Hay genios escondidos en cada rincón. Algunos se preparan para despuntar, otros lo intentan toda su vida sin éxito y alguno nunca tendrá la oportunidad de demostrarlo. Hay genios que duermen en la calle y tocan en el metro. Que sobreviven tocando en garitos de medio pelo esperando a que alguien les descubra. A veces, el milagro ocurre. El último se llama Benjamin Clementine, el londinense descendiente de emigrantes de Ghana que ayer demostró en las Noches del Botánico de Madrid por qué ha ganado el último premio Mercury Prize por encima de nombres como Jamie XX o Florence and the Machine.
Era el único concierto de Clementine en España tras cancelar su actuación en el Grec Festival, por lo que había muchas expectativas en comprobar si la leyenda del que llaman el 'nina simone británico' era cierta. La increíble historia vivida por el artista, que a los 16 años abandonó a su familia y mendigó por Camden Town antes de irse a los 19 a París y dormir en portales o en plena calle, acrecienta su fama. Actuaba en la calle y en bares de mala muerte hasta que un encuentro fortuito con un productor lo colocó en el panorama musical donde ha calado hondo. Su estilo es inclasificable, una extraña mezcla de Jimmy Hendrix y Plácido Domingo (de los que se confiesa admirador) con toques de Nina Simone y hasta de música africana.
Descalzo y entregado
Benjamin Clementine apareció sobre el escenario del Jardín Botánico de la Universidad Complutense sin avisar, sin juegos de luces ni chimpunes innecesarios. Llegó andando desde atrás, lento y descalzo. Como si no quisiera llamar la atención. Pronto se sentó en su piano y comenzó a acariciarlo con sus manos y sus pies desnudos. Su posición casi desgarbada y retorcida demuestra que su don no se ha aprendido entre los mejores maestros, sino a golpe de bolo.
Su posición casi desgarbada y retorcida demuestra que su don no se ha aprendido entre los mejores maestros, sino a golpe de bolo
Y así empezó a desplegar su arsenal de poesía de los suburbios, esa que leía cuando se piraba las clases en Londres y que le han hecho desarrollar una carrera paralela escribiendo versos. Los de su música suenan desnudos, sin artificios. “Estoy solo, solo en una caja de piedra / Dicen que me quieren, pero todos mienten / Estoy solo, solo en mi caja / Y este es mi lugar, el lugar al que ahora pertenezco”, canta en Cornerstone. Es difícil que alguien no se emocione con algunas de sus canciones, y más complicado si lo escucha en directo.
Clementine se basta y se sobra con su piano, un cello y una batería para crear un espacio único y casi mágico. No hay más. Poco a poco va desgranando los temas de su At least for now, desde los temas menos conocidos hasta sus grandes himnos. El primero en caer es ese London que en plena época del Brexit suena más actual que nunca. “Londres te está llamando / ¿a qué esperas, qué buscas? / Londres está en tí / Por qué reniegas de la verdad?” dice el cantante en una letra que ya le podía haber prestado a David Cameron hace un mes.
Chapurreo
Más tarde llegaría Adiós, con la que el público español se rindió a sus pies, quizás porque es la única que incluye algún verso en castellano. Benjamin Clementine pidió perdón por no conocer ninguna canción de aquí, pero se esforzó en chapurrear unas cuantas frases para deleite del público, al menos del que pudo escucharlo, porque si cuando canta es una auténtica bestia capaz de llegar a cualquier registro, cuando habla vuelve a salir aquel chaval que deambulaba por Camden Town.
Cuando canta es una auténtica bestia capaz de llegar a cualquier registro, cuando habla vuelve a salir aquel chaval que deambulaba por Camden Town
Su voz se apaga, susurra y cuesta entenderle. Tanto que algún valiente del público se atrevió a gritar un “Louder (Más alto)”. Puede que fuera una de las muchas personas que no saben cómo comportarse en un concierto de estas características y que entre canción y canción se pegaban carreras por pedir una cerveza. Tal fue la situación que el propio Clementine se dirigió a ellos y les dijo adiós pensando que no les estaba gustando el espectáculo. Él sí lo disfrutó, a pesar del calor del ambiente (“It's bloody hoy” llegó a clamar el británico). Tanto que aseguró que estaba yendo muy lento porque estaba disfrutando del entorno mágico del Jardín Botánico.
Es cierto que se toma su tiempo, pero se agradece. No empieza una canción si se oye el menor ruido de un coche o la sirena de una ambulancia. Benjamin Clemetine espera paciente y se transforma. En una sola canción uno es capaz de escuchar rock y ópera. Soul y R&B. Paladea cada canción y hace que nunca suenen igual que en el disco. Juega con falsetes y, sobre todo, con ese quejío tan suyo. Un desgarro que le hacen único y que pone la piel de gallina. Su poesía de la calle suena rota en su voz, suena a verdad.
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