítica y dirige el Festival de Flamenco de Montreal. Cuando llegó a España ya llevaba 18 años como profesional pero el aterrizaje fue un shock. “Un maestro de Sevilla me dijo que me enseñaría a tocar para concierto, pero no para acompañar baile ni cante porque eso era para los hombres”.
Confieso que cuando decidí venir a España ni sospechaba que el mundo flamenco fuera tan reacio a que una mujer tocara la guitarra
Su impresión fue parecida a la de otra de las extranjeras que destacan en lo jondo, Bettina Flater. Para esta noruega, el choque cultural no fue tan intenso como la resistencia que encontró entre algunos guitarristas para aceptarla como compañera. En esos términos se refería también Eva Möller, hoy Eva Norée, una de esas “guiris” que llegó a España en los años sesenta. Esta sueca fue la encargada de introducir el flamenco en su país después de haberse pasado años acompañando a cantaores extremeños.
Casos como estos son los que hacen a Jiménez declarar que las extranjeras tienen un valor doble. “Vienen a un país extraño y a un mundillo peculiar y muy cerrado. Y aún así, salen adelante y enriquecen el flamenco”. Planté más que de valor, habla de una mezcla de ilusión e inconsciencia. “Confieso que cuando decidí venir a España ni sospechaba que el mundo flamenco fuera tan reacio a que una mujer tocara la guitarra”.
Te hacen sentir intrusa, te obligan a justificarte y te crea inseguridad. Yo entiendo que muchas se echen para atrás
Antonia ríe cuando recuerda algunas cosas que le han dicho y ha vivido por su condición de tocaora pero se pone muy seria cuando explica que más de una vez quiso tirar la toalla. “Te hacen sentir intrusa, te obligan a justificarte y te crea inseguridad. Yo entiendo que muchas se echen para atrás”. Sus experiencias indican que los inicios de las de fuera son más fáciles pero en cuanto entran al mundo jondo, están en el mismo punto que las demás. A Planté le fue muy útil un consejo que le dio su pareja, el bailaor Mariano Cruceta. “Me dijo que no diera tantas explicaciones, que cuando alguien me hiciera preguntas que no tuvieran que ver con mi arte, cogiera mi guitarra, tocara y les tapara la boca”.
Iguales ante la guitarra
“No hay nada que una mujer no pueda hacer con la guitarra flamenca”. Lo dice categóricamente David Leiva, transcriptor oficial de la obra de Paco de Lucía, a quien le indignan las situaciones vividas por Planté, Jiménez o la de María José Matos, cuyo caso recoge en su libro Eulalia Pablo. Matos fue una de las fundadoras de la Peña Femenina de Huelva, creada para combatir el machismo de otras entidades. Pero cuando se ofreció a tocar, sus compañeras le dijeron que preferían un hombre porque una mujer nunca podría conseguir la pulsación de un varón.
“A la guitarra no hace falta darle con un martillo, no requiere fuerza”, explica Leiva. Para San Nicasio, el concepto de pulsación, fraseo, composición y puesta en escena de las féminas es diferente y que deben defenderlo sin complejos. “Deben imponerse, no aceptar el rol masculino que impera en la guitarra”.
En quince años impartiendo clases en el Liceu sólo han pasado diez mujeres para aprender los palos
Leiva, profesor en el Conservatorio del Liceu, piensa que el prejuicio de que la mujer no puede tocar como el hombre también ha calado en las jóvenes. “A veces observo que se enfrentan con temor a aspectos de la guitarra flamenca como la improvisación o el compás”. Él cree que ese es uno de los motivos por los que en sus clases de flamenco la proporción de chicos y chicas sea del 90/10, mientras que en las de clásica es de 50/50. “En quince años impartiendo clases en el Liceu sólo han pasado diez mujeres para aprender los palos”.
La experiencia de San Nicasio como alumno y de Inma Morales, como tocaora y profesora, indica que cada vez hay más mujeres en los conservatorios. Pero ese aumento no se traduce en los escenarios. Para las guitarristas, eso lo explica otro lugar común de lo jondo: el flamenco no se aprende en la academia. Jiménez explica que se adquiere subiendo al escenario, improvisando, compartiendo actuaciones con compañeros. Drezner también es de esa corriente: “Yo aprendí clásica en la escuela pero el flamenco lo he aprendido escuchando a los grandes y compartiendo horas con otros tocaores”. Lo mismo le pasa a Antonia, que a excepción de algunas clases de teoría musical, todo lo aprendió de oído. Como Paco de Lucía.
“Si no puedes compartir e intercambiar toque con los compañeros, te niegan una oportunidad fundamental, pues es ahí donde se aprenden los códigos del flamenco”, dice Antonia. Esa barrera que cita la portuense impide que muchas den el salto al mundo profesional y es el motivo por el que ella no consiguió su primer contrato hasta los 27 años. “Este mundillo es tan machista como nuestra sociedad, pero además es muy cerrado”, aporta Jiménez.
Este mundillo es tan machista como nuestra sociedad, pero además es muy cerrado
“Guardar la esencia” o “respetar lo puro” son expresiones que aún se repiten en los círculos flamencos. “Vamos a acordarnos” es uno de los jaleos que hacen los cantaores para recordar que hay que cantar al modo de sus antecesores. De esta manera se mantienen intactas las letras y la ejecución de los cantes. Y las costumbres. Y esa cerrazón la achaca Pablo San Nicasio al “inmovilismo que caracteriza al flamenco y a otras músicas de raíz o tradición oral".
Bonitas y madres
“…a la empresa de hoy se le habla de una artista que no conoce y lo primero que pregunta es esto: - ¿Es bonita? ¿es joven? ¿Viste con lujo? Que mande postales. ¡Como si las postales cantaran y bailaran!”.
La cita es de 1935 y no es la única sobre este asunto que recoge su autor, Fernando el de Triana en el libro Arte y artistas flamencos. Adela Cubas decía que a una artista fea no había quien la promocionara, ni periodistas, ni compañeros, ni mecenas. Lo decía porque sufría esos envites. Un ejemplo fue el del empresario que le dijo que si tocara de espaldas no dudaría en hacerle un contrato.
Conciliar es un verbo que aún se oye poco en el flamenco
Ese machismo está vigente y hace que Planté tenga que contestar a preguntas sobre las fotos que elige para las portadas de sus discos aunque ella, como otras, considera que las artistas han tenido una libertad que no han tenido otras mujeres. Alicia Cifredo explica que las parejas de los flamencos, gitanos o no, han podido actuar. “Eso sí, hasta que daban a luz y entonces su carreras, por buenas que fueran, pasaban a segundo plano o desparecían”. Incluso Adela Cubas, que tal como refleja su biografía era dueña de su vida, dejó de la guitarra los cuatro años que estuvo casada.
Conciliar es un verbo que aún se oye poco en el flamenco. El calendario laboral flamenco es duro y la provisionalidad del trabajo empuja a los artistas a aceptar todos las actuaciones que se les ofrecen. Los festivales españoles se celebran en verano, pero el resto del año Japón, Europa o Estados Unidos son los destinos de giras interminables que suplen la escasez de bolos invernales cerca de casa. Los viajes apartan a las madres de los escenarios porque rara vez son ellos los que se quedan en casa. No pasa sólo con las guitarristas.
Esa separación de roles tan marcada, unida a las dificultades específicas que encuentran las tocaoras es lo que muchas ven como la causa de que haya más en la docencia que en los escenarios. Planté no tiene esos problemas porque no tiene hijos, algo que no está en sus planes de presente. “Y a mis 40 años, tampoco de futuro”.
Falta un espejo
Las artistas son conscientes de las dificultades y de que aún falta mucho por hacer, también por su parte. “Cuando empecé no tenía ningún referente femenino”, explica Antonia, que hace de guía para las demás. Pero todas, también ella, citan nombres de varón cuando se les pregunta por los mejores guitarristas del momento. Manuel Parrilla, Diego del Morao o Jesús Núñez son algunos de los que aparecen en las entrevistas y en sus fotos de perfil en las redes o en sus teléfonos, casi todas posan junto a Paco de Lucía.
Si en lugar de un Paco hubiéramos tenido una Paca de Lucía...
San Nicasio opina, amparado en el buen nivel de guitarra que hay en España, que falta muy poco para que la mujer acapare más espacio. Antonia Jiménez está de acuerdo aunque no cree que el cambio sea rápido. “No es una situación nueva, pero partimos casi de cero. Y nosotras mismas repetimos estilos y enfoques ya instaurados y que son eminentemente masculinos".
Leiva cree que se dan las condiciones para que ellas que tomen su sitio y sólo falta una cosa para que se oiga el clic definitivo: “Si en lugar de un Paco hubiéramos tenido una Paca de Lucía, tan personal, con ese talento y esa proyección, habría más tocaoras sobre las tablas".